De un desierto de hostilidad y miseria ha surgido un oasis de concordia y prosperidad. La predominante presencia del chaparro en la zona fue lo que dio nombre a Chaparral, en el sur del Tolima, lugar que —al igual que el árbol que le bautiza— ha resistido a violentas tempestades. La población, marcada en particular por la cruenta perseverancia del conflicto armado, ha recogido los restos que quedaron tras la violencia y con ellos ha construido un refugio de paz.
Las vistas desde la hacienda Igualara, en Chaparral, podrían hacer pensar que la finca está en el paraíso, hasta que las picaduras del jején obligan a salir de la fantasía y a reubicarse en el marco terrenal. No será el paraíso, pero sí un humilde jardín del Edén particular: una amplia variedad de ganado y cultivo forman el sustento que veintidós familias reubicadas se encargan de desarrollar y cuidar. En este lugar, lo más parecido a un fruto prohibido es el odio. La finca rebosa de vida. Hay algunas de las personas beneficiadas por el proyecto de desarrollo productivo haciendo sus labores. Doña Amalia es una de ellas, “hagamos una ruta, les muestro”, dice con gran hospitalidad. “Aquí tenemos cerdo, gallina, cultivo”, cuenta la lugareña mientras enseña con orgullo el lugar. “Gracias a ella que se encarga de buscar estos proyectos, conseguirlos y que sigan adelante”, dice al dedicar una sonrisa cómplice a Nancy Arias, la lideresa del proyecto o, mejor dicho, la que se ha encargado de todos los trámites y procesos farragosos para conseguirlo. La persona que ha luchado frente a la pesada burocracia y la administración.
La experiencia de una larga trayectoria de trabajo social le ha concedido a Nancy los galones necesarios para ser la representante legal de la Asociación de Desplazados del Sur del Tolima —ASODESUR—, y hacer presencia en el lado más institucional de la representación de las víctimas: es la coordinadora municipal de la Mesa de Víctimas Departamental (Tolima), y también tiene un cargo como delegada en la Mesa Nacional de Víctimas.
“Educación, generación de ingresos y empleabilidad”
“Es bueno conocer los avances que las mujeres hemos venido realizando desde el conflicto, cómo hemos podido salir adelante con nuestros trabajos, nuestros hijos. Sin educación, sin conocimiento y aun así hemos progresado. En la Mesa Departamental le digo a las muchachas que peleemos por tres cosas: educación, generación de ingresos y empleabilidad. Si a mí me dan cinco minutos en un escenario no me los voy a gastar en pedir ayuda humanitaria, no vale la pena”. El estilo directo de Nancy para “exigir recursos y no limosna” es lo que tanto gusta a un sector y tan poco a otro: «usted mismo sabe que cuando se habla con claridad y responsabilidad, lo quieren callar a uno». Imagen de ello es el guardaespaldas que ampara discreto la escena desde la media distancia.
La implicación incansable de Nancy con la reparación integral de las personas afectadas por el conflicto la han catapultado —con una larga trayectoria de por medio— a la Mesa de Víctimas Departamental del Tolima. Ese camino de años forjando conocimiento y emprendimiento para contribuir a la comunidad empieza a tomar un matiz más formal con la aparición de la Ley de Víctimas: “cuando sale la ley 1448 cambia todo el escenario en el tema de convocatorias y procesos. Empecé a leer y ver qué riesgo tenía al manejar un recurso mal ejecutado: empecé a analizar y a aprender a protegerme a mí misma… Ver hasta dónde podía apoyar a una persona, porque si no, puede que no estuviera aquí, contándole esto a ustedes”. Los primeros proyectos que Nancy obtuvo con la Asociación de Desplazados del Sur del Tolima fueron impulsados sobre todo por la ilusión —e incluso la ingenuidad—, que con el paso de los años se ha traducido en firme compromiso: “las líderes tenemos esa voz para replicar y juntarnos para salir adelante. Pero también tenemos un gran reto”. Le tocó comprobar bastante rápido ese desafío del que habla. Las amenazas no se hicieron esperar, pero ella nunca se ha amedrentado.
“La guerra es un monstruo que cuando llega, ataca a cualquier sector”
“Puerto Saldaña era un corregimiento con 45 veredas y un lugar con un gran auge económico, había mucha plata. Todo lo que se producía era muy comercializado, cualquier persona que llegaba a ese pueblo salía adelante. Era un sitio tranquilo —a pesar de que se escuchaban rumores—, había gente muy trabajadora, resultaba un pueblo muy bueno para el comercio” rememora Nancy. Quizás por eso nunca le hizo falta “saber demasiado de nada”, aprender labores para su autonomía era algo que sonaba aburrido. Prefería salir a hacer deporte, dormir y socializar: su don de gentes reafirma el último punto. Como buena puerto-saldañesa, Nancy tiene la propensión a ejercer de relaciones públicas, a ser una comerciante innata: en su veintena ya tenía una carnicería propia y administraba un depósito de cerveza y gaseosa con un mayorista.
A principios de octubre de 1998, la comerciante se acercó a Rioblanco a cobrar unos cheques. Fue el mismo día en el que las FARC hicieron una nueva incursión en Puerto Saldaña: “volviendo iba por La Cascada y vi a unos niños en pijama, otros en calzoncillos y descalzos. Reconocí a varios de los pequeños por haber tenido contacto en la carnicería. Paré un momento y les pregunté que dónde estaban sus familias, a lo que me respondieron que había venido la guerrilla”. Ese mismo día a las seis de la tarde Nancy emprendió su marcha forzosa de Puerto Saldaña: “me llamó mi hermano y me dijo que sacara a nuestros padres y a los niños de allí. Que ya hablaríamos después sobre lo que estaba pasando”.
La lideresa rememora el desconcierto del momento, no fue fácil conseguir un transporte con la presión añadida de ver cómo “la guerrilla venía bajando por la derecha”. Nancy y su familia lograron partir, pero el farragoso camino no había hecho más que empezar: la llegada a Rioblanco fue todo un golpe de realidad. “Así que la guerra es esto”, pensó cuando vio la escuela del municipio llena de gente que, como ella, huía de la violencia. “Para la guerra no se está preparado. Eso no tiene edad, ni para eso tiene usted estatus, ni plata. La guerra no mide todo eso. La guerra es un monstruo que cuando llega, ataca a cualquier sector”, concluye Nancy.
“¿Cómo es posible que un hombre se sienta capaz de violar a una mujer?”
Las estructuras patriarcales y la cultura machista trascienden las dinámicas bélicas y establecen sus lógicas y mecanismos transversales en los cuerpos de las mujeres, reducidas a una unidad territorial conquistable: paralelamente al conflicto armado, existe una guerra particular contra las mujeres.
El 26 de marzo del 99 fui a trabajar y vi unos tipos que bebían y entraban y salían, pero una cosa así sin más. Ese día salí de trabajar a las dos de la mañana, era una noche muy oscura. Yo vivía cerca de un club, donde tenía una pieza, estábamos todos ahí. Estaba ya en la vuelta de la esquina del club y me cogieron dos tipos. Iban con armas largas, y de ahí me arrastraron a la puerta del local. Esos fueron momentos difíciles, estaba embarazada de mi hija, estaba de cinco meses. Abusaron de mí. Cuando les daba el reflejo de la luz se notaba que tenían puro corte militar.
Justo a los tres meses del desplazamiento que la llevó hasta Rioblanco, Nancy —viendo cómo persistía e incrementaba el conflicto en su corregimiento— tomó la decisión de marcharse hacia Chaparral. En enero de 1999 llegó a su nuevo pueblo, un lugar al que se aventuró a ir pese a no conocer a nadie, un nuevo escenario para emprender una nueva vida. También para darla: Nancy se fue de Rioblanco en embarazo. Sin dinero ni contactos, preñada y con familia a su cargo —con el peso de haberse separado y ocuparse íntegramente del cuidado de sus hijos—, encontró trabajo en “El Delfín”, un local que describe como “un tomadero”. Allí tuvo un pleito con un grupo de paramilitares y personas afines a ellos que se iban siempre sin pagar. Algún tiempo después decidieron restaurar su masculinidad frágil —su virilidad les impide que una mujer pueda enfrentarse a ellos— y decidieron recordarle que vive en una nación concebida por y para los hombres. El silencio, como parte de la revictimización, fue el modo en el que Nancy canalizó su ira reprimida.
Yo vivía con rabia con los hombres que se me atravesaban. Por la forma que yo me preguntaba… ¿cómo es posible que un hombre se sienta capaz de violar a una mujer?
…
Quince años después, hablé por primera vez sobre mi caso de violación. Decidí declarar los hechos ante la personería. Narrar lo sucedido me hizo enfrentarme al dolor y la rabia que seguía sintiendo. Progresé, y ya no dejé de contar: incluso participé en un taller y círculos de estudio para mujeres víctimas de agresión sexual.
“Lo único que no tiene precio es la tranquilidad”
En un paraje idílico Nancy tiene la capacidad de convertirse en la protagonista de la bucólica escena. Firme y sosegada explica su día a día: además de ser líder de ASODESUR y de la Mesa de Víctimas Departamental, trabaja para el sustento económico de su familia, estudia psicología y recursos humanos, y va a clases de inglés. “Mis hijos están mayores, pero igualmente me llaman para darme quejas y ahí estoy yo”, dice entre risas. Compatibilizar todo —incluido el papel de madre— se le hace complicado, pero Nancy, como una gran parte de las mujeres, se ha visto obligada a desarrollar la capacidad de la omnipresencia:
Cuando salimos de nuestro territorio, las mujeres fuimos madre, padre, buscamos nuestros trabajos. Éramos todo. Si usted mira el registro de víctimas, son muchas las madres que aparecen encabezando el hogar. La mujer es quien anda más con los pies en la tierra, viendo lo que se quiere y para dónde se va. Nosotras hemos cogido un empoderamiento en todo el sentido: en el tema de emprendimiento, de los negocios, hasta en el manejo de la plata.
La humedad en la finca hace que la sensación térmica se sienta más elevada de lo que realmente es. La lideresa se sirve un vaso de bebida refrescante y toma un panecillo dulce para reponer fuerzas. “Como Nancy Arias, ese acuerdo no me cobija. Aun así, voté un sí en el plebiscito, pero a mí el acuerdo, como víctima, no me representa». Va más allá: ni le representa el acuerdo ni ser víctima. Es útil reconocerse como tal en aspectos legales, pero para Nancy el término desprende un matiz pasivo con el que no se siente cómoda:
Hay muchas cosas que no comparto con la palabra víctima. A mí esa palabra no me gusta. Me vienen y me dicen: ‘Ay pobrecita…’ Pues no. Me muevo, tengo pies y manos para volver a hacer. No me puedo dejar revictimizar. Perdí una condición económica con el desplazamiento, pero ahora tengo conocimiento, que vale más. Hay que tratar de empezar a cambiar la connotación de víctima, no puede seguir siendo la que es. Si nos dan la oportunidad de hacer algo, utilicémoslo para avanzar.
Para seguir adelante, Nancy se decanta por la verdad como revulsivo. “Estamos apostando al tema de la verdad, de la búsqueda de personas desaparecidas, dando impulso a la Comisión de la Verdad. Más que darme un recurso yo tengo que saber la realidad. Desde los territorios que fueron tan afectados, desde Puerto Saldaña, queremos conocer por qué”. En una zona roja, las respuestas se cotizan al alza. Para Nancy, cada elemento se retroalimenta del otro. En este caso, la libertad radica en poder estar en calma y sin miedo en tu propia casa, en tu propia tierra. En saber la historia para no repetirla. “Lo único que no tiene precio es la tranquilidad”, asevera emotiva la lideresa.