En una sociedad polarizada como en la que estamos parece que todo tenga que ser dicotómico, un conmigo o contra mí. Esto no iba a ser diferente en la educación, venimos asistiendo a debates sobre si llevamos al aula novedades metodológicas diversas o es mejor el método tradicional, si libro de texto o no, que si emociones o disciplina… como si se nos hubiesen olvidado las diferentes tonalidades de grises.
Entre los últimos debates, o diría divisiones (ojalá fueran debates constructivos, pero estos parecen una práctica en extinción) está si apostar por las tecnologías de la información y comunicación (TIC) o inclinarse hacia una apuesta por el medioambiente. Como si fuesen decisiones antagónicas.
Nadie duda de que estamos en una sociedad digitalizada, una digitalización que aceleró sus tiempos a marchas forzadas por la pandemia. La tecnología se ha ensalzado al mayor de los pedestales y sobre ella se pone la fe de todos los temores mundiales: desde el alcance de la amortalidad de Harari hasta la salvación de las consecuencias del cambio climático.
También hay detractores absolutos de la tecnología, pero basta echar un vistazo a nuestros discentes para saber que tienen acceso a un móvil propio en edades cada vez más tempranas, o que la adolescencia se mueve entre tribus digitales (influencers, instagramers, youtubers, streamers, casters, etc.) y la función educativa de los docentes en este aspecto es dotarlos de herramientas y concienciación sobre, por ejemplo, la identidad o huella digital, el cómo se comparten datos o información personal, cómo en función de esa información podemos ponernos en peligro digital por malas prácticas como grooming o phishing o, incluso, poner en peligro la integridad física. Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas la protección no solo tiene que ser jurídica ni policial, sino que debemos capacitar a los ciudadanos para que sepan también autoprotegerse y proteger la privacidad de los demás.
La Lopdgdd establece que los menores a partir de 14 años adquieren autonomía para consentir el tratamiento de sus datos personales en los servicios digitales. Por lo tanto, omitir formaciones en bienestar digital, identidad, protección de datos, diferenciación de fuentes fiables o cualquier otra relativa a la competencia digital sería, además de una falta de responsabilidad, no dar cumplimiento de la ley al no trabajar esa competencia digital.
Este curso, al igual que el anterior los “planes digitales” de centro han sido los documentos que más dolores de cabeza han dado a los docentes; unos planes digitales que trataban de apostar por el buen uso de la tecnología con un sentido pedagógico y de seguridad, y no la mera dotación de recursos materiales como síntoma de innovación educativa. Tendremos que esperar para ver si esos planes se ajustan dando respuesta al Marco de Competencia Digital Docente (MCDD).
El MCDD contempla también, entre otros aspectos, el compromiso y la responsabilidad profesional, la compartición de recursos, los recursos educativos abiertos (REA) como forma de compartición, las licencias y software libre como forma de accesibilidad e inclusión del alumnado al margen de su nivel económico, contempla la netiqueta, la gestión de datos y la privacidad, y términos como el “bienestar digital”. Así pues, la tecnología o la incorporación de las TIC al aula responden a una demanda de nuevos estilos de vida, pero el MCDD responde a la necesidad de dotar de herramientas y coherencia a dichas demandas.
Tecnología y sosteniblidad
Decantarse por la tecnología no tiene que ser opuesto a la sostenibilidad, sino más bien complementario. El pasado 10 de noviembre durante la COP27 el propio Antonio Guterres presentaba el nuevo inventario de Climate Trace con 70.000 puntos de emisión de gases de efecto invernadero (G.E.I) que puede visualizarse gracias a la tecnología de satélites, teledetección e Inteligencia Artificial (I.A). He aquí un ejemplo de la tecnología al servicio de la lucha contra la degradación del medio ambiente.
Como sociedad también debemos ser conscientes de que las redes sociales y nuestra huella digital, las cookies y los algoritmos sesgan muchas veces la información que nos llega, así que, poder buscar fuentes fiables y no ser objeto de manipulación requiere de una buena competencia digital.
Por otro lado, las redes sociales, más allá de los peligros evidentes, permiten la conexión de personas distintas en diferentes lugares, permiten que estas puedan organizarse y colaborar. Así mismo, si queremos una sociedad que sea consciente de la huella de carbono que genera la tecnología debemos hacerla consciente de ella para que haga un uso eficiente y responsable, esto también se recoge en el MCDD. Dentro del punto 1.5 se hace referencia directa al impacto medioambiental de las tecnologías; de forma textual el indicador reza: “Realiza un uso racional de las tecnologías digitales encaminado a reducir el impacto en el medioambiente aplicando las políticas de uso de las tecnologías establecidas en el centro”.
En la conciencia social generalizada la nube como algo inmaterial se considera no contaminante y sólo, en algunos casos, se asocia huella de carbono a digitalización en lo relativo a la fabricación de los dispositivos digitales (se estima que un dispositivo para leer libros electrónicos debería ser usado para leer 332 títulos de 110 páginas cada uno para que su impacto ambiental sea inferior a la de la misma cantidad de libros en papel). Sin embargo, se pueden escapar al conocimiento general datos como el que un simple correo electrónico produce, según CleanFox, alrededor de 10 gramos de C0₂ al año y solo se abren un 10 % de los mensajes que se reciben de newsletters o que la basura de los archivos inútiles almacenados en la nube supone 600 toneladas de C0₂ y eliminarlos o recuperarlos tendría un impacto equivalente al de plantar 10.000 árboles. He aquí otro ejemplo en el que la formación sobre uso efectivo de la tecnología ayudaría a la sostenibilidad.
Según Josep García, de WebsiteToolTester, para crear un sitio web que no contribuya al calentamiento global deberíamos asegurarnos de que su contenido cargue rápidamente, con imágenes más livianas y destaca que la experiencia del usuario es fundamental pues cuánto antes encuentre lo que busca en la web menos energía consumirá.
Una ciudadanía con buena competencia digital puede, no solo ser más colaboradora, correr menos riesgos de fraude digital, saber discernir información para no ser manipulada mediante fake news o redes sociales con influencers pagados, sino que además puede contribuir a la reducción de la huella de carbono. Sin embargo, considero que todavía estamos muy lejos de esta competencia íntegra que conllevaría el cumplimiento del mencionado MCDD, para ello necesitaríamos una mayor madurez que permitiese la altura de miras necesaria para relacionar el buen uso de la tecnología y la conciencia ambiental asociada, tal y como se cita en la Lomloe: la digitalización de los entornos de aprendizaje hace preciso que el alumnado haga un uso seguro, eficaz y responsable de la tecnología que, junto con la promoción del espíritu emprendedor y el desarrollo de las destrezas y técnicas básicas del proceso tecnológico, facilitará la realización de proyectos interdisciplinares cooperativos en los que se resuelva un problema o se dé respuesta a una necesidad del entorno próximo, de modo que el alumnado pueda aportar soluciones creativas e innovadoras a través del desarrollo de un prototipo final con valor ecosocial.
Según el reciente estudio ‘Tecnologías digitales en Europa: un enfoque medioambiental del ciclo de vida’ impulsado por el grupo Los Verdes/Alianza Libre Europea en el Parlamento Europeo Los dispositivos de usuario final son los de mayor impacto, al generar entre el 90% y el 54% de las repercusiones en función del indicador. Esto se debe al gran número de dispositivos que figuran en todas las categorías. A ello hay que sumar el consumo de energía. Por lo tanto, atajar el problema medioambiental en relación a las tecnologías requeriría una actuación en varios ámbitos. Primeramente, es fundamental aumentar la concienciación medioambiental de fabricantes y usuarios. Por otro lado, habría que tratar debidamente los residuos. Existen iniciativas para fomentar la circularidad como la Estrategia de Economía Circular publicada en 2020 pero que hasta el momento no ha dado resultados suficientes. Luchar contra la obsolescencia programada sería otro pilar fundamental en este aspecto, dado que los residuos electrónicos podrían alcanzar los 75 millones de toneladas de aquí a 2030 según la Unitar.
Por lo tanto, ninguna duda cabe que tecnología y medioambiente convergen en sinergias, y si bien la formación del usuario final es fundamental y la competencia digital conlleva ese conocimiento tanto para el uso efectivo como para ser consciente de la huella de carbono, la mejora de la eficiencia de los dispositivos es necesaria para reducir emisiones por consumo de energía tal y como ha reconocido la Unión Europea en el Informe de prospectiva estratégica 2022 Hermanamiento de las transiciones ecológica y digital en el nuevo contexto geopolítico: los estudios muestran que el consumo eléctrico de las TIC seguirá creciendo, impulsado por el aumento del uso y la producción de dispositivos de consumo, la demanda de las redes, los centros de datos y los criptoactivos. Dicho informe se publicó en base a la información previa del Join Research Centre.
En definitiva, en la educación como en la vida la escala de grises es una opción casi siempre acertada, la sostenibilidad es el equilibrio que nos permitirá sobrevivir como especie, y mientras la alcanzamos, en un sistema que no se rige por ella como principio, deberíamos aprovechar otras vertientes que se nos ofrecen y educar buscando ese equilibrio sostenible en las demás escenas de la vida.