Conocí personalmente a Melina en el otoño de 2016, cuando quiso visitar las aulas del proyecto «Horizonte 2020», que estábamos desarrollando en Jesuitas Educación. Axel Rivas, director de la prestigiosa Universidad de San Andrés (UdeSA) y amigo común, se encargó de que la atendiera personalmente porque estaba seguro de que nos gustaría conocernos y de que conectaríamos mucho. Y así fue. Tanto que, al finalizar la visita, Melina (Meli, como era conocida) me propuso ser uno de los oradores del TEDxRíodelaPlata del año siguiente. La única condición que me puso fue que debía estar dispuesto a dejarme guiar para aprender, lejos de la postura de ir allí con un relato prefijado. Esa visión del aprendizaje, como un camino conjunto en el que enseñar y aprender son partes indivisibles de un proceso generoso y abierto que nunca termina, es una de las convicciones educativas de Melina, y caracterizó todas sus propuestas. De hecho, no he dejado de aprender a su lado en todas las ocasiones en que nos hemos encontrado, hablado, paseado, explorado y querido. Siempre me he sentido a su lado como el «compañero de sueños por una educación más justa y luminosa, con la alegría de compartir el camino juntos», como me escribió en una ocasión.
Su actitud vital se sintetiza en la frase «Meli, viviste enseñando y enseñaste viviendo», que escribió su amigo Christián Carman en un panel participativo que se construyó en la multitudinaria ceremonia de despedida en Buenos Aires, y que ha sido difundida por otros asistentes. No es casualidad que el último libro que publicó en vida haya sido «Curiosidad extrema», escrito a seis manos con sus hijos gemelos de doce años, Ian y Galo, acompañados por la mirada inteligente e irónica de Fabio, su pareja, que estuvo a su lado durante estos dos años de enfermedad de una manera admirable. El libro es un divertido experimento que recoge la manera habitual en que Meli se relacionaba con sus hijos, proponiendo siempre preguntas para investigar de manera conjunta y divertida. Puedo dar fe de la mente curiosa y creativa de sus hijos en el entorno familiar, y cómo esa actitud de Meli se expandía en su vida familiar y profesional, con una actitud amorosa y comprensiva, que siempre enfatizaba el potencial de sus interlocutores, ya fueran alumnos, colegas o amigos. Cuando publicó «Las preguntas educativas entran a las aulas», en colaboración con su amiga Emi Larsen, me insistía en el potencial que suponía esta estrategia de empezar siempre por preguntas, una de sus estrategias clave, y no dando todas las respuestas por adelantado, como también defendíamos en el proyecto «Horizonte 2020».
Ella tuvo una formación excelente en el prestigioso Colegio Nacional de Buenos Aires, en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Columbia en Nueva York. Desde su formación en Biología y como científica, profundizó en el conocimiento pedagógico, especialmente en la didáctica de la ciencia, al mismo tiempo que desarrollaba su docencia en la Universidad de San Andrés en Buenos Aires. Colaboró en muchos proyectos de mejora de las prácticas pedagógicas, publicó numerosos artículos científicos, divulgativos y charlas TED. Una de sus pasiones era la participación en el proyecto «Aprender de Grandes», junto a su gran amigo Gerry Garbulsky, una de las personas más imaginativas y creativas que he conocido, quien formaba una pareja fraternal y profesional con Melina, y que, junto con otros amigos igualmente involucrados en la magia del pensamiento, el aprendizaje y un profundo cariño, lloran ahora su pérdida irreparable.
Ella nunca decía que no a una propuesta de colaboración en proyectos dirigidos a mejorar la educación, especialmente si tenían como objetivo mejorar los sectores sociales más vulnerables.
Cuando Melina me propuso, a principios de 2022, escribir un libro para la colección de educación de la editorial Siglo XXI de Argentina, que ella dirigía, sentí todo el peso de esa fuerza que la caracterizaba. Ella nunca decía que no a una propuesta de colaboración en proyectos destinados a mejorar la educación, especialmente si se enfocaban en los sectores sociales más frágiles. Solo se detuvo un poco cuando le diagnosticaron el cáncer en junio de 2022, y su cuerpo le fue mostrando la urgencia de bajar el ritmo. No pude resistirme a aceptar su encargo. Ella me transmitía fuerzas porque creía que, tras más de cuarenta años como docente y directivo, debía aportar mi granito de arena. Escribí «Educar para la vida». También creo que ese impulso es una parte de su legado. Todos podemos y debemos contribuir. Todas las ideas que nacen de la inquietud y de las preguntas forman parte de los aprendizajes, de los cuales podemos sacar provecho para mejorar nuestro entorno.
Todos sus libros son muy útiles para aplicarlos a las prácticas pedagógicas. «Enseñar distinto», publicado en 2021, se ha convertido en un verdadero éxito de ventas. Y no es de extrañar, porque es un reflejo apasionante de su manera de entender y aplicar los procesos de enseñanza y aprendizaje. Melina no destruía el camino del que venimos los docentes en nuestras prácticas. Solo nos estimulaba para que nos diéramos cuenta de que «parte de aprender a aprender implica entender cuál es el desafío que tenemos por delante», como escribió en «Guía para criar a hijos curiosos», un libro imprescindible para la docencia.
Siento una enorme tristeza, congelada, y a la vez una inyección de fuerzas cuando vuelvo a leer la dedicatoria que me escribió en su último libro, que me regaló durante los días del pasado mes de abril que pasé en su casa en Buenos Aires. Tras una frase más personal, terminaba con «…por muchos más encuentros», que volvió a reiterar el pasado 24 de agosto, cuando deseaba que nos diéramos un abrazo el próximo noviembre, cuando vuelva a Buenos Aires.