Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
En noviembre de 1939 Albert Camus escribió un artículo periodístico que debió publicarse a finales de ese mes en Le Soir Républicain. Décadas más tarde, una periodista de Le Monde, Macha Séry, lo descubrió en los Archivos Nacionales de Ultramar en Aix-en-Provence. Apenas se publicó el 18 de marzo de 2012. Se titula: Los cuatro mandamientos del periodismo libre.
En ese contexto de opresión a las libertades, durante la Segunda Guerra Mundial, Camus propuso cuatro medios para resistirse y preservar la libertad: la lucidez, el rechazo, la ironía y la obstinación.
Camus propugnaba por la lucidez frente al odio y el culto a la fatalidad. La resistencia frente a la guerra, la desesperación, la estupidez, la deshonestidad y el servicio a la mentira. La ironía, afirmaba, “se vuelve un arma sin precedentes contra los demasiados poderosos”. Aseguraba: “Una verdad enunciada en tono dogmático es censurada nueve veces sobre diez. La misma verdad dicha agradablemente no lo es más que cinco veces sobre diez”. Y es la obstinación, aunque sea mínima, precisamente, lo que permite sostener a las otras tres.
Agregaría que estos medios o escudos son vigentes hoy y se amplían a otros campos, como el académico, frente a la volatidad o liquidez de estas sociedades nuestras dominadas por la fugacidad y la insustancialidad. El rechazo a la guerra sigue vivo, pero tendríamos que sumarle el rechazo a la violencia de todos tipos, en las calles y en los discursos desde el poder; el rechazo a la pobreza, a la inequidad, a la insensibilidad, al acoso que sufren hoy las universidades en países como Argentina y México.
Frente a gobiernos autoritarios como estamos experimentando en varios países de América Latina, surgen preguntas acuciantes sobre la salud de nuestros sistemas democráticos, la libertad ciudadana, la cultura política y el papel de los sistemas educativos, especialmente las universidades y sus académicos de carrera, aquellos que dedican su vida laboral a la docencia, la investigación y la extensión cultural.
Hay muchas aristas para reflexionar sobre ese núcleo problemático y faltan tiempo e ideas para resumirlas en tan pocas líneas. Me detendré en el papel de los académicos o intelectuales en la vida universitaria.
De académicos e intelectuales
Umberto Eco, en un artículo señero, afirmaba: el intelectual es una persona que desarrolla una actividad creativa. Después clasificaba en tres los modelos de intelectual: Ulises, en la Iliada, asume como un intelectual “orgánico” cuando Agamenon le pregunta cómo conquistar Troya e inventa la idea del caballo, luego se dedica a pasear por los mares. El segundo modelo es Platón, quien piensa que los filósofos pueden enseñar a gobernar. El tercero es Aristóteles, preceptor de Alejandro. Finalmente agrega a Sócrates, cuando le reclaman por qué no lo incluye.
El concepto de «intelectual» ha sido definido y comprendido de diversas maneras a lo largo de la historia, dependiendo del contexto cultural, histórico y filosófico. Véamos algunos.
- Intelectual como pensador público, que participa activamente en el debate abierto, utilizando su conocimiento y habilidades críticas para influir en la sociedad. Este concepto se popularizó en el siglo XX, especialmente en el contexto de debates políticos y sociales. Un ejemplo legendario es el el llamado caso Dreyfus, donde jugaron un papel estelar figuras públicas como Émile Zola y su célebre artículo J’accuse.
- Intelectual como crítico social: no solo posee un alto nivel de conocimiento, también lo utiliza para criticar y desafiar las estructuras de poder, las normas sociales y las ideologías dominantes. Pierre Bourdieu, por ejemplo, veía a los intelectuales como agentes capaces de desnaturalizar lo dado, es decir, de cuestionar lo que se acepta como normal y evidente en la sociedad.
- Intelectual como productor de conocimiento: en un sentido más académico, intelectual es alguien que se dedica a la producción de conocimiento, ya sea en las ciencias, las humanidades o las artes. Este conocimiento se genera a través de la investigación, la reflexión y el análisis riguroso, y se comparte a través de publicaciones, conferencias y otros medios. Esta visión está más asociada con el papel del académico o investigador.
- En algunos contextos el intelectual es visto como una figura con un deber ético, responsable de promover la justicia, la verdad y los valores humanitarios. Esta concepción se asocia con figuras como Martin Luther King Jr., quienes, además de sus logros en los campos respectivos, también fueron conocidos por su activismo y defensa de principios morales universales.
- Intelectual orgánico: el concepto desarrollado por Antonio Gramsci, que se refiere a los intelectuales emergentes de una clase social específica y que actúan como sus representantes y defensores. A diferencia del intelectual tradicional, que podría estar desconectado de las realidades sociales, el intelectual orgánico está profundamente arraigado en las luchas y aspiraciones de su clase social.
- Intelectual como crítico cultural: se percibe como alguien que analiza, interpreta y critica la cultura, incluyendo las artes, literatura y medios de comunicación. Es influyente en la formación de opiniones sobre la cultura dominante y en la promoción de corrientes alternativas.
Desafíos de los intelectuales
Entre los principales desafíos de los intelectuales, especialmente de los profesores universitarios, en contextos de democracias acotadas, gobernantes autoritarios y predominio de poderes fácticos, con aparatos de justicia falibles, encontramos la necesidad de criticar al poder: una de las tareas más tradicionales pero aún relevantes, promoviendo el debate y la reflexión en torno a injusticias y desigualdades.
La promoción del pensamiento crítico se ha vuelto casi lugar común en los discursos universitarios, pero debe efectuarse, aunque a veces sean sus propias autoridades quienes la inhiban.
La defensa los derechos humanos y la justicia social, así como la participación en el debate público, a través de artículos, libros, conferencias, o incluso mediante las redes sociales, un espacio cada vez más relevante e influyente para el intercambio de ideas.
Pero quizás el más importante de todos retos lo expresara también Umberto Eco, cuando afirmaba que no deberían concebirse a sí mismos como oráculos. Su mensaje es vehemente: “El intelectual en el que pienso tiene también ese deber: no debe hablar contra los enemigos de su grupo, sino contra su grupo. Debe ser la conciencia crítica de su grupo. Romper las convenciones. De hecho, en los casos más radicales, cuando un grupo llega al poder por medio de una revolución, el intelectual incómodo es el primero en ser guillotinado o fusilado”.
Un poco de ese intelectual descrito por el sabio piamontés, sin final infeliz, nos vendría bien para combatir la epidemia de autoritarismos -de derechas e izquierdas- que se expanden por el continente latinoamericano, para zafarnos de este monólogo de autocomplacientes y cínicos.