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El informe Infancia, adolescencia y bienestar digital, elaborado por UNICEF España en colaboración con la Universidad de Santiago de Compostela, el Consejo General de Ingeniería Informática y Red.es, ofrece un diagnóstico exhaustivo sobre cómo el entorno digital está influyendo en la salud y la convivencia de niñas, niños y adolescentes. El estudio se basa en una macroencuesta a más de 75.000 escolares de entre 10 y 20 años de todo el país y constituye uno de los análisis más amplios realizados en Europa sobre bienestar digital.
Salud mental en cifras: el bienestar emocional, en retroceso
El informe revela que el 14,2% del alumnado presenta síntomas de malestar emocional, una cifra que se eleva al 18,7% en las chicas y se concentra especialmente en los cursos de Bachillerato y Formación Profesional. Entre los síntomas más frecuentes se encuentran la ansiedad (13,7%), la depresión (13,1%) y la somatización (9,1%), es decir, la manifestación física del estrés psicológico.
Además, el 7,4% presenta un riesgo suicida elevado, proporción que se duplica en las chicas (10,1%) frente a los chicos (4,3%).
En los últimos 12 meses, uno de cada cinco adolescentes (20,7%) ha tenido pensamientos de muerte y un 6,5% ha intentado quitarse la vida. El informe subraya que estos datos deben interpretarse como señales de alarma y motivo de intervención prioritaria en salud mental infanto-juvenil.
Los resultados también muestran una baja satisfacción vital en una parte importante de la población joven: el 18,2% del alumnado expresa una satisfacción vital baja, especialmente entre las chicas (22,4%) y el alumnado de formación profesional (28,9%).
La calidad de vida percibida alcanza una media de 7,24 sobre 10, pero las chicas puntúan significativamente por debajo de los chicos, tanto en bienestar físico (6,16 frente a 7,26) como en bienestar psicológico (6,91 frente a 7,68).
Los expertos advierten que estos indicadores reflejan una creciente fragilidad emocional y física en las nuevas generaciones, vinculada en parte al uso intensivo y desregulado de la tecnología.
Redes sociales, presión y desconexión: un equilibrio difícil
El 92,5% de las y los adolescentes está registrado en al menos una red social, y tres de cada cuatro en tres o más. Plataformas como WhatsApp, YouTube, TikTok e Instagram son las más populares.
El 5,7% del alumnado presenta un patrón de uso problemático de redes sociales, caracterizado por una conexión excesiva, pérdida de control y malestar cuando no se puede acceder a ellas. Este fenómeno afecta especialmente a las chicas (7,2%) y aumenta con la edad, alcanzando el 7,7% en Bachillerato.
El impacto psicológico es evidente: quienes muestran este uso problemático triplican las tasas de malestar emocional y presentan peor calidad de vida y apoyo social. Además, más de la mitad del alumnado siente necesidad de desconexión digital, reconociendo que el móvil “ocupa un papel demasiado importante” en su vida.
El inicio del uso del teléfono móvil se sitúa en los 10,8 años, y el 41% de los menores duerme con el dispositivo en su habitación, casi la mitad de ellos utilizándolo de madrugada. Estos hábitos, según el informe, se relacionan con la fatiga mental, la pérdida de sueño y una mayor exposición a riesgos online.
Conductas de riesgo digital: sexting, pornografía y violencia online
El informe alerta de un aumento de prácticas de riesgo digital. El 14,9% del alumnado ha participado en sexting pasivo (recibir contenido sexual) y el 6,4% en sexting activo (enviar ese tipo de contenido). Las presiones para enviar fotos o vídeos sexuales son casi el doble entre las chicas (12,5%) que entre los chicos (5,3%).
Además, el 58% de los adolescentes ha hablado con desconocidos en Internet y uno de cada siete ha quedado en persona con alguien conocido solo online. El 7,8% ha recibido alguna proposición sexual por parte de un adulto, porcentaje que sube al 9,4% entre las chicas.
En cuanto al consumo de pornografía, el 29,6% del alumnado la ha visto alguna vez, y el inicio medio es a los 11,5 años.
Los chicos (42,3%) triplican a las chicas (16,7%) en consumo, y un 20,7% de quienes la consumen lo hacen de forma problemática, asociándose con mayor malestar emocional y sexting. El 57% considera que la pornografía trata peor a las mujeres que a los hombres, una percepción mucho más común entre ellas (74,8%) que entre ellos (50,5%).
La violencia digital en parejas adolescentes afecta al 31% del alumnado con pareja, y una de cada tres chicas dice haberla sufrido al menos una vez al mes. Las conductas más comunes son el control de amistades, revisión del móvil o amenazas online, con mayor incidencia en Bachillerato y FP.
Convivencia familiar y escolar: vínculo protector frente a los riesgos digitales
El informe subraya que el entorno familiar y escolar sigue siendo el principal factor de protección frente a los riesgos del mundo digital. A pesar de los problemas detectados en el uso de la tecnología, la mayoría de los niños, niñas y adolescentes mantiene una valoración positiva de su entorno cercano: la satisfacción con la relación familiar alcanza una media de 8,8 sobre 10, y la percepción del clima escolar también se sitúa en niveles altos. Estos vínculos actúan como amortiguadores del malestar emocional y reducen la probabilidad de que se desarrollen conductas problemáticas relacionadas con las pantallas.
Sin embargo, el estudio revela tensiones importantes dentro del ámbito familiar. Ocho de cada diez hogares declaran haber vivido algún tipo de violencia filio-parental, sobre todo verbal, aunque también aparecen episodios de agresión física. Este fenómeno es más frecuente en los chicos, que tienden a expresar la frustración de forma externa, mientras que las chicas canalizan el malestar mediante aislamiento o conflictos emocionales. Los adolescentes que ejercen o sufren violencia familiar presentan niveles de malestar emocional tres veces superiores al resto, lo que pone de manifiesto la estrecha relación entre convivencia, regulación emocional y uso problemático de las tecnologías. Cuando el clima en casa se deteriora, la tecnología se convierte con frecuencia en una vía de escape, un refugio que amplifica la desconexión entre padres e hijos.
El modo en que las familias abordan el uso digital es igualmente determinante. La mayoría de los progenitores conversa con sus hijos e hijas sobre los riesgos de Internet, pero todavía una parte importante evita imponer normas o límites claros sobre el tiempo de conexión o el tipo de contenidos que pueden compartir. Este patrón de acompañamiento, basado más en la confianza que en la supervisión, puede resultar insuficiente en las edades más tempranas, cuando aún no se han desarrollado habilidades de autorregulación. A ello se suma el ejemplo que ofrecen los propios adultos: el informe recoge que los adolescentes cuyos padres utilizan el móvil durante las comidas o lo mantienen en el dormitorio duplican la probabilidad de presentar conductas de riesgo o uso problemático de redes sociales. La coherencia entre discurso y práctica familiar aparece así como un elemento central para construir hábitos tecnológicos saludables.
La escuela, por su parte, se configura como un segundo espacio de referencia y un entorno clave de detección temprana. La mayoría del alumnado expresa una buena relación con sus profesores y compañeros, pero uno de cada cuatro declara haber sufrido acoso o victimización escolar, y el 8,3% ha sido víctima de ciberacoso. Los efectos de estas experiencias son profundos: quienes las padecen muestran niveles de ansiedad y depresión cuatro veces superiores y una notable pérdida de bienestar subjetivo. El paso del acoso presencial al entorno digital agrava el impacto, ya que la humillación o la exclusión social se vuelven continuas, sin límites de tiempo ni espacio.
El informe subraya que las escuelas con programas de convivencia sólidos, donde se promueve la participación del alumnado y la mediación entre iguales, presentan índices significativamente menores de violencia y malestar emocional. La presencia de docentes formados en competencias digitales y en salud mental contribuye además a detectar señales tempranas de sufrimiento, como el aislamiento, el descenso en el rendimiento o la exposición excesiva a redes. UNICEF insiste en que la educación emocional y la alfabetización digital deberían integrarse de forma transversal en la vida escolar, no como contenidos aislados, sino como herramientas cotidianas de convivencia.
La cooperación entre escuela y familia aparece como una condición esencial. Cuando ambos entornos trabajan de manera coordinada, los adolescentes muestran mayor capacidad de autorregulación y menor vulnerabilidad frente a los riesgos digitales. Los centros educativos pueden ofrecer espacios de diálogo, talleres de bienestar digital o tutorías familiares que ayuden a establecer rutinas de uso equilibradas. A su vez, las familias necesitan sentir que no están solas en esta tarea y que cuentan con apoyo y orientación para acompañar a sus hijos en la construcción de una identidad digital responsable.
Mediación parental: la clave está en acompañar
El estudio subraya que el acompañamiento de las familias es decisivo. Aunque el 53,5% de los padres habla con sus hijos sobre los riesgos de Internet, solo el 30,7% establece límites sobre los contenidos que publican.
Los menores cuyos progenitores usan el móvil durante las comidas o lo mantienen en el dormitorio presentan mayores tasas de uso problemático de redes sociales y alteraciones del sueño.
UNICEF recomienda combinar mediación habilitante (diálogo, confianza, acompañamiento) con mediación restrictiva (normas y límites claros), y promover hábitos de higiene digital compartidos en el hogar: comidas sin pantallas, horarios de desconexión y ejemplo parental.
Diferencias de género y estrategias para un bienestar digital equitativo
El informe de UNICEF evidencia que las diferencias de género atraviesan de forma profunda el bienestar digital de la infancia y la adolescencia. Las chicas se muestran más vulnerables a los efectos emocionales de las redes sociales, mientras que los chicos tienden a desarrollar patrones de uso más impulsivos y conductas de riesgo ligadas al juego, los videojuegos y la pornografía.
En el plano emocional, las brechas son notables: el malestar psicológico afecta al 18,7% de las chicas frente al 9,3% de los chicos, y el riesgo suicida se duplica entre ellas (10,1% frente a 4,3%). También expresan una menor satisfacción vital y una peor calidad de vida percibida, especialmente en bienestar físico y psicológico. Los expertos apuntan a la presión por la imagen, la comparación constante y el peso de las expectativas sociales como factores que agravan su fragilidad emocional. Su participación más activa en redes —donde más de la mitad publica fotos o vídeos personales con regularidad— refuerza esa exposición a la crítica y la autoexigencia.
Las chicas son, además, más vulnerables a las formas de violencia digital: una de cada tres ha sufrido algún tipo de control o invasión de privacidad por parte de su pareja, y un 12,5% declara haber sido presionada para enviar imágenes sexuales. También reciben más proposiciones inapropiadas de adultos en línea y están más expuestas al acoso o la manipulación en redes.
En el otro extremo, los chicos destacan en conductas digitales de riesgo. Son mayoría en el consumo intensivo de videojuegos —el 78% juega de forma habitual frente al 28% de las chicas— y son quienes más se exponen a títulos violentos o de contenido para adultos. También triplican el consumo de pornografía (42,3% frente a 16,7%) y concentran la mayor parte de los casos de uso problemático o adicción, tanto en videojuegos como en apuestas. Este tipo de prácticas se vincula con impulsividad, desregulación emocional y mayor ideación suicida entre quienes presentan patrones de dependencia.
Ante esta situación, UNICEF propone que la educación digital incorpore una mirada de género que reconozca los distintos riesgos y fortalezas. Aboga por una educación afectivo-sexual integral que permita abordar la influencia de la pornografía y los estereotipos, y por un acompañamiento familiar que combine la confianza con la regulación del uso tecnológico. También insiste en la necesidad de ofrecer referentes positivos y entornos digitales más seguros e inclusivos, junto a una mayor formación emocional y mediática tanto en la escuela como en el hogar.
Bienestar digital como prioridad de salud pública
Los autores del estudio instan a tratar el uso problemático de la tecnología como un asunto de salud pública, integrando la prevención digital en el sistema educativo y sanitario. Entre las recomendaciones destacan:
- Formar a familias y docentes en acompañamiento digital.
- Fomentar espacios de desconexión y descanso libre de pantallas.
- Reforzar la atención psicológica temprana en los centros escolares.
- Garantizar una educación afectivo-sexual integral, que aborde la influencia de la pornografía y las redes sociales.
- Escuchar la voz de los adolescentes y promover su participación en la construcción de un entorno digital seguro y saludable.
El informe de UNICEF dibuja una infancia y adolescencia profundamente digitalizada, donde el bienestar emocional se ve condicionado por los hábitos tecnológicos. La tecnología puede ser una herramienta de desarrollo, pero —advierte el estudio— su uso intensivo y sin acompañamiento está generando un impacto real en la salud mental, la convivencia y la igualdad de género.
La respuesta, concluyen los expertos, pasa por educar, acompañar y proteger, para que niñas, niños y adolescentes crezcan en un entorno digital más seguro y equilibrado.


