«Yaiza fue la primera persona de su familia en ‘sacarse el graduado’, como ella llamaba al título de la ESO. Dos años después, me contactó para decirme que por fin se había decidido a hacer aquel ciclo de Farmacia que no empezó en su momento. Tehreem me escribe desde Londres y me dice que este año entra en la Universidad. Noor publica desde Birmingham una foto del primer vestido que ha cosido y yo la veo con 10 años, recién llegada de Pakistán, diseñando «looks para mujeres modernas» en un aula de Barcelona. Por las mañanas le enseño catalán; por las tardes, dibuja a lápiz el vestido que ahora, 5 años después, lleva puesto. Ali vive en Dinamarca por fin. Dice que me echa de menos. Yo también a él. No sospecha que conocerlo me cambió la vida. Mónica me envía por whatsapp su boletín de notas de 1º de Bachillerato. Lleva el membrete de un prestigioso colegio de la ciudad: Mención de Honor en Lengua y Literatura y 9 de media global. Claudia me cuenta por Instagram que escribe, que no para de escribir, que en mis clases empezó (guardo sus poemas) y seguirá ‘hasta que se me sequen las palabras’, y me manda un vídeo de su primer recital. Podría haber sido otra maestra, pero fui yo. Tan obvio como suena, mi vida sería otra sin cada uno de mis alumnos y alumnas».
Hoy es el Día Mundial de los Maestros, de las Maestras… una fecha para celebrar el tremendo trabajo que hacen. Para que los sindicatos reivindiquen una mayor consideración hacia la labor que realizan,y la mejora de las condiciones de trabajo (horas, bajas, plazas, ratios, espacios, estatuto…).
Por supuesto es el momento en que las Administraciones aseguran que no hay que olvidar nunca a los docentes, piedra angular del sistema educativo. Por no hablar del informe McKinsey y de su consabido: “La calidad del sistema educativo no puede ser mejor que la calidad de sus docentes”.
Hoy, desde El diario de la educación, queremos ser más que nada altavoz de un colectivo sobrecargado de trabajo, con una pierna siempre en el aula y la otra en la labor social. Un oficio que, según las encuestas, es de los mejor valorados por la sociedad, aunque es uno de esos que no les recomendaríamos a nuestros hijos e hijas que ejercieran.
Por qué ser maestra, maestro
Porque «me siento partícipe de la construcción de un nuevo mundo. Siempre llego a casa habiendo aprendido mucho más de lo que enseñé». En todo el país hay más de medio millón de docentes no universitarios. Atienden a más de 8 millones de niñas, niños y adolescentes. Los instruyen, los educan, los aprecian y les ayudan a crecer, en el amplio significado de la palabra.
Hemos contactado con algunas de estas personas, de diferentes partes de la geografía: Catalunya, Castilla y León, Valencia, Madrid, Ceuta, Galicia. Lupe, Dolores, Patricia, Sotarreña, Verónica, José Antonio, Alba. Cada cual con años de experiencia diferentes, en etapas educativas distintas (desde primaria hasta la FP).
«Ser maestra es aceptar un compromiso por luchar, desde la base, por el cambio (…) para contagiar la belleza vibrante de un verso de Machado (…) para despertar la conciencia social». «Porque es un oficio noble; porque permite mantener cierta coherencia entre lo que somos, lo que queremos y lo que hacemos».
La vocación es el punto de inicio, aunque no el único para elegir la profesión. El compromiso social, más allá de la transmisión de conocimiento, más cerca de la creación de valores, del acompañamiento en el crecimiento, en la formación de la personalidad, en la capacidad de la toma de decisiones.
«Fomentar la creatividad y la imaginación, (…) forjar su carácter y proporcionarles herramientas para desenvolverse en la vida y tomar sus propias decisiones». «Ser un eterno estudiante».
«Educar es la mejor herramienta de transformación social», de manera que ser docente «es tener la oportunidad de contribuir al cambio en la sociedad». Pero también tiene que ver con cosas más terrenales, menos grandes, si se quiere. «Es una gran oportunidad de aprender de la sabiduría de los niños y las niñas; cuando se les escucha tienen mucho que decir. También es un oportunidad de bajar el ritmo frenético al que estamos acostumbrados».
Es «notar cómo se implican más y aprenden por ellos mismos. Escapar de la rutina, no hay un día igual a otro en nuestras aulas o, al menos, así debería ser. Y, por supuesto, una dosis diaria de humor. Nuestras alumnas y alumnos nos proporcionan siempre, cada día, una razón para sonreír».
«Mi razón particular para ser maestra es que ningún alumno o alumna crea que no es bueno. Intentar darle a cada uno las herramientas adecuadas para que aprendan. Lo que quieran, como quieran».
No todo son unicornios
Desde luego, la de docente es una profesión que mucho tiene que ver con mejorar las condiciones de vida y de posibilidad de toda la sociedad. Es, esencialmente, una bonita profesión. Pero no todo son unicornios y buenos sentimientos. Son muchos los puntos complicados.
«Si no tienes vocación, si solo te preocupa tener un puesto y sueldo fijos; si piensas en las vacaciones, porque la formación te parece relativamente fácil o si piensas que educar es solo transmitir conocimiento y normas, no debes ser maestro».
Las razones que empujen a alguien a las aulas deben ser más o menos fuertes porque «nadie que no haya pasado por las aulas puede entender la ingente carga de trabajo que el profesorado se echa a los hombros. Hasta que no tienes frente a ti a 70 u 80 niños y adolescentes no descubres la extenuante inversión emocional y exigencia física» que supone.
«La profesión duele. Entramos pensando que podremos contribuir a mejorar el mundo y crecemos aprendiendo que lo que desde la escuela podemos hacer es muy poco, y que además a menudo nos equivocamos». «Una profesión en la que siempre tienes la sensación de no estar haciéndolo bien o de no cerrar las cosas: es imposible abordar todo lo que tenemos que abordar con los recursos humanos y materiales que tenemos».
Ser docentes es estar «obligado a llevar un corsé asfixiante: currículum inabarcable y mal enfocado, burocracia excesiva, pruebas estandarizadas (…). Al final de la jornada, los problemas sistémicos persisten. De ahí nace una frustración con la que a veces es difícil convivir». «Estoy cansada de los resultados. En primaria no deberían existir».
Estar en las aulas todos los días es también «ver a niñas y niños en situación de vulnerabilidad y sufrimiento a los que la ignorancia, la insensibilidad y la falta de voluntad política están abandonando a su suerte».
Tampoco ayudan en la labor «encontrar compañeros que no viven ni sienten ni hablan de la escuela pública en el mismo lenguaje, encontrar dictaduras detrás de equipos directivos, los continuos cambios de leyes…» o «el que dentro de los claustros no haya espacio para debate pedagógico que nos haga crecer».
«Se nos culpa de todo lo malo y no se nos ‘atribuye’ nada de lo bueno. Y las instituciones y políticos no tienen ningún reparo en convertirnos en los ‘chivos expiatorios’, cuando muchas veces, la mayoría, hacen que perdamos el tiempo, la fuerza y la paciencia en temas burocráticos».
Las niñas y los niños
Frente a las dificultades, de nuevo «el cariño de tus alumnos, el trabajo con las y los compañeros y la sensación y el compromiso de contribuir, aunque solo sea un poquito, a conseguir un mundo mejor». «Cada paso que han dado, yo los he seguido. Cada acto de valentía, cada reto que han aceptado, yo he tenido la oportunidad de admirarlo».
Niñas y niños se convierten, sin duda, en una de las mejores cosas que tiene ser maestra, ser maestro. «Los críos y las crías. Poder compartir un tramo de sus vidas y de las nuestras. Mirar el mundo por sus ojos. Pensar que en algún momento hemos podido echar una mano».
Cambiar algo de las vidas de estas niñas y niños es importante, al punto que «ver que un alumno/a con dificultades o con bajas expectativas supera sus dificultades o miedos y se siente fuerte y capaz», justifica en buena medida los esfuerzos y las dificultades que trae consigo una profesión poco considerada socialmente.
«Que una alumna o un alumno te salude por tu nombre y te dé un abrazo de manera espontánea; ver a un estudiante leyendo el libro del que has hablado o escuchando a Glenn Gould porque has hablado de tu admiración por él».
Toca redefinir parte del papel del maestro, de la maestra. «Ahora los niños llegan hartos de mil noticias y mil visiones que hasta han recibido sin darse cuenta.Tenemos que ayudarles a organizar esa información, a seleccionar la útil, combatirla en parte y darle las herramientas necesarias para hacerla provechosa».
¿Y qué hay de la consideración?
«La consideración social no es más que el deseo de ser visto y aclamado. Eso no me interesa». Y aunque esta podría ser la utopía, mientras tanto, hay quienes esperan que los medios de comunicación les miren de una manera diferente, más amable y ajustada a lo que hacen a diario. O que se tengan presente, por ejemplo, «los viajes que hacemos costeados por nosotros para formarnos en tiempo libre».
Aunque «la consideración como logro, se lo gana cada una en su entorno, con su trabajo, profesionalidad y respeto». «La consideración social es algo que construimos cada día con nuestra forma de actuar y con la manera en que hacemos nuestro trabajo».
Pero esto no quita para que sea necesario, dicen algunas, que las familias entiendan la importancia de la educación de sus hijas e hijos «por el bien individual y el común». O que la sociedad vea la educación un derecho fundamental que hay que defender y «que debe tener el presupuesto necesario y leyes independientes al gobierno de turno».
«La consideración social que me importa no es la del profesorado, sino la de niñas y niños, la de todos los niños y niñas. Me enfurece que se asuma -tácitamente, nadie se atrevería a ponerlo en palabras- que el azar de la cuna dicte aún hoy, y también en la escuela, la consideración que merecen».