La Universidad es noticia. Universidades españolas destacan en 22 disciplinas según el ranking Quacquarelli Symonds (QS), o sea, están entre 50 de los mejores del mundo en su especialidad. Por ejemplo, en el área de Anatomía y Fisiología, Arqueología, Filosofía y Educación, está la Universidad de Barcelona; Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Politécnica de Catalunya; Biblioteconomía y Documentación y Economía de la Universidad Carlos III de Madrid; Empresariales de ESADE e IESE; Odontología, Ciencias Veterinarias y Filología Clásica de la Universidad Complutense de Madrid; Universidad Autónoma de Madrid destaca en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y la Universidad de Navarra aparece en las primeras posiciones en Comunicación y Relaciones Públicas y Filosofía; Y Economía de la Universidad Pompeu Fabra.
Puede ser una paradoja. Por un lado se recortan presupuestos en las universidades públicas y, por otro, suben en rankings gracias al esfuerzo muy grande del profesorado para mejorar la docencia y la investigación. ¿Pero esto nos tiene que contentar? ¿Tenemos que pensar que sin recursos ni apoyo gubernamental la universidad continuará siendo lo que tendría que ser?
A pesar de que nos tenemos que felicitar por estar situados en algunos rankings, la universidad todavía tiene hoy en día muchos problemas. Algunos provenientes del pasado como son los departamentos con sus estructuras jerárquicas; los concursos de acreditación con su perversión para obtener un acceso o promoción basado en la meritocracia académica; la cultura individualizada que se asume como cultura profesional normalizada por parte del profesorado universitario, donde muchos enseñan de forma intuitiva y subjetiva sin darle importancia a cómo hacerlo sin reflexionar sobre la docencia. Y otros problemas que han ido apareciendo en los últimos años.
Y si miramos los rankings, continúa dándose una mayor importancia a la investigación dejando los aspectos docentes en segundo plano, por no decir infravalorados. Pero no pasa únicamente por tradición, sino también como consecuencia de la acreditación y el acceso a la docencia, donde prevalecen los conocimientos y la producción de la investigación más que los aspectos docentes.
Por lo tanto, uno de los componentes importantes en una nueva universidad es, como en otros países, aumentar la inversión ya que ayudaría a modificar estructuras académicas y organizativas y promover el trabajo colaborativo mediante equipos docentes e investigadores, disminuyendo la concepción clásica universitaria, ya obsoleta. Pero para hacer este cambio tienen que participar los diversos agentes que intervienen activamente en la universidad: gestores, profesorado, alumnado y personal de administración y servicios y, por supuesto, la Administración.
La crisis afectó mucho en las universidades. No se implantó lo mejor del Espacio Europeo de Educación Superior, sino lo más formal. Todo esto ha provocado una universidad donde se ha reducido drásticamente el número de docentes y se ha asentado una gran desmotivación que supone un aumento de la individualidad para conseguir los méritos que exigen las agencias externas de acreditación. La precariedad laboral y la baja tasa de reposición han ocasionado un mayor número de contratos de profesores y profesoras a tiempo parcial y con retribuciones escasas.
Si las cosas siguen así, se ocasionará un deterioro importante de la docencia y la investigación, ya sea por la despreocupación de la primera, puesto que sus méritos no son suficientemente valorados, o por la carencia de inversión. Parece que va en aumento este deterioro por las políticas neoliberales de los actuales gobiernos, por la falta de implicación del profesorado en los procesos docentes e investigadores, por su precariedad laboral, la miseria presupuestaria y la docencia a tiempo parcial.
Está bien que se salga en los papeles por las aportaciones en artículos e investigaciones, pero también es necesario replantearse el acceso de nuevo profesorado a la universidad, puesto que las plantillas están envejecidas. Se tiene que modificar la carrera docente universitaria, valorando los méritos tanto en docencia como en investigación. También deberían establecerse figuras de profesorado que permitan iniciarse en la carrera docente y ayudar a que, mediante méritos docentes e investigadores, puedan acreditarse en la universidad como docentes, sin tener que pasar necesariamente por agencias externas que indiquen quiénes sí y quiénes no están capacitados.
Otro aspecto preocupante lo encontramos en la participación del alumnado. Su compromiso con la universidad ha decaído. Y no hay democracia en la institución sin la importante participación del alumnado. Si lo excluimos de las decisiones construiremos una universidad con grandes carencias democráticas.
La participación tiene que ir más allá del puro formalismo en las instancias oficiales, se tiene que potenciar una participación democrática en todos los aspectos que se desarrollan en la universidad. Esto implica tener en cuenta el alumnado en los planes docentes, en el desarrollo de todo tipo de actividades que van más allá del contenido académico, en los procesos de discusión de las políticas universitarias y potenciar su autonomía para generar nuevas miradas sobre la institución.
Se tienen que potenciar mecanismos para promover la implicación del alumnado de tal manera que asuman el protagonismo educativo y social que les corresponde. Se tiene que superar la falta de movilización del alumnado en los asuntos universitarios. Su mirada y compromiso son imprescindibles.
Y, por último, es necesaria una buena formación del profesorado, más allá de enseñar a elaborar planes docentes, rutinas administrativas o estrategias de enseñanza elementales. Lo que ocasiona una fatiga administrativa.
En una Universidad del futuro se ve, cada vez más, que la formación del profesorado es necesaria e imprescindible si se pretende mirar hacia un futuro diferente con una nueva forma de enseñar y aprender. Hace falta que la universidad supere los viejos esquemas y las antiguas ideologías e inercias académicas sobre la docencia predominantes desde hace siglos, y, hoy en día, mayoritariamente obsoletas. ¿No será esto un motivo de la desmotivación del alumnado?
El profesorado necesita adquirir competencias pedagógicas que le ayuden a gestionar el proceso de aprendizaje del alumnado, motivándolo y entusiasmándole en su trabajo, y una actitud constante de aproximarse a las fuentes de nuevos conocimientos. Un aprendizaje diferente en la sociedad actual porque el alumnado de hoy en día está anidado de tecnologías de la información y la comunicación.
La nueva universidad del futuro es un camino que se tiene que ir construyendo constantemente y será largo si no participan todos los agentes sociales. Es necesario continuar analizando y buscando alternativas con más presupuestos, con más profesorado joven, con cambios en la organización en una época de cambios vertiginosos y con una nueva concepción del aprendizaje. No nos podemos contentar con salir en los rankings y con decir que, con poco presupuesto y poco apoyo gubernamental, las universidades siguen adelante.