Gisela (nombre ficticio para preservar su identidad) es una profesora e investigadora de la Universidad de Barcelona que sufrió el acoso cuando estaba haciendo la tesis y su director se le insinuó. Después vivió el abuso de poder que sufrió una compañera suya, Joana (también un nombre ficticio) por parte de una reputada catedrática de la Universidad de Barcelona.
Gisela recuerda que “siempre se ha dicho que la universidad es el último reducto feudal y, en cierto modo, un poco la estructura es esta: los siervos -alumnos- están ligados a su señor -profesores, catedráticos y directores de tesis- y, por encima de este, está el rey -equipos directivos en la universidad-, quien lucha por el equilibrio de poder con los señores feudales”.
Esta estructura de poder, lamenta Gisela, todavía se entiende como normal en las universidades. «Y si entonces el rey no actúa en favor de los siervos porque los señores feudales tienen mucho poder, los sirvientes acaban siendo utilizados en favores de unos y otros y quedan desprotegidos», afirma la investigadora. La coartada es «la famosa independencia de la universidad, que funciona un poco como la iglesia: si hay un problema, ya lo solucionamos nosotros internamente».
SI CONOCES ALGÚN CASO EN CUALQUIER UNIVERSIDAD Y NOS LO QUIERES CONTAR, HEMOS ABIERTO UNA CUENTA DE MAIL ESPECÍFICA, CONFIDENCIAL: denuncia@eldiariodelaeducacion.com
Verticalidad y poder
Se trata de toda una verticalidad del sistema universitario, en el que las personas de abajo siempre necesitan a las de arriba para ascender -para ser calificadas, para hacer una tesis, para aprobar un proyecto-, es decir, que no tienen libertad para hacer su recorrido. Esta dependencia jerárquica que existe en la universidad favorece que haya personas que concentren gran parte del poder.
Andrés González Bellido, psicólogo y coordinador del Grupo de Trabajo Bullying y Ciberbullying del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña, considera que “se terminan ejecutando relaciones de violencia en las que el profesor utiliza el poder y la fuerza que le da el rango que ostenta. Realmente, es como un sistema feudal, porque es un sistema en el que existen diferencias de poder en función del rango”.
La coordinadora de igualdad de la Universidad Oberta de Cataluña (UOC), Maria Olivella, reconoce que “la universidad es una institución muy vertical: se trata de un trabajo de escala en el que los predoctorales trabajan para los postdoctorandos; estos, solo para profesores o directores de investigación y, después, todos para los grupos de investigación y para el catedrático. Esto genera unas relaciones de poder muy potentes. Si tienes claro que quieres quedarte en la universidad, es difícil hacer una denuncia, porque es un entramado en el que siempre el de abajo depende del de arriba”.
Si preguntamos a expertos, testigos o víctimas qué sostiene este sistema feudal caracterizado por la jerarquía y la concentración de poder en unas pocas figuras, se señalan dos pilares básicos: el miedo y la precariedad.
Miedo y precariedad
El factor miedo es fundamental, así lo señala González Bellido. «Las personas que son víctimas lo primero que tienen es miedo, esa sensación de decir qué me pasará si lo denuncio, si pongo las cartas sobre la mesa». Joana, una de las víctimas con las que hemos hablado, confiesa que “sigo teniendo miedo hoy en día, aún un año después de haber denunciado, yo he dejado de ir a congresos científicos para no encontrármela”.
Joana dice ser “consciente de que, desde que he denunciado, he quedado excluida de todo el sistema, porque si envío un artículo a cualquier revista, hay muchas probabilidades de que ella o alguien de su círculo sea uno de los correctores anónimos y, sólo por quien soy yo, me rechacen el artículo”.
La precariedad es otro gran factor de vulnerabilidad. Olivella, argumenta que «la precariedad hace que mucha gente -tanto alumnado como profesorado- acepte según qué condiciones, se sienta más insegura o tenga más miedo a perder el trabajo».
Los ‘señores feudales’
Gisela explica que los ‘señores feudales’, en algunos casos, son “catedráticos que consiguen financiación, proyectos europeos o de donde sea, aportan mucho dinero a la universidad, y son piezas claves y, entonces, aunque desde arriba se llenan la boca de protocolos y de lemas como ‘tolerancia cero contra el acoso’, parecen tener miedo a parar los pies a esa gente”, remarca. “Pero a la hora de la verdad, por las experiencias de la gente que ha denunciado y de mucha otra que había denunciado antes y a quienes se les habían frenado las denuncias, parece que los reyes (los directivos) deben mantener un equilibrio con estos catedráticos y las víctimas quedan a expensas de ver qué pactan entre el párroco y el catedrático acusado de acoso”. Gisela apunta que muchas veces los equipos rectorales se lavan las manos y hacen como quien no ve porque “estos catedráticos acosadores son piezas clave para la financiación universitaria”.
Por eso, todas estas situaciones que se producen son una cuestión de grupo, enfatiza el psicólogo González Bellido: “Es determinante que hayan sido trabajadas previamente en comunidad, porque no sólo es tu caso; los demás también lo saben y cuando aparecen los síntomas han de intervenir”.
Los protocolos hacen revivir el trauma acaban en lo mismo: impunidad por el acosador o acosadora, dicen las víctimas
Protocolos y denuncias
Todas las universidades catalanas (también en el resto del país) disponen de un protocolo contra las violencias machistas pero, vistos los datos, se hace evidente que dichos protocolos no garantizan que afloren todos los abusos que se dan. Las universidades reconocen, al menos, 33 casos de acoso, sean por motivos sexuales o laborales.
Andrés González Bellido explica que, seguramente, el problema radica en cómo entendemos el protocolo, que «no es un instrumento de prevención sino de intervención». «Por lo que sé, no hay ninguna universidad que haga procesos de prevención integrales y sistemáticos sobre situaciones de violencia, tanto entre alumnos como profesorado-alumno».
González Bellido recuerda que “un protocolo no previene, interviene y es necesario, pero es diferente a un programa de prevención y esto funciona como en los resfriados; debe prevenirse antes de tener que curar”. El psicólogo insiste en la necesidad de voluntad política para vehicular un cambio de paradigma en el que no dejamos pasar «ni el menor síntoma de violencia que haga debilitarse al alumno ante un catedrático con mucho poder». Por eso, como bien explica, es necesaria una formación.
Si preguntamos a las víctimas, todas coinciden en que no confían en los protocolos, que las hacen «revivir el trauma» y que «acaban en lo mismo: impunidad por el acosador o acosadora». Además, todas aquellas que se han atrevido a denunciar manifiestan que los procesos son lentos y poco eficaces y el coste personal y académico que pagan es muy alto: a veces deben seguir relacionándose con el docente señalado, no obtienen información de la evolución de sus denuncias y quedan apartadas de un sistema en el que es muy difícil escalar.
Isabel Muntané, profesora asociada de la Facultad de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona y coordinadora del máster de género y Comunicación de la UAB, lamenta que la vía de la denuncia es complicada y, muchas veces, revictimiza, sobre todo en casos de acoso o abuso por razones de sexo. “Y esto sucede en toda la sociedad en general; has pasado esta situación nada agradable, denuncias y posiblemente no terminará en nada sino lo contrario; terminarás tú aún más destrozada y se te cerrarán aún más puertas en el ámbito laboral y universitario”. Todo esto provoca «un rechazo a recurrir al sistema a pesar de que teóricamente está preparado para poder gestionarlo».
Gisela explica que, por suerte, la juventud está perdiendo el miedo que había antes y eso le hace tener esperanza. Sin embargo, lamenta, “cuando quieres denunciar mucha gente intenta que calles, hacerte ver que los abusos forman parte del sistema o que no es para tanto, pero ahora los jóvenes, que ven que una tesis tampoco les asegura nada dentro del mercado laboral, lo único que quieren es que se les respete y tener unos mínimos garantizados”.
Patriarcado
Muntané denuncia que “estas estructuras de poder no dejan de ser un reflejo de lo que ocurre en la sociedad, que está regida por un sistema patriarcal donde los hombres tienen mucho más poder, ocupan los espacios más elevados de la carrera académica y, en consecuencia, pueden tomar decisiones que afectan más a toda la comunidad”, sigue la periodista. Además, añade, «en general, son hombres que no tienen una perspectiva feminista ni sufren estas violencias, estos abusos de poder; por tanto, es difícil que sin una voluntad, formación ni preparación puedan incidir en evitar estos abusos».
Maria Olivella denuncia que “el conocimiento siempre ha estado muy dominado por hombres, y para las mujeres es entrar en un terreno supermasculino -en un grado u otro dependiendo de la disciplina-, pero eso ha favorecido también las conductas de acoso sexual , por ejemplo”. Muntaner añade que la gran carga que todavía sufren las mujeres en cuanto a las tareas del hogar y los cuidados, «les impide centrarse y ascender en su carrera académica».
Además, «el hecho de que el profesorado asociado siempre esté con un pie fuera favorece la debilidad del sistema por el miedo a que para exponer un abuso tu contrato ya no se renueve, por inferioridad de condiciones», explica la periodista y profesora asociada, Isabel Muntané.
La respuesta de las universidades
La secretaria general y responsable de las Políticas de igualdad e inclusión de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), Esther Zapater, hace una “valoración positiva” de que afloren casos, pues, según explica “eso significa que tienen confianza en la institución”. Zapater insiste en que, dado este primer paso, las afectadas necesitan que la institución actúe y que, desde la UAB, lo están haciendo. Sin embargo, esto “no quiere decir que lo hagamos todo perfecto ni con la celeridad que haría falta y que quisiéramos; hay muchos elementos aquí incluidos y el principal es el marco legal”. Lo importante, asegura, es que «las víctimas no están solas».
Desde universidades como Blanquerna admiten que quizás no han hecho suficientemente visibles los mecanismos y figuras para denunciar ante situaciones “que nadie debería sufrir”. Asimismo, anuncian su intención de estar «más preparados» en caso de que se den nuevos casos. El decano de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales de Blanquerna, Josep Lluís Micó, sin embargo, alerta de que desde la universidad se actuó según el protocolo y que lo hicieron “lo más rápido posible”. Sin embargo, explican en Catalunya Plural que están revisando su protocolo de actuación ante acoso.
La universidad va más retrasada que la iglesia en este sentido y cuando se enteran de un caso, siguen tapándolo hasta que explota
El vicerrector de personal docente investigador de la Pompeu Fabra, Pablo Pareja, también admite falta de claridad y transparencia con los mecanismos de intervención y se muestra preocupado por que no lleguen de la forma necesaria a la vida de las personas “en un momento en el que podrían necesitarlos”. Reconoce que, seguramente, los procedimientos en ocasiones son “demasiado complejos y no lo suficientemente ágiles”.
Y añade que, desde las universidades, tienen muchas limitaciones. La primera, que durante mucho tiempo «no se han tomado estos casos con la seriedad que correspondían». Apunta, pues, a la necesidad de asumir el desafío de implementar «todo lo que los protocolos ya recogen y poner la universidad a disposición del alumnado», como por ejemplo, reforzando el servicio de atención psicológica o asesoramiento jurídico.
Entre las estrategias que tener en cuenta para luchar contra los abusos en las universidades, diferentes expertos destacan la necesidad de agilizar los procesos y de poner a la víctima en el centro, a la vez que protegerla e incidir en la “reparación”. La coordinadora de igualdad de la Universitat Oberta de Catalunya apunta también esta necesidad de trabajar en un “postprotocolo” porque, si no, las víctimas quedan damnificadas y frustradas.
Por su parte, las víctimas echan de menos protección cuando denuncian, agilidad en el proceso y que las universidades tomen cartas en el asunto, ya que, según Gisela, la solución se busca una vez que las víctimas han denunciado por vía judicial y no antes. Reivindica que, hoy en día “la universidad va más retrasada que la iglesia en este sentido, y desde dentro puedo corroborar que, cuando se enteran de un caso, siguen tapándolo hasta que les explota encima”, argumenta.
Joana, quien tuvo que cambiarse de universidad para poder continuar con su tesis, explica que no ha recibido la compensación que le prometieron. “A punto de cumplir con el período del doctorado, me encuentro con que, además del acoso y malestar que he sufrido, no he recuperado el dinero para hacer la tesis”.
El MeToo
El psicólogo González Bellido argumenta que en el momento en que existe una denuncia y socialmente se le acaba dando “la razón” a la víctima se genera una especie de “efecto dominó” que ayuda a perder el miedo al resto. «Por tanto, esto hace que se genere una sensación de grupo a raíz de una misma experiencia que actúa como facilitador para dar el paso y las hace sentir mucho más fuertes y seguras», explica Bellido. Un ejemplo lo obtenemos si analizamos la mayoría de las situaciones, sobre todo de carácter sexual, que se daba con el movimiento MeToo en Estados Unidos donde, a raíz de un caso, se destaparon muchos más.
Los expertos insisten en que no es que hoy en día haya más casos, sino que hace más de una década que en el ámbito social «se está cociendo un proceso de sensibilización y concienciación social». Así pues, sobre todo, los jóvenes son cada vez más conscientes y capaces de identificar situaciones de violencia. Este cambio progresivo de mentalidad tiene como consecuencia que, si hiciéramos una estadística, seguramente saldrían más casos, por el simple motivo de que “muchas de las conductas que son consideradas abuso hoy en día antes no estaban tipificadas como tal y entonces era imposible que se denunciaran”.
1 comentario
Comparto lo que señalas, realmente es una institución patriarcal y medieval. Pero sí es verdad que hay cambios y que estos catedráticos hombres que tenían tanto poder se tambalean…. y más cuando algunos no dan ni las clases. Los riesgos psicosociales aquí son muy importantes. Las barreras son el miedo y la precariedad como bien se señala, pero como en todo si la persona se siente empoderada y protegida es más fácil que ponga las cartas sobre la mesa. Tener a una persona funcionaria en una universidad pública financiada con dinero público por algún proyecto europeo que acabará finalizando sino cumple sus obligaciones como docente lo que acaba resultando es que el talento se va de la universidad y llegará un momento que faltará profesorado. Además desde inspección de trabajo es un hecho totalmente sancionable el incumplimiento de la relación funcionarial, si pagas a una persona es para que ejerza y hablamos de dinero público. ¿cómo se puedes enseñar sino cambia la estructura patriarcal? Es paradójico.