“Tu poder radica en mi miedo; ya no tengo miedo, tú ya no tienes poder” (Séneca a Nerón)
Hace ya varios años que leí el análisis que hace de “la sociedad del miedo” Heinz Bude. Es una completa exposición del miedo como principio que condiciona la naturaleza humana y, sobre todo, la organización social. Desde hace tiempo me viene preocupando que la escuela actual sea el lugar donde se aprende y se subjetiviza el miedo que caracteriza a la sociedad actual. Este se utiliza con frecuencia como un instrumento para promover y hacer efectiva la sumisión de la ciudadanía y para manipular la subjetividad humana.
Voy a detenerme brevemente en algunos de los numerosos miedos que experimenta y aprende una parte muy importante del alumnado en su paso por el sistema educativo. Unos son conscientes y otros no tanto, pero todos van condicionando una subjetividad que les somete y limita como personas. Unas personas lo viven como una realidad incorporada a su vida de perdedoras y otras lo experimentan como una amenaza posible si ceden en el esfuerzo por la propia afirmación personal. Las menos viven con un colchón de seguridad desde el que parece que nunca experimentarán el miedo que viven las demás. A mi juicio, podemos identificar los siguientes miedos entre el alumnado:
- La escuela es el lugar de la producción del miedo al fracaso. Este es una amenaza constante, que podría ser alejada con la estimulación de los pequeños éxitos cotidianos en el aula. Pero no es sencillo cuando se impone como obligatorio tener éxito y se responsabiliza y culpabiliza a cada uno de su propia ruina. En esta exigencia no se miran las condiciones de vida del alumnado abocado a ese fracaso. Un alumnado que, por otro lado, también genera otro tipo de miedos hacia el profesorado y parte del alumnado.
- El miedo a no ser competitivo, a no estar entre los mejores, porque de lo que se trata es de poder situarse sobre los otros en los pisos altos de la escala social. Los exámenes son el artefacto social generador de los resultados que ponen de manifiesto la incapacidad de la mayor parte del alumnado para ser sobresalientes.
- El miedo a no tener méritos suficientes. Se ha logrado que el mérito configure uno de los principios que más condicionan nuestras vidas en aquellos ámbitos en que se prescribe el triunfo. Se hace obligatorio que los currículos individuales tengan el contenido meritocrático para ser valorado en la carrera por la ascensión social. Es “la tiranía del mérito” de la que nos habla Michael J. Sandel. La obligación de mostrar los méritos que te hacen tener éxito, ser competitivo y poder ser feliz como se exige socialmente.
- Miedo a no estar a la altura de nuestras propias expectativas y de las que los demás han depositado en nosotros, desde la familia, el entorno y la institución escolar. Solo cuando se siente que esas expectativas están cubiertas parece que uno se libera de ese miedo y se puede entrar en el espacio de la expectativa-felicidad limitada, pero satisfecha.
- Miedo a tomar la decisión equivocada. Tanto en el ámbito de las tareas cotidianas de la escuela como en otros espacios fuera de ella. Es la experimentación, demasiado frecuente, de que el error es condenado por los poseedores del saber-verdad y del que hay que salir urgentemente. Es la construcción del pánico al error vital en que se hunde a muchas vidas y que es constantemente sancionado de una u otra manera.
- Miedo a no poder seguir el ritmo de los demás y a quedarse descolgado de los tiempos de los aprendizajes impuestos por y para “los más inteligentes”. La más que frecuente comparación con los iguales genera el miedo a quedar rezagado como posibilidad real. De ahí a la frustración vital de haber fracasado por no haber sido capaz ser-tener más capacidad de competir no hay más que un paso.
- El miedo provocado en una escuela que sigue respondiendo a los ancestrales productos patriarcales y machista. En ella el niño tiene que mostrarse valiente, fuerte y con frecuencia hasta arrogante y violento, aprendiendo a no manifestar sus sentimiento porque es de niñas llorar, emocionarse, mostrarse tiernos y empáticos.
- Los miedos que son resultado de las múltiples violencias que se viven, con demasiada frecuencia, en la escuela, dentro y fuera del aula. El miedo más terrible es el miedo al otro, al que se relaciona contigo de forma desigual porque te ve débil y te acosa de diferentes maneras que te pueden marcar para toda la vida. A veces es el miedo que se genera desde la violencia, casi invisible y un tanto inconsciente, de cierto profesorado insensible a las diferentes realidades que se dan entre el alumnado que hace que algunos se sientan mal tratados, invisibilizados, ninguneados, ignorados o silenciados.
- El miedo construido desde la incomprensión al diferente, al distinto, al tenido por inferior. Por eso parte de las familias, alumnado y profesorado se esfuerzan por que “los diferentes” no se crucen en su camino. Esto se da, sobre todo, desde los ámbitos educativos en los que se sigue generando una segregación planificada evidente o larvada. Este miedo al otro más débil como un obstáculo para mi éxito, mayoritariamente se encuentra en la escuela privada y concertada, donde se construye un elitismo que te identifica con los que son como tú, y aleja a los débiles como diferentes haciendo efectiva la “expulsión de los distintos” a los espacios de la escuela de titularidad pública.
- El miedo como emoción aniquiladora de otras emociones. Impide mostrarse como se es, pues puede generar el temor al aislamiento y la soledad, que es la gran epidemia del siglo en que vivimos. Miedo a ser quien se quiere ser y a ser uno mismo. Se da de forma todavía frecuente en ámbitos muy diversos de la vida social. Es uno de los graves problemas de personas con diferentes identidades sexuales y afectivas, de personas de orígenes humildes o considerados marginales, por tener una visión ideológica diferente a la del pensamiento dominante. En definitiva, miedo a no ser valorado por los demás según los valores de los otros.
El alumnado siente, con demasiada frecuencia, que su vida en la escuela es sacrificada para sobrevivir en un ambiente hostil en el que el miedo lo invade todo, porque no se logra el grado suficiente de individualismo que impone como identidad el sistema de producción y consumo dominante, y a la vez no encuentra el espacio de cooperación, cuidado y apoyo que necesita para experimentar el lugar y tiempo escolar como un espacio liberado de miedos. El miedo en la escuela apaga y limita sustancialmente las posibilidades y potencialidades de cada uno, por estar obligados a tener siempre como referentes a los más exitosos, a los que se les da más méritos, a los más listos y competitivos, a los que dicen esforzarse más.
Cada uno podemos ir reflexionando sobre los miedos que experimentamos en nuestro paso por el sistema educativo y veremos que muchos de ellos se siguen manteniendo de forma renovada en los actuales procesos educativos dentro de la escuela, muy conectados, sin duda, con los que producen las convulsiones que vivimos. En definitiva, el comportamiento del alumnado está marcado por los miedos, los citados anteriormente y otros más.
Solo la esperanza del alumnado de ser cuidado como demanda el derecho a la educación es lo que puede liberar del miedo a los fantasmas que la escuela del capitalismo ha introducido en nuestras subjetividades. Esos miedos nos sujetan a la desgracia de no ser nosotros mismos en una identidad relacional compartida en la empatía, el cuidado y la solidaridad, la ternura y la compasión, como dice Almudena Hernando en su precioso libro La corriente de la historia (2022). Para poder eliminarlo, es bueno saber que la semilla del miedo crece y se cultiva en la ignorancia y en el aislamiento del individualismo.
Es necesario aprender a afrontarlos generando una capacidad de respuesta positiva, porque estos no desaparecen cuando se acaba la escuela. Entonces comienzan a vivirse de otra manera, desde el reconocimiento de todas las fragilidades humanas aumentadas hasta límites insospechados por un sistema de producción y consumo, que necesita el miedo impuesto para poder seguir retroalimentándose: el temor a la precariedad, a no ser eficaz y competitivo, al trabajo que no da para vivir con dignidad y al fracaso como forma de ser. Como propone Yayo Herrero en Ausencias y extravíos (2021), es necesario utilizar el miedo como estimulante de un encuentro con uno mismo y con los demás y no como aniquilador de vida e instrumento de sumisión. Sin duda, debemos imaginar una educación sin miedos para hacerla realidad.
4 comentarios
Un análisis muy acertado de uno de los aspectos del sistema educativo que sigue siendo un tabú al que casi nadie quiere hacer frente para tratarlo con todo el respeto que merece y, por supuesto, para evitar poner los medios y recursos necesarios para intentar abordarlo con éxito. El día en que nuestros alumnos y alumnas vayan felices a la escuela, esta sociedad habrá dado un.paso de gigante para conseguir un mundo mejor. Gracias, Julio.
Totalmente de acuerdo con tu análisis.
Yo me quedo con la frase:
«… el miedo se cultiva en la ignorancia.»
Así que llenemos de recursos a nuestro alumnado para que no haya espacio para el miedo.
Cultivemos sus mentes con conocimiento, así no habrá espacio para el miedo.
Soy profesora de secundaria y en nuestro centro, de máxima complejidad, nos volcamos en cuerpo y alma para que el alumnado se sienta bien. Alguien habrá que sienta miedo, imagino, pero espero que lo descubramos bien pronto y le ayudemos, aunque lo que yo veo mayormente son sonrisas y, en las valoraciones de final de curso, aspectos como el ambiente en el centro y la relación con el profesorado están entre los ganadores. Francamente, pensaba que lo que se describe en el artículo había quedado en el pasado. Si se analizan los vectores del nuevo currículo, estos miedos no deberían tener lugar. APor otra parte, anteriormente también se ha trabajado muy duro por la convivencia escolar, el antibullying, la adaptación de contenidos, metodologías y evaluación al alumnado que lo necesitara, etc.