«El domingo fue la primera recogida para el Hospital PTS (Parque Tecnológico de la Salud) de Granada; unas 200» viseras. Diego García es maestro en el CEIP Federico García Lorca en Güevéjar (Granada). Desde hace años en su centro trabajan eso que se ha dado en llamar cultura maker, con impresoras 3D.
Hace unos días ya había comenzado a imprimir material sanitario. Eudsebio Córdoba, colega de primaria en el CEIP San Sebastián de Archidona (Málaga) le llamó para ver si se unían a la iniciativa que ambos habían visto por las redes. El mismo día 13 de marzo ya se había organizado un grupo de Telegram en el que, hoy, hay más de 14.000 personas dedicadas al diseño, programación de software, labor sanitaria y, claro, a fabricar con impresoras.
Eusebio Córdoba comenta que la idea le llegó de rebote. Le contactó alguien en nombre del Ministerio de Industria. Tenían una lista de personas con impresoras 3D y querían comprobar si estaban disponibles para fabricar piezas para respiradores mecánicos. Él lo estaba. Contactó con Diego para ver qué podían hacer juntos.
En la web del proyecto puede encontrarse mucha información sobre qué se está haciendo en este momento. Y el el grupo de Telegram se puede uno apuntar, tanto al general para España como para los diferentes grupos que se han creado en las comunidades autónomas y otros países, principalmente, de América Latina.
Nos comenta Diego que en Granada, al menos, hay dos grupos de Telegram que están imprimiendo. En un primer momento se crearon grupos por comunidades autónomas, pero era casi imposible de gestionar. Se subdividieron en provinciales. Más adelante, algunos de esos grupos volvieron a dividirse.
Ambos tienen ahora mismo tres impresoras cada uno en sus respectivas casas. Diego tenía dos con las que está fabricando entre 40 y 50 viseras diarias que alguien de Protección Civil recoge cada cierto tiempo. De hecho, nos comenta, habían pasado hacía un rato (hablamos con él el martes 24) para llevarse las 45 que tenía listas, además de 500 láminas de PVD para las máscaras. «Las máquinas están trabajando sin parar», hasta que se acabe el plástico.
Algo similar, aunque un poco más exagerado, a lo que le pasa a Eusebio. Él tiene dos máquinas en casa habitualmente. Consiguió que el instituto cercano a su casa le diera una que tenían ellos («Por cierto, la he estrenado yo», comenta entre risas). Además, en su colegio hay otras cinco. Cuenta con dos puntos a su favor, habló con el Ayuntamiento y le han dado permiso para ir al centro educativo a ponerlas en marcha y ver cómo funcionan para tenerlas trabajando. Y, lo más importante, el conserje del colegio. Vive allí y tras recibir un curso rápido de impresión 3D, es el encargado de producir en el colegio. Eusebio se acerca por allí casi a diario a ver si ha habido algún problema con las máquinas y a recoger el material que han producido cada día.
Sus vidas, como las de todo el país, han cambiado absolutamente. Comentan cómo ahora las horas del día pasan volando, pero también cómo muchas de ellas se las traga el trabajo, ya sea imprimiendo o preparando materiales para el alumnado que está en casa. Córdoba asegura que sus impresoras están 21 horas trabajando de continuo (cada visera le lleva unas tres horas de impresión); se levanta a las 7 o 7:30 de la mañana, ve cómo están las máquinas y comienza la producción, hasta las 2 de la mañana, aproximadamente, momento en el que él se acuesta y las deja con el último trabajo de impresión del día.
En su caso, el reparto lo hacen directamente en el hospital, también en centros de mayores. El Ayuntamiento le ha dado cierta libertad de movimiento para recoger el material del colegio y aprovecha los viajes al supermercado, por ejemplo, para hacerlo. Luego lo lleva al Hospital directamente. También han enviado algunas mascarillas por correo.
¿Y el material, de dónde sale? Diego nos comenta que él, en previsión del cierre total y del confinamiento, días antes, había realizado un pedido de plástico, «como para aguantar una semana». Eusebio, al tener acceso al centro educativo comenta que, por una casualidad, tenían en ese momento una buena remesa en las aulas.
En su centro, niñas y niños de tercer ciclo trabajan la materia de cultura emprendedora. En ella montan «miniempresas educativas» que venden su producción (chapas, elementos para publicidad de empresas, etc.). Con lo que sacan compran el material con el que imprimen en el colegio. «Pero se está acabando al ritmo que vamos». «Estamos sacando entre 70 y 90 al día», asegura, con las ocho impresoras que tienen a disposición. Depende del día, «no son matemáticas». Depende de, entre otras cosas, el modelo de visera que impriman.
A esto hay que sumar el color del plástico, que también influye, y que han de adaptar cada diseño a los diferentes modelos de impresoras que tienen. En el caso de Diego García, las tres de su casa son diferentes. Además, decidió cambiar la boquilla por la que sale el filamento que fabrica las viseras. Nos explica cómo, de serie, la boquilla es de 0,4 mm. Ha puesto una de 1 mm, con lo que se está ahorrando, más o menos, la mitad del tiempo de trabajo.
Los diseños que están utilizando en este momento, según cuenta Eusebio Córdoba, salen de la web de Thingiverse, se comparten de manera gratuita para que cualquiera pueda utilizarlos.
Un problema del que hablan ambos es el que se ha planteado estos días en relación a la esterilización de este material para su uso en centros sanitarios. García explica que el plástico es poroso, pero que no se está utilizando el producto final en lugares como quirófanos. En cualquier caso, ambos hablan de cómo se está esterilizando antes de su uso en espacios como hospitales, centros de salud o residencias de mayores. Eso sí, aclara Diego García, a menos de 60º, en frío, porque si no, el plástico se derrite.
Y todo esto, «dando» clase
Como todo el personal docente del país, para ellos la actividad educativa no ha parado en este tiempo. Sus grupos de alumnos no son grandes, esa es la ventaja. A pesar de eso, han de seguir buscando material, organizándose con el resto del claustro y, unas pocas veces a la semana, realizando videoconferencias con niñas y niños, sobre todo, para ver cómo están.
«Algunos llevamos trabajando online, con aula virtual y tareas desde hace muchísimos años; más o menos conocemos el tema, qué se puede, qué no se puede hacer», explica Diego. En su centro, cuenta, «no hemos mandado 800 tareas», el trato es más personalizado y relata algo común a todas las y los docentes con los que hemos hablado estos días: «No es como estar en clase», en donde puedes hacer una única corrección y explicación para todo el grupo en una tarea concreta. Ahora hay que ir uno por uno y eso multiplica el trabajo cotidiano. «Un tiempo con el que muchos profes no contaban cuando han enviado la cantidad de tareas que han enviado», remata.
«Estamos intentando no meterle mucha tralla a los niños porque están un poco descolocados», cuenta Eusebio. A principio de semana el claustro hace un cuadrante para los días por venir. También están realizando videoconferencias por Hangouts con todos los alumnos que pueden «y hablamos de los problemas que tienen, más que de la clases en sí».
Además, dado que en el centro trabajan por competencias y por proyectos, intentan que las tareas que realizan los alumnos sean del mismo tipo, teniendo en cuenta también a las familias que, o bien tienen que salir a trabajar o lo hacen desde casa.
Ambos comentan cómo se les pasa el día «volando» y echando horas en el trabajo o fabricando material sanitario. «Que no me quejo, aclara Diego, es lo que hay y que hay que arrimar el hombro como cada uno puede».