Eva Garcia tiene una larga trayectoria como líder de proyectos artísticos desde la acción social. Forma parte del equipo de coordinación de Òpera Prima, la línea de producciones y creaciones operísticas comunitarias del Gran Teatre del Liceu, y es directora artística de las Jornadas de artes escénicas e inclusión social del INAEM. Ha sido la responsable de Art i Part, el primer programa municipal de creación artística comunitaria del Ayuntamiento de Barcelona, y también fue coorganizadora de la II Escuela de Verano del International Community Arts Festival, así como fundadora de comuArt.
Tu trayectoria es una demostración de cómo el arte puede aportar una acción social poderosa. ¿Cómo puede influir el lenguaje artístico en el bienestar emocional?
Cuando invitamos a alguien a la práctica artística, hay una conexión con su cuerpo, con la capacidad creativa y de reinvención, con el juego, y esto tiene un impacto directo en la salud emocional de las personas. Si además son espacios de propuestas compartidas, crean unas condiciones que favorecen la escucha mutua, valoran las diferencias y propician encuentros improbables desde un interés común.
¿Puede el arte ser una herramienta de inclusión social?
Por supuesto, pero hay que tener en cuenta que a menudo incluyen a los demás en un lugar «preestablecido», que no cuestionamos. ¿Quién incluye a quién, y dónde lo incluye? Al construir un espacio común, la gente debe sentirse parte, con flexibilidad y con posibilidad de abrazar su propia identidad. El potencial que tiene la práctica artística en la inclusión es que es una manera indirecta de tratar eficazmente procesos que son muy complejos, con personas con otros códigos sociales o culturales. Y se hace desde lugares más amables, de exploración de la ficción sin correr riesgos, que permiten afrontar procesos que, de otro modo, serían más áridos.
La práctica artística permite afrontar procesos áridos desde el juego.
¿Permite, entonces, mejorar la convivencia y la construcción social?
En proyectos de este tipo se propician espacios de encuentro no habituales. A veces, contactas con personas que, en tu vida cotidiana, nunca habrías encontrado. ¿Cuántas personas migrantes hay en tu vida ordinaria? ¿O racializadas? ¿O con alguna discapacidad? Pero en un proyecto artístico se encuentran con un objetivo común, y ahí el nivel de deconstrucción de prejuicios es muy alto e influye favorablemente en la inclusión.
La participación ciudadana en las artes es un derecho humano, para todos. Es la base donde se fundamenta toda esta filosofía.
Todo el mundo debe tener derecho a acceder y participar en la construcción de la vida cultural. Esto, hablando de la ciudadanía en general, está muy desequilibrado, y se ve, por ejemplo, con los últimos datos de la encuesta de equidad en la cultura del Ayuntamiento de Barcelona, que demuestra que la práctica cultural está muy ligada al código postal donde vives, es decir, está muy ligada a un determinado nivel económico y educativo. Si, además, ponemos el foco en determinados colectivos, vemos que el desequilibrio es aún mayor.
Debemos sensibilizar a la ciudadanía de que la cultura es un derecho, como la educación o la salud. Y aunque hay factores de accesibilidad económica o de contenido, es muy importante considerar el acceso emocional. La relación emocional de las personas con la cultura está muy marcada por un historial que ha entendido la cultura como elitista, objeto de consumo o algo que se debe entender. Esto provoca que mucha gente piense que la cultura no es para ellos. Por eso, si hacemos proyectos culturales desde la óptica de los derechos culturales, debemos trabajar muy bien, previamente, en cómo romper todas estas barreras, para desmantelar todas las ideas preconcebidas. Desde este punto de vista, no solo hacemos proyectos para todos, sino que nos preguntamos sobre qué condiciones de participación creamos para que todos puedan participar, valorando la dignidad y su identidad.
A menudo los proyectos que llevas a cabo involucran a personas sin dedicación artística profesional, personas con diversidad funcional y/o intelectual o en riesgo de exclusión social. ¿Cómo viven estas personas la experiencia?
Históricamente, y generalizando, las personas con discapacidad tienen más red de apoyo, familiar, social, y se ha hecho un recorrido hacia la conciencia de sus derechos. Hay impactos relacionados con el desarrollo de la autonomía y la voz propia, posibilitando espacios de conexión con otras personas. Pero si hablamos de otros colectivos con más carencias de estructuras propias y con necesidades primarias no cubiertas, es mucho más complicado llevar a cabo proyectos estables, y es fundamental la consideración de sus hábitos y sus necesidades.
¿Cuáles son los principales retos?
A menudo se vive una situación de bucle… Pienso en un proyecto que se realizó en Madrid, en Lavapiés, con jóvenes africanos, una adaptación del Quijote, una producción espectacular a nivel artístico. Los programadores culturales que lo vieron querían contratarlo, pero no pudieron hacerlo porque los jóvenes no contaban con documentación. Es una situación absurda: un proyecto cultural da posibilidad de ocupación, trabajo e inclusión, pero no hay estructuras interdepartamentales que posibiliten activar los trámites burocráticos.
Un proyecto cultural genera espacios seguros y de respeto mutuo.
¿Qué valoración hacen las personas que participan en estos proyectos?
Hay muchos estudios de evaluación de impacto, y es muy alto. Encontrar espacios seguros, de respeto mutuo y aceptación, a veces hace que la persona conecte con posibilidades de dar pasos que había abandonado, tomar decisiones sobre sus vidas, sus relaciones con los demás o consigo mismos, recuperar la confianza y la capacidad de proyectarse en el futuro. En el teatro, como trabajamos siempre en la ficción, en el “si yo fuera/hiciera esto, ¿qué pasaría?”, termina teniendo un gran impacto, porque llega un momento en que la persona materializa y hace realidad el “si yo fuera” y lo lleva a la vida real. Hacer este clic es fundamental, pero el reto es sostener el cambio y, por eso, los proyectos artísticos deben estar conectados con otras redes de apoyo, servicios y profesionales para acompañar el camino que se inicia.
Desde las enseñanzas artísticas, trabajas sobre todo a partir de asociaciones de base con las que se impulsan proyectos de creación artística. ¿Cómo es el proceso desde el inicio del proyecto hasta su materialización? ¿Cómo acompañas este proceso?
Depende del tipo de propuesta, de su tamaño y duración a lo largo del tiempo. También del rol que tendrá la persona: si es un proyecto de cocreación, que sería el máximo de interacción y de impacto, o se trata de una propuesta que debe reproducirse. Depende también del espacio donde se llevará a cabo, el contenido de la propuesta… Por ejemplo, en un proyecto que hicimos en el Raval queríamos poder llegar a todas las personas no movilizadas normalmente en estos temas, y propusimos al CAP, donde todo el mundo va en algún momento, que fueran nuestros mediadores. Esto aumentaba nuestra capacidad de conexión y también de credibilidad.
Es muy importante la materialización final del proceso, donde se ve el resultado artístico. Hay un descubrimiento del verdadero proceso vivido que se acaba de entender cuando lo llevan al escenario. Encuentran la conexión con el público, el ritual de lo escénico. Aquí encontramos otro reto: darle más recorrido a estos proyectos y ampliar el público final.
La cultura con acción social no son prácticas artísticas menores.
Así se superaría la barrera imaginaria entre trabajo social y cultura.
Es necesario sensibilizar a la ciudadanía para que entiendan que estos proyectos no son prácticas artísticas menores, sino que están aportando un valor añadido tanto a nivel artístico como en la creación de una sociedad más plural y justa. Hemos avanzado mucho, pero ahora es el momento de empezar a trabajar hacia valorar estas prácticas, que no se generen espacios endogámicos. Un gran reto también para el mundo cultural formal sobre cuál es el papel de los equipamientos y los profesionales en la construcción de las sociedades del siglo XXI.
Participarás en el Foro dedicado al bienestar emocional y la educación organizado por la Diputación de Barcelona. ¿Cuáles serán las líneas generales de tu aportación en la mesa redonda?
Abordaremos cuáles son las problemáticas que detectamos en nuestra práctica y cómo las abordamos desde la práctica artística para propiciar el bienestar emocional. En mi caso, compartiré experiencias con equipamientos culturales, personas afectadas por la soledad no deseada o la idiosincrasia de proyectos realizados entre profesionales y no profesionales.