«La educación como proyecto humanizador. Porque es sensible a los conflictos sociales, desigualdades, injusticias, emergencias climáticas y desafíos de la humanidad. Pone el énfasis en valores como la solidaridad, el apoyo mutuo y la cooperación, y en la sensibilización y cumplimiento escrupuloso de los derechos humanos y sociales… Y frente a la indiferencia ante el sufrimiento humano activa la empatía y la compasión. Sin perder nunca el horizonte de la transformación educativa y la emancipación social». (Punto 1 del Manifiesto por una educación transformadora y emancipadora. Foro de Sevilla. Diario de la Educación 16-11-2020).
Los momentos que vivimos están profundamente afectados por una situación hasta ahora desconocida. A la vez esta crisis sanitaria también está sirviendo para hacer más visibles y agravar problemas de vulnerabilidad que ya teníamos. La pandemia ha visibilizado que el sistema económico y sus valores, encarnados en todos nosotros, nos hacen vivir en un mundo irreal en el que ignoramos sistemáticamente lo fundamental de lo que nos constituye como seres humanos. En la creación de este artificio el sistema educativo ha jugado su papel fundamental. Los valores que priman en él son aceptados implícitamente, practicados e inculcados de forma constante, configurando nuestra forma de vivir.
Vivimos dentro de un paradigma dominante que impregna el sistema educativo. Este está basado en la conciencia acrítica de que el objetivo de todo en la vida es ser feliz y exitoso sobre todos los demás y de forma individual. Se sustenta, también, en la exaltación del propio ego para anular y quedar por encima de los demás egos con los que compite. Este paradigma es el de la autosuficiencia en la búsqueda de la excelencia y el mérito, el de la autosatisfacción del ganador, de la prepotencia, el individualismo, la filosofía de la conquista del éxito emprendedor y la cultura del esfuerzo para el triunfo y el ascenso social. Desgraciadamente, estos son los valores que se inculcan en el currículo oculto de la mayoría de los centros educativos, contradiciendo constantemente aquellos que se explicitan en los proyectos educativos y en los proyectos de convivencia.
La realidad nos ha mostrado la ausencia de humanidad del modelo educativo desarrollado en la mayoría de las escuelas sustentadas en esa visión. Hay en él una notable ignorancia del significado de lo humano. Con frecuencia ha olvidado lo que nos dice Martha Nussbaum (2013): “Todos nacemos desnudos y pobres; todos estamos sujetos a enfermedades y sufrimientos de todo tipo y, por último, todos estamos condenados a morir. Por tanto, la visión de todos estos sufrimientos comunes puede llevar a la humanidad a nuestros corazones”.
La humanidad debería apuntar hacia otro modelo de vida. Un paradigma civilizatorio en el que la vulnerabilidad y el cuidado mutuo sean algunos de sus ejes fundamentales. Algunos de los aspectos a tener en cuenta para poder entrar en ese nuevo paradigma educativo “como proyecto humanizador” son:
- El conocimiento de lo que es y significa ser vulnerables. El aprendizaje de que toda obra humana es tan frágil y provisional como el propio ser humano. Los ejemplos cotidianos son muy abundantes. La experiencia de la pandemia los ha puesto en el primer plano y es una oportunidad inequívoca para introducirlo en el currículo escolar, como contenido prioritario, para conocer lo que somos y lo que nos está pasando.
- La comprensión del sufrimiento humano y sus muy diversas causas. Sobre todo, la identificación de que proviene de un sistema radicalmente injusto, que provoca un dolor inmenso en una gran parte de la población por la violación constante de los derechos humanos y de la dignidad humana. Los más débiles son los que padecen más y se sienten más vulnerables según la clase social a la que pertenecen, en la que se encuadra el entorno familiar, la situación de pobreza y carencias materiales, la exclusión social acompañada de la segregación escolar. Ahí se sitúan las “vidas desperdiciadas” y desahuciadas de las que nos habla Bauman (2005).
- El aprendizaje de los límites en los que nos movemos y existimos. Hay unos puramente biológicos y otros que se nos imponen desde la ética, desde la convivencia y las relaciones humanas, desde el respeto a los demás y a la naturaleza en que nos define. Por eso es bueno conocer hasta dónde podemos llegar en nuestras aspiraciones y actuaciones.
- La experimentación de que la atención al otro en el cuidado mutuo produce una satisfacción plena porque se asienta en el amor. Ello nos va a ayudar a asumir lo que somos con serenidad y esperanza. Está probado que la debilidad y fragilidad compartida nos hacen fuertes para afrontar las causas del sufrimiento humano producido por las carencias y errores en la convivencia humana, o por la enfermedad.
- El intercambio de las experiencias donde la inseguridad y el sufrimiento común nos liga a los demás para construir un “nosotros” incluyente de toda condición humana.
En definitiva, se trata de aprender a vivir en la vulnerabilidad humana. La pedagogía de la fragilidad comporta una respuesta radical a la suficiencia del sistema neoliberal, a sus valores, a su mundo simbólico, a la subjetividad manipulada en la competitividad brutal. Esto nos exige penetrar en el conocimiento de lo que somos y de lo que nos configura como seres humanos vulnerables en nuestro caminar desde que nacemos hasta la muerte. Ello precisa un aprendizaje consciente y constantemente compartido, donde el cuidado y la ayuda mutua, como realidad del convivir y de la relación educativa apoyada en el cultivo de los afectos y las emociones positivas, se sitúen en todos los ámbitos de la vida escolar. Es necesario que los Derechos Humanos y los Derechos de la Infancia sean un pilar fundamental del Proyecto Educativo de Centro y del currículo, pues servirá para aprender que la vulnerabilidad humana se agrava cuando no se respetan, y disminuye cuando se sostienen y defienden en común en una democracia cada vez más consolidada.
Hay centros educativos en los que se está analizando, investigando y tratando el tema de la pandemia, sus causas, sus consecuencias y posibles actuaciones individuales y colectivas frente a ella. Lo hacen desde la conciencia de que podemos aprender desde la fragilidad humana. Esas experiencias pueden convertirse en referentes del tratamiento de este tema como un componente fundamental del currículo en el mundo en que vivimos.
La comprensión del ser vulnerable y frágil no conlleva vivir en el lamento, en la depresión, en la resignación y en la negatividad. Más bien al contrario, la conciencia de la vulnerabilidad comporta la necesidad de dar valor a la interdependencia y a la fuerza del compartir y de la solidaridad. También nos hace tomar conciencia de la alegría de vivir y de la fiesta, de la poesía y la contemplación de la belleza, del agradecimiento y compasión como la pasión por la vida con los otros.
Sabemos que todo lo que aquí proponemos era una utopía antes de la pandemia. Hoy vivimos la urgencia y la necesidad de que la hagamos posible como “inédito viable” que decía Freire. Se trata de ir construyendo una sociedad y una educación cuidadora de las vidas vulnerables de todos, dando prioridad a las de los considerados más débiles: los tenidos por los nadie, los sobrantes, los desechables, los descartables, como los desperdicios de la sociedad neoliberal.
Julio Rogero es miembro del MRP Escuela Abierta y del Foro de Sevilla. Por otra política educativa.
Agradecemos a Joseba García Plazuelo y a Ramón Besonías la cesión de las ilustraciones
1 comentario
Necesitamos una transformación profunda de nuestra Educación, de nuestras políticas, y practicas educativas que perpetúan situaciones de exclusión a determinados alumnos, impidiéndoles la participación en la toma de decisiones escolares. Todo ello nos lleva a replantearnos el recorrido que tienen que hacer nuestros centros, si quieren ser centros inclusivos, y
democráticos, (colegialidad radical ) como diría Fielding; empezando por la organización del propio sistema, las relaciones que se dan en nuestros centros, debemos de poner el foco de atención en nuestro currículo, en las formas de enseñar, de aprender, que tienen nuestras escuelas.
En el momento actual que nos hallamos la propia pandemia nos ha hecho despertar de este largo letargo en el que vivimos los seres humanos, nos hallamos en un momento de parón, de inercia colectiva, más que nunca las desigualdades han ido in crescendo , desigualdades sociales, políticas, económicas, educativas, a las que hacemos frente los seres humanos.
Hoy más que nunca necesitamos recuperar los valores fundamentales, de esa Escuela Humaniza dora, de la que habla Freire, no debemos situarnos en el paradigma del éxito individual, de la autosuficiencia, porque como seres sociales nos necesitamos unos a los otros, recuperar por tanto los valores de la empatía, tolerancia, del cuidado por el otro, nos lleva a crear comunidades de aprendizaje, donde todos podamos compartir y aprender unos de otros, metodologías participativas, colaborativas, un locus donde poder aprender juntos., recuperar esas voces excluidas, silenciadas por la cultura dominante, porque podrán darnos desde otro angulo una visión diferente de la Escuela.