Tratar de describir la ética docente, no es tarea fácil. Ya porque se reclama poco, ya por equivocidad, ya porque no están claras ni sus fuentes, ni sus contenidos. La profesión carece de referencias organizativas que tengan la legitimidad de dictar las normas éticas del oficio. Y de ahí sus imaginarios.
En España, con datos del curso 19/20, se dedican a la docencia un total de 848.000 profesionales, unos 725.000 en la denominada educación no universitaria, y 123.000 enseñan e investigan en universidades. El alumnado atendido supera los 8.000.000 en la primera, y el 1.600.000 en la segunda. Las profesoras y alumnas son mayoría. De un modo general, lo que ocurre en educación afecta directamente a más de 11 millones de individuos, el 25% de la población y, por extensión, a sus familias.
Este es el escenario de la ética docente. Trataremos de abordar el significado de la expresión y sus usos, desde un enfoque analítico, por definición, apriorístico. Cabe distinguir tres perspectivas que podrían describir la fuente de la ética docente, sus procesos de conformación y su papel en la cultura profesional. Tal enfoque requiere algunas consideraciones previas sobre la escuela y la acción educativa que, dada la naturaleza del trabajo, serán descritas brevemente y que afectan a la ética docente.
La educación es, ante todo, una empresa ética en cuanto sus principios constitutivos. Se construye sobre valores, y educar, en su significado primigenio, es acción moral. La escuela es, primero, comunidad moral y, después, un consistorio de gremios de especialistas. Por otra parte, la maestra, el maestro es un práctico que explica su praxis, siendo el contenido de lo que enseña la relación entre reflexión y práctica. Uno de los grandes problemas de la escuela del siglo XXI es la brecha creciente entre lo que se le demanda y lo que esta puede y debe ofrecer. Este es, por consiguiente, un punto de inflexión a la hora de definir una ética docente. Además, debemos buscar y tender puentes que coadyuven a construir espacios de comunidad, lo que implica trabajar en la búsqueda de un lenguaje común y poner la ética por delante de la técnica y de la tecnología, como marco para vincular racionalidad y sentimiento, conocimiento y emoción, estética y ética. Por su parte, las sociedades abiertas requieren de un mínimo común cultural propio, una ética mínima. Esa ética común que debe ser enseñada de tal forma que el alumnado pueda entender y aprehender el mundo en el que vive. Y, por último, la educación integral del ser humano, el pleno desarrollo de la personalidad y la dignidad humana, enunciada en la DUDH y en las metas operativas de la Agenda 2030. Estas onforman el núcleo desde el cual se puede construir la ética mínima del siglo XXI.
A partir de estas consideraciones previas, podemos señalar tres imaginarios posibles como fuentes de una ética docente.
En un primer imaginario encontramos un conjunto de virtudes asociadas -no siempre explicitadas y, a veces, en contradicción unas con otras- a las acciones catalogadas como derechos y deberes públicos y privados y las consiguientes obligaciones del docente en su función laboral pero, por extensión, también social y cultural. Las fuentes informativas de tales derechos, deberes y obligaciones están en la normativa en cuanto regulación explícita de la acción docente, siendo el núcleo prescriptivo del fenómeno educativo y también la condición de su seguridad jurídica, o de su reverso. Legisladores, juristas, administraciones, supervisores, directivos y docentes, son los intérpretes de ese cuerpo normativo, sin obviar el papel de familias, alumnado y sindicatos. Conforma la fuente primaria del malestar docente, en cuanto este no se identifica con gran parte de ese derecho y lo percibe como un artificio ineficaz.
Un segundo imaginario lo conforman los relatos que se reclaman científicos, o conocimiento experto, y que reclaman para sí la representación de las actividades de enseñanza y aprendizaje. En los últimos treinta años, los aportes de la psicología y la neurociencia y el enfoque de la escuela como un espacio donde interactúan sujetos individuales han desplazado a las otras ciencias por la vía de ignorar, exprofeso, los contextos económicos, sociales, culturales y didácticos que convergen en la escuela. Esa perspectiva dota a las comunidades educativas, o al menos lo pretende, de teorías articuladas sobre calidad, competencia, eficacia, excelencia, emprendimiento y nuevos contenidos presuntamente necesarios para la ciudadanía del siglo XXI. Es también el espacio preferente de las presiones de las agencias internacionales a los gobiernos, vía informes como PISA y PIACC, y de los laboratorios de ideas, para trasladar los intereses de la iniciativa privada en el mercado de la formación. Es una zona dinámica, de geometría variable, donde confluyen al mismo tiempo los resistentes a la innovación educativa, quienes se abonan a la innovación y los reforma reformistas, y quienes aprenden a usar el vocabulario del momento pero siguen actuando conforme les dicta su experiencia.
El tercer imaginario está conformado por los profesionales, tanto en su individualidad como en los grupos de los que forman parte: ciclos, departamentos, etapas, equipos, etc., y su peso específico en materia de liderazgo. Es el resultado de las dos anteriores. Es la interpretación final y conforma la cultura profesional real, no siempre normalizada o, dicho de otra manera, protocolizada de una forma pero aplicada de otra. Tiene que ver con la vida diaria en la escuela y no es lo mismo una institución donde reina la persuasión que una donde todo está dictado conforme a competencias y reglamentos. No abogamos por renunciar al justo y ponderado ejercicio de la autoridad, sino que proclamamos que, si ésta no posee credibilidad, su ejercicio se hace más difícil y queda reducido a salvar las apariencias. En esa perspectiva, las escuelas dejan de ser comunidades de aprendizaje para conformar centros educativos sujetos a protocolos. No hay espacio para la complicidad, para el compromiso más allá del deber y la obligación.
En conclusión, la escuela es y debe ser el ágora de nuestro tiempo. El espacio donde se construye la ética mínima. Las aulas, los pasillos, los patios, las reuniones de equipo son las plazas donde convergen alumnado y profesorado, donde cristalizan las relaciones con las familias y con otros colegas y profesionales, la Administración educativa y sus agentes de supervisión, los recursos disponibles y la carga laboral. Aquí converge y emerge todo. Se dan fenómenos teñidos de sentimiento y emoción, las más de las veces impermeables a la racionalidad inmediata.
El trabajo docente requiere de reflexión situada, que solo es posible a través de la formación permanente, el entrenamiento pertinente y constante y los espacios y los medios para ello. No nos basta con el conocimiento de los contenidos que debemos impartir, debemos situarlos en el conjunto del conocimiento escolar y, este, en la realidad cambiante que llama a la puerta. Nuestras fuentes son plurales, los saberes, las ciencias, las técnicas y tecnología y artes que enseñamos, y también las aportaciones de las ciencias de la educación pero, sobre todo, el entrenamiento en la reflexión sobre el acto educativo en sí. Es en este espacio donde emerge la ética docente, real, no siempre explicita en su totalidad y mucho menos coherente, que debemos replantar y recolectar constantemente con especial atención a la diversidad de las fuentes.
La ética docente es reflexión de segundo grado que debe promover y prever en el profesorado cierta competencia dialógica que requiere de capacidad evaluativa previa a su praxis. Solo en esa situación cabe pensar al otro, ocuparse de la otredad educativa. Hablamos de la cultura profesional, la responsable final de las interpretaciones de la normativa y su implementación práctica en forma de proyectos y práctica educativa. Es principio y final, antecedente y consecuente de la acción educativa, y requiere de adquisición y entrenamiento constante.
(*) La imagen inicial es del artista japonés Tetsuya Ishida (1973-2005), perteneciente a la exposición "Ishida. Autorretrato de otro", organizada por el Museo Reina Sofía. Puedes descargarse el catálogo de la exposición.