La edad de acceso de los niños a las pantallas es uno de los debates que más conversaciones ha generado alrededor de las tecnologías digitales en los últimos años. Actualmente, la mayoría de los adolescentes obtiene un móvil propio a los 11 años, aunque a menudo este no es el primer momento en que usan un dispositivo.
El uso de tecnologías digitales se ha convertido en una parte integral del día a día de los niños y adolescentes, y es comprensible que las familias quieran limitar los riesgos a los que pueden estar expuestos sus hijos retrasando la llegada del primer móvil. Tenemos mucha información al alcance, tanta que a veces resulta difícil no sentirse abrumado, especialmente cuando intervienen muchos factores que no entendemos. Ante el desconocimiento, debemos detenernos y ser cuidadosos con las decisiones que tomamos sobre la tecnología.
Vamos paso a paso. ¿Qué nos dice realmente la evidencia científica sobre los peligros de las pantallas? Este febrero, el Colegio de Médicos de Barcelona (CoMB) publicó La protección digital de menores y adolescentes, donde establecen una base científica y proponen recomendaciones dirigidas a administraciones, operadores, desarrolladores y familias. El CoMB cita un metaanálisis —un estudio que sintetiza los datos y resultados de diferentes estudios clínicos, en este caso 42, con más de 18,900 participantes— publicado en JAMA Pediatrics, que halló que los niños que pasan más tiempo frente a las pantallas pueden presentar retrasos en el desarrollo del lenguaje. El estudio del CoMB también habla de los riesgos asociados a la vista y relaciona el tiempo prolongado en actividades de cerca (donde se incluye el uso de pantallas) con un mayor riesgo de desarrollar miopía en niños.
Ante toda esta evidencia, surge una pregunta clave: ¿cuál es la mejor edad para tener el primer móvil? En un video para eduCAC, Núria Aragay Vicente, psicóloga clínica y experta en adicciones no tóxicas, explica que no existe una edad concreta para tener móvil. Y es que la evidencia científica no ha podido establecer una edad adecuada para su uso sin riesgos. El año pasado publicamos un artículo sobre esta cuestión en el que hablábamos de un estudio en Nature Human Behaviour. Este trabajo argumentaba que las diferencias en el desarrollo durante la infancia y la adolescencia, junto con la variedad de usos de los dispositivos, no permiten definir una edad adecuada desde un punto de vista científico.
En la guía Las tecnologías digitales en la infancia, adolescencia y juventud, la Generalitat de Catalunya propone prohibir las pantallas completamente hasta los 3 años y luego escalar progresivamente: media hora hasta los 6 años y un máximo de una hora de 7 a 12 años. En 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un informe que insistía en que los niños menores de 2 años no debían tener pantallas en ningún caso y entre 2 y 5 años se recomendaba un máximo de una hora al día. El informe de la OMS se centraba en el sedentarismo y en la necesidad de que los niños pudieran tener momentos de ocio más activos.
«Los riesgos de las pantallas» es un concepto tan amplio que ya no dice gran cosa. Una pantalla no tiene por qué ser necesariamente peligrosa; el potencial, tanto positivo como negativo, depende del uso y del contexto de cada individuo. «Pantallas» en general también es un concepto demasiado amplio —incluye móvil, ordenadores, televisión, tabletas, etc.— y la evidencia varía para cada uno. En el caso de las redes sociales, como se mencionó, se han asociado con una peor salud mental y una mayor propensión a sufrir depresión y realizar actividades de riesgo, pero son solo un factor más entre muchos otros desencadenantes posibles. La Asociación Americana de Psicología, tras revisar la evidencia hasta abril de 2023, afirmaba que los riesgos asociados a las redes —como ciberacoso o sexting— son mayores si se comienzan a usar entre los 10 y los 14 años, en comparación con a partir de los 18.
Además de las limitaciones de la evidencia, este campo de investigación depende exclusivamente de estudios observacionales. Es decir, la observación de los hábitos de un grupo y el análisis de cómo afectan un factor concreto de su salud. Extraer relaciones de causa-efecto con este método es difícil porque hay muchísimos factores que pueden afectar nuestra salud y condicionar los resultados.
Estar bien informados para tomar buenas decisiones
¿Compro un móvil para mi hijo antes de que empiece el instituto? ¿Y un ordenador? ¿Es mejor o peor? ¿Deberíamos implementar el uso de móviles en el aula? ¿Y en el recreo? ¿Es realmente tan malo darle el móvil a mi hijo pequeño cuando está muy inquieto? Primero de todo, calma. Queremos respuestas fáciles, simples y rápidas a todas estas preguntas, pero basar nuestras decisiones en lo que dicen los expertos requiere tiempo y reflexión.
No debemos dejarnos llevar por la avalancha de titulares alarmistas que de vez en cuando llena nuestras pantallas. Antes de pensar si el niño o adolescente está preparado para asumir la responsabilidad de un móvil, es importante que el adulto se pregunte si está preparado para acompañarlo en el proceso. Tener el tiempo para estar atento a su actividad, conocer qué aplicaciones existen, qué redes sociales, para qué sirven… Estar bien informados no solo nos ayuda a no entrar en pánico y tomar buenas decisiones, sino que también nos permite tener una actitud más activa y positiva. En otro video para eduCAC, Núria Aragay Vicente dice: “Habrá etapas en las que el niño sea más pequeño y tendremos que establecer nosotros las normas, y a medida que crezcan tendremos que negociar, pactar y hablar con ellos.” Debe ser un proceso conjunto, tal vez no cuando el niño tiene 5 años, pero sí a medida que crecen, porque no se trata solo de prohibir, sino de dar las herramientas adecuadas para un uso saludable de las tecnologías.