Dice Hannah Arendt que la conversación está en la base de la acción comunitaria, una forma de construcción de lo público, del espacio en el que se edifica lo político, un hablar y actuar conjunto que genera poder. Somos esa relación entre lo que decimos y lo que hacemos, y desde esa relación nos mostramos en lo público como espacio común en el que la pluralidad y la multiplicidad de perspectivas garantizan una vida activa -política- para todas y todos. Más allá de esta mirada -ciertamente amable- sobre la construcción de la política, es obvio que una condición de partida para una vida activa en libertad es poder decir y podernos decir.
Por eso vengo a reivindicar aquí una pedagogía de la conversación y denunciar la pedagogía del silencio, de la negación de la palabra, del ruido. Y creo que si la escuela es o puede ser un espacio público, en el sentido de Arendt, debería ser el lugar en el que se garantice la posibilidad y el aprendizaje de la conversación. Pero si la escuela no se desprende de los curricula menú y de una didáctica extremadamente burocratizada, difícilmente puede el sujeto -docente y discente- encontrar ese espacio y ese tiempo tranquilo, libre, espontáneo, callejero y social, en el que cultivar la conversación como una forma de creación de la vida activa, de la vida educada. No hay educación sin diálogo y comunicación, y cada vez que a un niño o una niña se le cierra la boca, o se la inunda con respuestas prefabricadas en las que nunca se tuvo en cuenta su derecho a pensar por sí mismo, cada vez que eso ocurre se cierra la posibilidad de ese espacio político que empodera a los seres humanos.
No creo, sin embargo, que esa saludable pedagogía de la conversación se deba cultivar solo en la aulas. Es necesaria una educación expandida que surja en múltiples lugares y acontecimientos, y las calles de la ciudad no tienen porqué ser sólo el eco o la resonancia espectacular de la voz del capitalismo de consumo. Ni tampoco los medios de comunicación, internet, y especialmente la televisión, tienen porqué ser el dispositivo estratégico del poder para decir sin decirnos nada que encienda nuestro deseo de decir. Vale la pena pensar la calle, los movimientos y redes sociales, los medios de comunicación, como esa otra posibilidad de creación de lo público, de cultivo del encuentro informado, de la conversación.
Pero atención, cada vez que un político profesionalizado recurre a un argumentario sin argumento, al insulto o la creación del ruido, para no decir ni dejar decir, cada vez que una radio o una televisión promocionan el espectáculo del debate sin contenido, para entretener sin dejarnos pensar sobre lo que está pasando, cada vez que se recurre al insulto o la mentira, cada vez que eso ocurre se pierde la oportunidad de una educación emancipadora, y se acrecienta la pedagogía del ruido que no deja ni aprender a hablar ni aprender a escuchar. Un partido de fútbol, un programa de televisión o un escaparate de un centro comercial tienen todo un contenido pedagógico sobre el que hemos de preguntarnos hacia dónde conduce, qué significados produce, que otras pedagogías dificulta o entorpece. Detrás del empujón, el grito y el insulto está la negación de la palabra, la imposibilidad de la conversación.
Tenemos relevantes apoyos en la historia de la escuela y las pedagogías renovadoras que nos facilitan ahora esta recuperación de la conversación educativa. La asamblea en las aulas de Celestin Freinet ponía la voz y el deseo de los niños y niñas en el centro del proyecto educativo. El círculo de cultura en la educación popular de Paulo Freire ponía la voz y el deseo de campesinos y campesinas en el núcleo del proyecto de una alfabetización emancipadora. La discusión en las aulas del instituto tratando cuestiones controvertidas en la propuesta curricular de Lawrence Stenhouse ponía la voz y el deseo de los y las adolescentes en el núcleo del proyecto educativo.
La referencia a estos tres autores no tiene intencionalidad académica, más bien lo contrario. Es precisamente la dificultad para encontrarlos en los supuestos argumentos de las actuales políticas de la innovación lo que provoca ahora la necesidad de sacarlos del olvido para volver a pensar el valor de la conversación en la práctica educativa.