Lo diré como los clásicos: la educación es un territorio de combate, un campo social en el que se dirimen posiciones de fuerza, intereses diferentes en permanente conflicto. A estas alturas esta afirmación es casi una obviedad, y fundamento empírico lo encontramos por todos los lados, por eso sorprende la ausencia o poca presencia de esta mirada -de esta tesis- en los análisis e informaciones o declaraciones sobre las políticas educativas actuales.
En el País Valenciano, por poner un ejemplo, la Generalitat pretende eliminar algunos de los conciertos de la enseñanza posobligatoria, casi todos en bachillerato, y la jerarquía católica, la judicatura, la prensa de toda la vida, las radios también de toda la vida, incluida la SER, y claro, los partidos conservadores como PP y Cs ponen el grito en el cielo y a sus fieles en las calles. No debería sorprendernos.
Hay un grupo social e ideológico que ve la educación como una estrategia de reproducción de sus propios intereses y privilegios. Los conciertos educativos facilitan un sustancial negocio dejando intocable la selección/segregación social de los niños y niñas según su origen de clase. Como sustancial negocio es el privilegiado mercado del libro de texto, dejando intocable un discutible modelo de reproducción cultural y un más discutible todavía modelo pedagógico.
Para seguir con el caso valenciano les diré que durante las más de dos décadas de gobierno del PP en la Generalitat el incremento del negocio en la Universidad Católica ha sido espectacular, mientras en la Universidad pública aumentaban las dificultades. No fue formalmente un concierto lo que firmaba el Ejecutivo del PP, pero la concesión de becas, entre otras formas, facilitaban las cosas a la jerarquía católica. Es natural o de sentido común, diría Rajoy. Estamos aquí para lo que estamos. En efecto, no debería sorprender.
Lo que sí es sorprendente, al menos para mi, es la timidez argumentativa con la que ahora otras políticas diferentes pretenden detener esa estrategia de la reproducción conservadora. Es sorprendente que el Conseller Marçà -por continuar en el Pais Valencià- tenga casi que disimular una política que en ese conflictivo campo social de la educación juega ahora con otras estrategias. Sorprende que lo que aplaudimos en los YouTube de Pepe Múgica, y nos emociona en los textos de Galeano no pueda decirse con esa misma claridad y contundencia cuando se ejecuta una política pública. Sorprende que lo que está más que claro en cualquier comentario de un texto de Paulo Freire o Celestin Freinet, cueste tanto de decir cuando se tiene la responsabilidad política de construir una voz pública. Sorprende que sea tan difícil decir que se gobierna a favor de los pobres y que la escuela pública está para dignificar el crecimiento integral de quienes no tienen más recurso que el que le puede ofrecer esa escuela pública. Sorprende que lo que está más que claro en la mirada histórica si se quiere estudiar la relación entre las órdenes religiosas, la educación y la reproducción social, sea tan difícil de explicar cuando se defiende una tímida reforma en los conciertos educativos.
Quizá la cuestión está (vuelvo a los clásicos) en que se ganó el Ejecutivo en la contienda electoral pero sin ganar la hegemonía cultural en el discurso sobre lo público. El proceso continuado de construcción de la experiencia colectiva sobre el sentido de la escuela, de modelación de significados y de valores sobre lo público, y de un modo mas amplio, de creación de concepciones del mundo y de dirección moral e intelectual de la sociedad está todavía en manos de quienes controlan de un modo autoritario y/o paternalista los medios de difusión cultural.
Y si esa es la cuestión, salir de los despachos para abrir un diálogo político con las familias, el profesorado y la ciudadanía es vital. Además de un mandato democrático -no hay democracia sin participación- si las palabras se gastan, si no hay diálogo para encontrar el sentido profundo y radical de las palabras, si no se es capaz de discernir sobre lo que es diferente, lo que contradice, lo que se opone, y lo que es común y en lo que nos encontramos, si no se hace de esto pedagogía política, la explicación -política- quedará en manos de quien todavía tiene la hegemonía. La creación de una verdadera sociedad democrática pasa por instituciones que cultiven y profundicen en un proyecto de contrahegemonía cultural autogestionado, libre y transparente. Si esperamos que tertulianos y burócratas nos lo expliquen todo estamos listos.
Se inicia el curso, continúa el combate.