Hace un año nadie hubiese imaginado que Boric podría llegar a ser el próximo presidente de Chile. Su trayectoria en estos comicios tiene un fuerte componente épico. Ha ido superando cada pantalla del videojuego hasta ser electo presidente. Pocas semanas después de cumplir los 35 años, edad mínima establecida por la ley chilena para eso, fue escogido candidato presidencial de su partido. Luego debió esperar el apoyo de toda su coalición, el Frente Amplio, y recoger 35.000 firmas en tres semanas para validar su candidatura. Después, disputó unas primarias que todos daban por perdidas contra el candidato del Partido Comunista, Daniel Jadue. Contra todo pronóstico, las ganó con holgura. Se convirtió así en el candidato de la coalición Apruebo Dignidad, formada por frenteamplistas y comunistas y disputó la primera vuelta electoral, en la que quedó segundo. El balotaje le dio el pase final al palacio de La Moneda con un resultado apabullante.
Descendiente de familia croata, por parte de padre, y catalana, por parte de madre, es el mayor de tres hermanos de la tercera generación nacida en Chile, en un entorno acomodado de la Región de Magallanes y la Antártida, la zona más austral del continente. Estudió Derecho en la Universidad de Chile, la más prestigiosa del país. “Nos enorgullece que el próximo presidente sea un egresado de la Universidad de Chile, como lo han sido 20 de sus antecesores. En el caso de Gabriel, es una evidencia de cuán importante resulta que las y los estudiantes vivan en un ambiente académico en el cual haya espacio para que se sientan libres de expresarse políticamente y de cuestionar el statu quo”, dijo el rector de la universidad, Ennio Vivaldi, tras conocer los resultados. “Él se convirtió en una voz relevante en la política chilena cuando todavía estudiaba en la Facultad de Derecho”, añadió.
Del movimiento estudiantil a la política
La trayectoria de Gabriel Boric no se puede separar de la irrupción del movimiento estudiantil chileno, a partir de la década de 2000. Fue parte de la llamada Revolución Pingüina del 2006 que protagonizaron los estudiantes de Secundaria, y años más tarde, en 2011, lideró las masivas manifestaciones de los universitarios que pedían cambios en el acceso y calidad del sistema educativo heredado de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Ese año Boric fue elegido presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech) y, desde ahí, encabezó las movilizaciones. “Los enemigos son quienes quieren privatizar la educación pública y mercantilizar todos los aspectos de nuestras vidas […] Se viene la articulación de un nuevo movimiento no solo para cambiar la educación, sino para transformar el país entero”, dijo entonces. Como ahora, el país estaba gobernado por el conservador Sebastián Piñera, que ejercía su primer mandato (2010-2014). El presidente apostó por el desgaste natural del movimiento, que nunca llegó. En agosto, cuando la movilización llevaba cerca de tres meses, en la capital, se vivió una de las protestas más duramente reprimida desde el retorno a la democracia hasta entonces. La jornada se saldó con casi 900 detenidos, solo en Santiago.
“Los problemas que tiene la sociedad chilena no son de carácter sectorial […] todo está cruzado por una transversal que es un modelo político, económico que excluye a las grandes mayorías de la toma de decisiones y favorece a una pequeña minoría”, diagnosticaba hace 10 años el estudiante. Sus conclusiones de entonces se mantienen intactas hasta hoy.
La visibilidad de aquellos años le abrió camino a la política. Tras terminar los estudios de Derecho –le quedó pendiente titularse porque no dio el examen final de carrera, un asunto que ahora sus rivales le reprocharon–, se abocó en su carrera política. Tenía 27 años. Junto con otros dirigentes estudiantiles, como Giorgio Jackson y Camila Vallejo, que ahora van camino a convertirse en futuros ministros, fue electo diputado por la región de Magallanes. En 2017 renovó su mandato como el segundo diputado con más votos del país.
Un salto meteórico
Durante el estallido social de 2019, fue uno de los firmantes del acuerdo político transversal por una nueva Constitución que canalizó parte del malestar ciudadano. Un gesto –su firma– que él siempre ha defendido, pero que le costó duras críticas y el reproche de las bases de su partido, que lo entendieron como una forma de salvar a Piñera y frenar la movilización social. “Es uno de los momentos más difíciles que me ha tocado enfrentar”, ha admitido.
Entre sus propuestas destacan aumentar el salario mínimo, subir impuestos a los más ricos y cambios estructurales en los sistemas de pensiones, salud y educación. En su primer discurso como futuro presidente y ante la multitud que se congregó en la avenida principal de Santiago, La Alameda, para celebrar el triunfo sostuvo: “Yo vengo de lejos, del sur, de Magallanes, casi en la Antártica, y tengo 35 años. Tengo claro que la historia no parte con nosotros. Nuestro proyecto es heredero de una larga tradición, la de quienes han buscado la justicia, la defensa de los derechos humanos y la protección de las libertades” Y añadió: “Estamos ante un cambio de ciclo histórico y no lo podemos desaprovechar. Seré el presidente de todos los chilenos y chilenas, de quienes eligieron otra alternativa y también de quienes no concurrieron a votar”.
La noche del domingo, muchos recordaban los pasos de aquel estudiante inconformista y rebelde que en solo 10 años ha dado un salto meteórico: de líder estudiantil a presidente de la República.