La escuela El Llindar es un oasis de segundas oportunidades en un país donde el abandono educativo prematuro afecta a uno de cada cinco jóvenes. Este centro de Cornellà, que cuenta con 300 estudiantes, ha sido pionero a la hora de ofrecer un único espacio, flexible y cercano, para todos aquellos alumnos producto del fracaso escolar que acaban perdiéndose en la jungla de la formación postobligatoria, si es que llegan. «Queremos romper con la lógica de programas y cursos pequeños, que buscan la inserción inmediata, y que lo único que hacen es generar itinerarios erráticos», expone su directora, Begoña Gasch.
Después de toda una trayectoria académica de suspensos y expulsiones, de una orientación formativa casi inexistente, los jóvenes encuentran en este centro tiempo para decidirse, educadores con los que conversar, un auténtico trabajo artesano de reconstrucción de las ganas de aprender. Para hacerlo posible, en El Llindar han conseguido aglutinar toda una serie de itinerarios formativos -una ESO flexible y adaptada, una formación profesional inicial de nivel 1 y nivel 2- bajo un mismo techo. Esto da a los jóvenes, muchos de ellos desarraigados, un espacio de pertenencia ante unos itinerarios de formación postobligatoria sin muchas transiciones y donde, a menudo, no hay nadie que los acompañe, según Gasch.
En El Llindar os habéis autodenominado Escuela de Segunda Oportunidad, un concepto hasta ahora inexistente. ¿En qué consiste?
El nombre es controvertido. Nosotros decimos que la segunda oportunidad es por el sistema, para que haga una oferta educativa digna. Para la persona siempre hay más oportunidades. Lo que hemos hecho es desarrollar una arquitectura que permite ofrecer a estos jóvenes itinerarios formativos personales, flexibles y de continuidad. Los alumnos pasan unos dos o tres años de media por El Llindar, y aquí los acompañamos. El concepto más poderoso para ellos es el de futuro formativo: el recorrido. Rompamos con los itinerarios erráticos. Muchos de ellos vienen aquí preguntando si hacemos cursos, lo que sea. Es igual si haces mecánica, de peluquería… Y esto tiene que acabar. Por eso nos hacemos llamar escuela . Somos un centro educativo en tiempo y espacio. Huimos de la lógica perversa de los cursos y cursillos.
¿Por qué es tan importante que los jóvenes en entornos de exclusión tengan un espacio de formación al finalizar la ESO?
Cuando los jóvenes llegan aquí -muchos lo hacen cuando aún no han terminado la ESO- deben iniciar un proceso para volver a consentir el aprendizaje. Lo primero que hacemos es un despliegue para saber de qué manera -con qué metodología- podemos despertar las ganas de aprender de este joven que viene de un fracaso educativo cronificado. Esto es lo que nos diferencia de una FP estándar, donde este joven acabaría abandonando. Nosotros contamos con él desde el minuto cero: lo escuchamos, miramos qué necesita, qué le interesa, qué lo hace dudar, y a partir de ahí trabajamos. Detrás de las escalofriantes cifras de abandono y fracaso escolar hay jóvenes que sufren.
¿Y qué necesitan? ¿Qué os piden?
Antes de nada, tener un lugar. Han vivido con la sensación de no ser nadie, y los adolescentes no soportan ser anónimos, que nadie los mire… Por ejemplo, los profesores los esperamos fuera para darles los buenos días por la mañana. Intentamos configurar un espacio donde ellos son alguien. Ponemos ante sí un portafolios con diferentes itinerarios de formación que pueden elegir, pero lo más importante es el acompañamiento subjetivo que hacemos. Proponemos itinerarios personalizados, flexibles y más largos. La formación, certificada y de calidad, se alterna con trabajo en espacios laborales reales -una especie de formación profesional dual a medida-. Un buen taller de mecánica o una gran escuela de peluquería no la entendemos sin la parte en que acompañamos el alumno, lo escuchamos, interpretamos sus conductas. Estos son los adolescentes que en el instituto molestan, se hacen expulsar, son disruptivos… Tenemos un sistema que les ha colapsado. Hay alumnos que podrían tener el graduado pero necesitan más tiempo, y la Administración no está dispuesta a dárselo.
Las cifras tan elevadas de abandono educativo prematuro son una clara consecuencia del fracaso escolar.
Hay jóvenes que, cuando les preguntamos por qué vienen al Llindar, nos dicen que aquí es más fácil sacarse el graduado. «Pero ¿para qué lo quieres?», les pregunto yo. Por sí solo no les servirá para trabajar. Te puedo asegurar que los que se sacan el graduado en junio, en septiembre no están haciendo nada. Lo sé porque vienen y nos lo dicen. El título debe ser una herramienta para seguir formándose. Tenemos jóvenes que han hecho todo el proceso de Imagen y Estética y van a ciclos medios y superiores, y aprueban. ¡Porque los garantizamos tiempo! Son hombres y mujeres que tienen momentos muy difíciles. Ruth abandonó a los 16 años la ESO porque a ella no le interesaba lo que pasaba en la escuela ni la escuela se interesaba por ella. Llegó aquí y ahora está haciendo un ciclo superior, trabaja con nosotros -porque es muy buena en estética- y en otro centro. Este recorrido sería casi impensable para ella en la postobligatoria tal como la conocemos. Aquí les damos confianza.
Este trabajo de acompañamiento que hacer con los alumnos ¿tiene lugar durante los talleres de formación? ¿O busca espacios dedicados a esto?
No tenemos tutorías grupales. El más potente es la conversación personal. Muchos de ellos han sufrido mucho. ¿Cómo acompañas esto? Pues teniendo un clima de conversación y de palabra, a tiempo y a destiempo, asumido por todos los educadores durante los talleres, y este vínculo hace que te pidan hablar. Así el malestar queda en la palabra y no en la conducta.
¿Esto requiere más sensibilidad entre el profesorado?
Esto requiere un esfuerzo que tiene que ver con el deseo real. A mí me preocupa realmente lo que les pasa. Es muy importante escucharlos cuando toca, a veces que te digan una sola palabra, pero que no sean anónimos. Y todos los profesores tienen esta actitud. Ayer un alumno de Ecuador protagonizó una escena muy difícil porque había perdido dos amigos en el terremoto de su país, y me decía: «¡Es que no sé llorar!». Pues tendrá que llorar por muchas cosas en la vida, y eso no lo podemos obviar. Tendremos que acompañarlos, poner palabras para que construyan su propia narrativa.
¿Por qué consideras que en Cataluña hay un nivel tan elevado de fracaso y abandono escolar?
¡El sistema fracasa! Y entonces los jóvenes abandonan. Fracasa porque es inflexible, estándar y protocolario, y no da lugar a la particularidad de los jóvenes. La escuela da por supuesto que todos los niños tienen ganas de estudiar, y esto no es así. Y no porque no quieran. Tenemos un sistema homogéneo. Todos tenemos que hacer lo mismo, de la misma manera. Y además lo sabemos… Por tanto, debemos transgredir. Nosotros a veces, cuando están cruzados, les decimos: «Ve a casa, te lo piensas y a las tres vuelve y hablamos». ¡Esto en un instituto es impensable! ¿Cuántos partes deberían hacer para esto? Volvemos a hablar del tiempo. Es otro universo de trabajo. El sistema quiere que todos entren a la misma hora. Hay una chica de 14 años que tiene problemas en casa y viene media hora más tarde, porque necesita que algún adulto la pueda mirar y decirle: «Buenos días».
Este grado de personalización es difícil de conseguir en un sistema que mueve miles de alumnos, pero quizás una escuela más inclusiva desde sus inicios evitaría que muchos jóvenes necesitaran espacios como El Llindar.
Si desde la Primaria se trabajara de la mejor manera no habría que esperar a que a los 14 años salieran de la peor manera. Hablamos de alumnos que necesitan otra mirada: para conseguirlo, habría que cambiar mucho la escuela ordinaria. Se puede intentar. Siempre pongo como ejemplo el Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Sant Cugat. Allí hay jóvenes con unas necesidades educativas particulares y les hacen todo tipo de adaptaciones, nadie se cuestiona cuánto dinero destinamos ni qué exámenes hacen. ¿Se puede tratar a los chicos y chicas uno por uno en un aula de 35? No lo sé. Pero sí sé que puedes estar en una ratio de un profesor por un alumno y, sin embargo, no hacer necesariamente una educación personalizada.
Da la sensación de que para combatir el abandono escolar hemos dedicado muchos esfuerzos para muchos programas muy diferentes con financiaciones muy diversos… Pero sin un modelo concreto.
Completamente. No dudo de la buena voluntad de los programas, pero deberíamos entender más la lógica de por qué se abandona.
Y por qué se fracasa…
Debemos entender que cada uno aprende de formas diferentes. Por eso nosotros intentamos hacer una oferta formativa en función de lo que nos piden. No tenemos un catálogo y ‘si te gusta bien y si no también’. No queremos olvidarnos de los adolescentes, que nos llegan con una fragilidad brutal, descolgados del sistema y de la vida. Ahora estamos trabajando en un sistema de indicadores que nos permita evaluar el éxito más allá del rendimiento académico, que tenga que ver procesos y transiciones. Medir el éxito no puede limitarse a un análisis cuantitativo de aprobados y certificaciones.
Para ti ¿qué es una situación de éxito de tus alumnos? ¿Que encuentren trabajo?
No siempre. Que encuentren, o que tengan un título, son indicadores, pero lo más valioso es que recuperen el deseo de aprender y de hacer cosas. Aprender a no tirar la toalla, a pensar que tienen futuro, a que estén contentos en el sentido profundo de la palabra. Miremos quién continúa estudiando y otros elementos más intangibles vinculados al crecimiento personal. Estamos trabajando con la UAB para medirlos y ofrecer resultados el próximo curso.
Esto requiere una visión de la docencia que va mucho más allá de la instrucción.
No nos consideramos profesores al uso. Trabajamos en muchos espacios de trabajo colectivos para ocupar un buen lugar ante el alumno. Acompañarlos es estar atentos a las cosas con las que vienen y poder hablar; por ejemplo, saber que deben llamar al CSMIJ, que puedan venir con una factura del gas y que sepan que los ayudaremos a buscar ayuda…
Entre los educadores que trabajan en entornos de exclusión suele surgir el debate de si el docente debe extralimitarse. ¿Cuál es para ti el límite?
El límite te lo pone la vida, el vínculo que estableces, la confianza. Estar atento a lo que necesitan. A veces hay que ser contundente, a veces felicitar. Es una posición que está en construcción. Y huimos de todo paternalismo y asistencialismo, a pesar de que nos encontramos con casos graves, de un joven que llega un día con la maleta diciéndote que como ha cumplido 18 años se la han hecho fuera del centro de menores.
De hecho, estamos llegando al final de la entrevista y todavía no hemos hablado específicamente de cómo la pobreza y la exclusión condicionan la vida de estos jóvenes.
Es brutal. Es muy difícil tener la energía para aprender cuando uno está sufriendo de la peor manera. Y muchos, al ver que el mundo es injusto, deciden ir de víctimas. Esto genera conflictos.Los profesores intentamos colaborar con el adolescente para que no sea víctima, que sea responsable de su vida. Y esto ha pasado con crisis y sin crisis. La crisis ha destapado el iceberg, pero yo hace 30 años que estoy en este mundo y la miseria siempre ha sido muy seria.
Da la sensación de que ha conseguido apuntalar su modelo a base de muchas subvenciones y ayudas diferentes.
Somos expertos en ingeniería de las subvenciones. Es totalmente perverso. Hay concursos públicos a la baja: quien hace la oferta económica más barata gana… ¡Es brutal! Entras en competencia con las entidades de tu lado… Y hay entidades que se rebajan, pero se entiende, porque es pura supervivencia. Para huir de este lógica que sustenta una política socioeducativa fragmentada y con calendario administrativo alejado de las necesidades de los jóvenes, hay que construir un modelo nuevo, y nosotros estamos explorando el modelo Escuela de Segunda Oportunidad.