La resaca del maremoto trianual producido por la publicación del Informe PISA 2015, ha conllevado, una vez más, una oleada de declaraciones, opiniones, estudios, pareceres, críticas y explicaciones. Cada vez más se cuestiona lo que pretende “medir” este tipo de pruebas, la descontextualización de algo tan contextual como el aprendizaje y sus culturas, la forma de administrarlas, las triquiñuelas de algunos sistemas para salir mejor colocados, el poder que suponen para un determinado organismo, el coste asociado a su administración en países con profesorado mal preparado y peor pagado, su “inutilidad” por no conllevar ni fomentar análisis profundos del presente y futuro de los sistemas educativos, dado que, como máximo, lo único que se deriva es qué hacer para salir mejor en la foto siguiente.
En esta ocasión, en mi parlamento de las cosas en el que me propongo explorar las alternativas de la educación, sitúo la discusión en un tema que PISA 2016 ha vuelto a poner sobre la mesa, cuando en realidad nunca se ha ido. Me refiero a la cuestión de “los deberes”. Los cursos escolares comienzan y acaban con este debate, las vacaciones lo reaniman y PISA parece aportar más “munición”. Se suele debatir, una y otra vez, si deberes sí o no, en qué momentos, por qué, para qué, ocupando cuánto, si habría que cambiar la metodología de enseñanza,… Pero los años de experiencia y estudio me dicen que quizás el foco del problema está en otro lugar, que quizás como en el cuento sufí, estemos buscando el anillo perdido bajo una farola y no en el lugar en el que se nos cayó.
Dándole vueltas a esta idea, en la publicación de la Obra Completa de Carl Jung (editorial Trotta), recuentro las nociones de “inconsciente colectivo”, “algo así como una patria común y desconocida, se manifiesta aquí y allá, entonces y ahora, y es razonable pensar que lo seguirá haciendo”. Así como el de “arquetipo”, “una imagen con alto contenido emocional que nos ayuda en nuestra educación sentimental y a ordenar los tipos humanos” (Juan Arnau). Y me planteo, en relación al tema de esta columna, que hacer consciente, explícito, nuestro “inconsciente colectivo” y nuestro “arquetipo” nos puede llevar a reconsiderar cómo hemos llegado a pensar como lo hacemos en relación al sentido y el papel del sistema educativo en el mundo actual y, quizás, a establecer nuevas cuestiones, así como el tema de los “deberes”.
Porque hoy la Escuela no es “el” lugar de aprendizaje. Los estudiantes transitan por distintos contextos culturales y sociales, analógicos y digitales, en los que aprenden cosas muy diferentes, a veces en conflicto con la educación formal, que día a día, en un mundo saturado de información, está perdiendo imagen, discurso y prestigio. De ahí que lo primero que preguntaría sería: ¿Cuál es el proyecto educativo de la institución? ¿de qué estrategias y recursos se está dotando para poder ponerlo en marcha? ¿qué noción de conocimiento, de enseñanza, de aprendizaje, de saber y de evaluación subyacen al proyecto? ¿cuál es el papel de los diferentes implicados: administración, dirección, docentes, estudiantes, familias…? ¿hasta qué punto se tiene en cuenta los aprendizajes, intereses y capital social y cultural del alumnado? ¿qué tipo de relaciones, conexiones o desconexiones se plantea con el resto de los contextos de aprendizaje de los estudiantes?
Estaríamos así deconstruyendo el “inconsciente colectivo” y el “arquetipo” de la educación escolar. Y si consiguiésemos cuestionar la inercia que enseñar es decir, aprender es escuchar y el conocimiento es lo que pone en los libros, y conectar las experiencias del centro con las del mundo exterior del alumnado, el aprendizaje se convertiría en el goce continuo del descubrimiento, la repetición y el aburrimiento en interés y curiosidad y los “deberes” en “placeres”. Incluso para las familias que acompañan a sus hijos en este proceso -y aquí siempre habrá que poner una atención especial a los diferentes colectivos, para no generar nuevas formas de segregación social- puede ser una fuente de aprendizaje y experiencia en un mundo cambiante en el que la curiosidad no coartada de los más pequeños puede ser una necesaria puesta al día para los mayores.