Las palabras bullying y abuso se están convirtiendo, tristemente, en palabras demasiado habituales en el periodismo educativo de nuestro país. Es muy triste comprobar y sobre todo imaginar la gran cantidad de niños que van con miedo al cole cada día porque son objeto de burlas, insultos, ridiculizaciones e incluso violencia física por parte de sus propios compañeros de clase. No es de extrañar que salten las alarmas y las familias estén cada vez más preocupadas por este tema.
¿Qué se hace desde las escuelas para tratar este problema?
Hasta ahora lo que se hacía era básicamente intentar castigar a los abusadores y tratar de proteger a las víctimas. Y digo intentar porque es una tarea muy difícil. Los tiranos de esta historia suelen ser alumnos que han renunciado a sacarse siquiera el graduado escolar, por lo que sermones, todo tipo de sanciones y expulsiones tienen nulo efecto sobre su manera de proceder.
Esto provoca que los profesionales de la educación se queden sin herramientas ante un problema que está haciendo un infierno de la vida de una persona, ni para castigar al violento, ni tampoco para proteger a la víctima. Yo he visto como profesores, jefes de estudios, directores e incluso inspectores pasaban de “hay que hacer algo con esto, reunámonos para saber qué está pasando y cómo solucionarlo” a “lo siento, no podemos hacer nada” e incluso, aunque parezca increíble, “algo habrá hecho para que le traten así”. Prometo que no me lo invento. Es un problema infinitamente grande para el que carecemos de formación y herramientas, y, tristemente, he podido comprobar como algunos profesionales acaban intentando zafarse de la situación de la manera más fácil posible, e incluso llegar a negarla. Una suerte de ira mezclada con desesperanza es lo que se siente al otro lado.
Ahora se está empezando a intentar dar voz a las víctimas, se les anima a contar lo que les pasa, e incluso se pone a su disposición un número de teléfono para que busquen ayuda más allá de la que les pueda proporcionar la familia. Pero los escolares son muy conscientes de que, en gran parte de las ocasiones, las personas que les hacen la vida imposible tienen muy poco que perder, que sus compañeros no se van a mojar por ellos por miedo a que les caiga encima el papel de víctima, y además en muchas ocasiones reciben amenazas explícitas de lo que les puede ocurrir si piden ayuda, de manera que es una vía, si no muerta, casi moribunda.
Así que esto no funciona. ¿Qué más podemos hacer?
Parece que cuando nos damos cuenta de que tenemos un problema a nivel educativo, en este país tendemos a mirar hacia el norte, concretamente a Finlandia, pues se nos ha vendido que son la perfección hecha sistema educativo. Y en Finlandia tienen el programa KiVa, que, según leo, tiene una efectividad del 98% al desplazar el objetivo de la víctima y el acosador o los acosadores hacia el resto de compañeros, aquellos que presencian los actos de abuso y, por lo general, y como se dijo anteriormente, callan por miedo.
Parece que hay varios problemas para implantar este programa en España, pues se necesita apoyo económico por parte de la administración, que parece que tiene mejores cosas en las que pensar, un duro sistema de evaluación, y, creo yo, las mismas condiciones de las que parten los niños en Finlandia, porque allí la infancia es lo más preciado, y por tanto algo en lo que no duele nada invertir. Partiendo de la base de que aquí lo llamarían gastar, es muy probable que sea difícil implantar ese programa en las escuelas españolas, y si se hiciera probablemente no daría el mismo resultado.
Aun así, creo que es evidente que se debe intentar, y espero que se produzca una fuerte apuesta por algo que ya ha demostrado su valor en otros países, pero sobre todo que se debe intentar hacer bien, evitando chapuzas a las que nos tienen acostumbrados desde arriba, y luego “ay, no ha valido para nada, menudo desperdicio” y si te he visto no me acuerdo…
¿Y qué podemos hacer desde las aulas mientras desde la administración se deciden o no a adoptar un programa como KiVa?
Pues tras mucho reflexionar sobre ejemplos que he vivido de cerca, así como analizar lo que he vivido en mi propia adolescencia, y comparar diversos resultados proporcionados por situaciones muy parecidas, creo que debemos centrarnos en la prevención y enfocar nuestros esfuerzos en evitar que nuestros alumnos se conviertan en víctimas potenciales.
Es de vital importancia crear un fuerte vínculo entre los alumnos, un sentimiento de empatía y solidaridad entre todos los compañeros, para que, una vez se produce un caso de abuso, les merezca la pena exponerse y arriesgarse a denunciarlo e incluso a defenderles. Pero creo que es todavía más importante fomentar la fortaleza de los posibles objetivos de bullying.
No quiero que se me entienda mal, no quiero decir que las víctimas tomen ese papel porque sean débiles, ni mucho menos que podrían evitar serlo y no lo hacen. No, si eres el objetivo a derribar de alguien, es muy difícil, por no decir prácticamente imposible, tener la habilidad de quitártelo de encima. Pero si habéis observado el comportamiento de los “matones” de clase, estaréis de acuerdo en que no eligen a sus víctimas al azar, ni empiezan el acoso de un día para otro, de 0 a 100. En realidad, saben muy bien quiénes pueden ser posibles candidatos, y prueban y vuelven a probar sus reacciones a “pequeñas trastadas” que les gastan, hasta que se convencen de que pueden con ellos, porque, permítanme la expresión, son así de valientes.
Así que, en mi opinión, es ahí donde hay que construir una barrera, un grueso muro en la propia personalidad, en su manera de relacionarse con los demás, para que esas pruebas y esas “pequeñas trastadas” iniciales reboten como si fueran balones lanzados a dicha pared de seguridad.
Autoestima y autoconcepto. Esa es, para mí, la clave. Y es algo que se debe trabajar desde la más tierna infancia y desde una triple vertiente.
Por un lado, los niños deben aprender a quererse ellos mismos antes de querer a nadie más, deben saber que son capaces de muchas cosas, deben conocer sus puntos débiles, sí, pero más importante todavía es que conozcan sus puntos fuertes, lo que se les da bien, en lo que destacan, deben conocerse a sí mismos y tener un autoconcepto ajustado a lo que realmente son. ¿Cuántos adultos conoces que se minusvaloran? Soy diferente pero me gusta serlo. Soy así y nadie me va a cambiar. Soy capaz de muchas cosas y me siento seguro de mí mismo. Esto es algo que se suele pedir a menudo a los adolescentes, partiendo de cero y con un bagaje nulo al respecto, siendo, por tanto, difícilmente realizable, cuando la personalidad está en desarrollo desde mucho antes, por lo que debemos concienciarnos de la importancia de su trabajo desde la etapa de Educación Infantil.
Por otro lado, también se debe fomentar que entre los compañeros se estrechen lazos. No se puede obligar a nadie a ser muy amigo de otra persona, ni siquiera a que le caiga bien. Pero sí que deben conocerse, saber quiénes son sus compañeros de clase, cómo son y por qué. Y sobre todo deben saber expresar tanto lo que saben de los demás como sus sentimientos hacia ellos, porque la opinión de los demás nos importa, y porque todo lo que se expresa se refuerza y es difícil querer hacer daño a alguien a quien conoces y respetas. De nuevo, esto es algo que no puede surgir de un mes para otro, sino que requiere dedicación y esfuerzo desde las primeras manifestaciones de relaciones de amistad hacia los 3-4 años, pues de esa manera crecen sabiendo que ser compañeros significa algo más que asistir a la misma clase y tener los mismos profesores.
Pero una parte muy importante también en esta cuestión somos nosotros, los docentes. Somos sus espejos, y confían tanto en nuestro reflejo que si queremos que nuestros alumnos tengan una imagen ajustada de sí mismos, no podemos devolverles una imagen distorsionada. Eliminemos expresiones como “no puedes”, “no sabes”, o “es que nunca vas a aprender” y confiemos realmente en sus posibilidades. Realmente. No les transmitamos la idea de que son peor que alguien en ningún aspecto. Ni siquiera cuando creemos que son demasiado pequeños para darse cuenta, porque todo cala y deja huella. Transmitámosles esa seguridad que necesitan para que esas pequeñas pruebas iniciales no les hagan daño y por tanto no valgan la pena como objetivo a destruir.
El currículo debería llevar menos letras y números, y más refuerzo de personalidades, autoestimas y autoconceptos, y no sólo desde que se empiezan a manifestar los primeros problemas, sino desde la raíz de sus causas, es decir, desde Infantil. Prácticamente no lo contempla, pero es tan importante que debe ir por encima de los objetivos y contenidos reflejados en el currículo. No quiero alumnos que sepan muchas matemáticas pero no tengan ni idea de cómo quererse o por qué son importantes todos y cada uno de sus compañeros.
¿Eliminará esto el bullying de nuestras vidas? No lo sé, pero vale la pena intentarlo.