Reseñaba en un escrito anterior la efervescencia educativa que se está viviendo en Cataluña. Aquí, buena parte del profesorado se ha ido vinculado a redes que tratan de contribuir y generar, con estrategias, agendas y propósitos diferentes, formas de gestionar la vida de los centros y el aprender de los alumnos con la voluntad de responder a algunos de los desafíos del presente. Como un grupo de docentes, con el que nos reunimos desde hace ya unos cuantos años, con la voluntad de generar saber pedagógico a partir de compartir nuestros modos de pensar e intervenir en las instituciones (desde la escuela infantil hasta la universidad) y con los colectivos de los que formamos parte. En este espacio compartimos y reflexionamos sobre estos movimientos que tienen lugar en Cataluña, sobre sus posibilidades, aportaciones y tensiones.
Algo que caracteriza nuestro modo de compartir es que ponemos en juego y en cuestión tanto nociones como propuestas que se ofrecen como la última novedad. Como la innovación que solucionará los problemas de la educación de manera simple y milagrosa. Lorenz Malaguzzi, el inspirador de las escuelas infantiles de Reggio Emilia, nos enseñó a cuestionar toda idea o propuesta que llega a la escuela. Por nuestra parte consideramos que ofrecer soluciones definitivas para una realidad tan compleja como la educación escolar es una irresponsabilidad. Por eso nos sigue sorprendiendo que se acepte el ‘deber ser’ que se nos vende, sin interrogarlo, sin ver a quién favorece y excluye. Sin platearnos qué lo fundamenta y qué agenda de intereses defiende.
En esta línea, algo que nos preocupa en estos últimos tiempos son las iniciativas que tratan de implementar innovaciones, con frecuencia importadas de otros países, con la ilusión de crear escuelas avanzadas, pero que enmascaran el propósito de formar un sujeto neoliberal. Propuestas que muchas escuelas adoptan sin cuestionamientos, tensiones o fisuras. Dejándose llevar por la presión mediática o la retórica de quienes actúan -según la expresión de Andy Hargreaves- como ‘gurús de la educación’ (‘quienes generan dependencia de su poderosa figura’). Para activarnos frente a esta y otras situaciones similares ponemos los conceptos y las propuestas que se nos plantean en juego y las sometemos a debate, para generar miradas alternativas.
Nosotros, desde hace tiempo, pensamos y llevamos a nuestros lugares de trabajo, la idea de que ‘la vida’ se ha de hacer presente en las relaciones pedagógicas. Por eso planteamos que el aula y la escuela sean lugares donde fluya la vida. Para ello generamos proyectos de vida de centro y de aula. Esto nos ha llevado a pensar, desde nuestro día a día, lo que hemos denominado ‘el proyecto de vida de centro’ (PVC). Voy a tratar de apuntar algunas de las características de este lugar para el pensar sobre lo que nos afecta en nuestro quehacer diario, más allá de modas y ofertas salvadoras coyunturales. Estas aportaciones emergen de lo compartido en uno de nuestros últimos encuentros.
De entrada consideramos que un PVC no es algo definitivo, que se escribe y se deja en un cajón de la dirección del centro. Es un documento vivo y, por tanto, incompleto. Siempre en proceso, pues refleja lo que mantenemos como estable, pero también lo que vamos cambiando en nuestras concepciones y propuestas. Asume la idea de que el curriculum no es algo fijo y normativo, sino que tiene un sentido experimental y que se recrea en la relación entre el docente y cada uno de los aprendices. Desde esta mirada no ponemos el énfasis sólo en el que sabemos, sino también en aquello que no conocemos y que la trama de relaciones de las que formamos parte nos permite aprender.
No estamos obsesionados por los resultados, pues pensamos que la escuela no es una empresa, y que lo que realmente importa aprender no se puede reducir a las respuestas de un cuestionario. Esta visión resultadista elude la complejidad de lo que significa e involucra el aprender. También pensamos que el PVC resalta y valora las diferencias y no busca homogeneizar bajo un paraguas de normalizadora y clasificadora estabilidad. Nuestra visión de la educación pone el énfasis en la experiencia y no en la estructura, cuestionando el sentido del conocimiento como algo proposicional y empaquetado y frente al que planteamos el papel de la conversación de la que se derivan narrativas y relatos sobre aquello que nos preocupa y afecta. En esta consideración de la educación como un proceso de relaciones encarnadas los aprendices no son seres anónimos que dejan sus historias en la puerta de la Escuela, sino sujetos con autoría e historicidad, junto a los cuales tratamos de afrontar retos y aprovechar las oportunidades que se nos ofrecen.
Sobre todo ello reflexionamos en nuestros encuentros mensuales, generando una praxis desde la que aprendemos a nombrar lo que nos sucede y a dar sentido a todo lo que nos atraviesa y cuestiona.