En ningún lugar hay más paz que en un cementerio. Allí se encuentra cada uno en su sitio, nadie molesta a nadie, nadie grita, nadie corre, nadie desobedece, nadie se mete con nadie. Pero muy poquitos están dispuestos a trasladarse allí en busca de tranquilidad.
Es decir, que donde hay vida, hay conflicto. Y en una escuela hay mucha vida, mucha tensión, disputa ideológica, relaciones de autoridad, tensiones disciplinares que pueden dar origen a conflictos de diversa índole… No todos los conflictos son destructivos. Hay algunos que son fruto del desarrollo, del crecimiento, de la superación de situaciones dañinas. Hay, pues, conflictos y conflictos.
Es del todo seguro que ese profesor, que esa persona que ha decidido dedicar la vida a la enseñanza en el seno de una comunidad educativa, se va a encontrar con diversos conflictos, buscados unas veces y otras que vienen de forma inesperada a su encuentro para turbar la paz de su interior, de sus relaciones y de su trabajo.
Los conflictos que afectan al docente pueden implicarle directamente (él es parte) o pueden interpelarle como responsable de su detección, su diagnóstico y su solución. Es decir, puede haber conflictos entre sus alumnos en los que tiene que intervenir de forma activa. Conflictos relacionados con el acoso escolar, con la violencia de género, con los comportamientos disruptivos…
Sea cual sea el motivo que nos ha llevado a la profesión, sea cual sea la formación inicial recibida y sea cual sea el proceso de selección que nos ha vinculado a la profesión docente, es probable que aparezcan conflictos con el alumnado, con los colegas, con las familias, con la administración y hasta con nosotros mismos.
Creo que el problema no es evitarlos a toda costa sino dejar de afrontarlos o hacerlo de mala manera. En la vida hay un arte y una ciencia muy necesarios que consisten en saber convertir dos signos menos en un signo más. Hay personas a quienes destruyen los conflictos y otras a quienes fortalecen.
Sería estupendo poder decir: “Tuve dos problemas pero aprendí; cometí dos errores, pero me hice más fuerte; viví dos importantes conflictos pero me hice más humilde y mejor persona”.
¿Qué hace falta, a mi juicio, para afrontar adecuadamente un conflicto?
Diagnosticar con precisión: es fundamental hacer un diagnóstico certero sobre la naturaleza del conflicto. Si no se diagnostica bien, la solución, probablemente será inútil o contraproducente.
Un día les conté a mis alumnos la siguiente historia: una pareja se encuentra una buena mañana en la cocina sin que previamente se hubieran puesto de acuerdo.
-¿Qué haces aquí a esta horas?, dice él.
-Vengo a buscar una naranja, dice ella.
-Qué casualidad, dice él, yo también busco una naranja.
Abren el frigorífico y se encuentran una sola naranja.
Les pregunté a mis alumnos qué podría hacer la pareja para solucionar el pequeño problema que se les había presentado. Uno dijo:
-Que la partan por la mitad.
-¿Qué más soluciones existen?, pregunté
-Que la echen a suertes, dijo otro. A cara o cruz.
Un tercero, más pragmático preguntó a qué hora se producía el encuentro porque, de estar abiertas las fruterías, podrían salir a comprar naranjas para los dos.
Un cuarto, más romántico, apuntó:
– Si son una pareja bien avenida, uno se la puede ceder al otro.
Les dije cómo continuaba la conversación entre la pareja.
– ¿Tú para qué quieres la naranja?, dice ella.
– Para hacer un zumo, contesta él.
-Ah, no, yo la quiero para cortar un trozo de monda y echarlo en el arroz con leche para que le dé sabor.
No habían diagnosticado bien el problema. La solución no estaba en partir (no tendría cada uno su naranja entera), ni en sortear (uno se quedaría sin ella), ni en comprar (tendrían que salir de casa) ni en ceder por amor (también se quedaría uno sin ella). La solución para el nuevo problema era otra: haz el zumo y dame la monda. Y así los dos tendrían su naranja. Muchos problemas no encuentran solución porque no se diagnostican con precisión.
Intervenir con inteligencia y presteza. Después de diagnosticar, hay que intervenir. Para ello hay que tomar decisiones racionales. Algunas intervenciones no entran al fondo de los conflictos y lo que hacen es camuflarlos, soterrarlos e, incluso, avivarlos.
Puede ser conveniente la mediación de profesionales preparados que, una vez escuchadas las diversas partes del conflicto, ofrezcan la ayuda a quienes, por estar inmersos en el conflicto, no tienen la misma claridad en el juicio y la misma determinación en las soluciones. La mediación se realiza a veces entre iguales.
La inoperancia, el dejar que el tiempo actúe, el análisis interminable, la falta de voluntad o de coraje hace que algunos problemas se enquisten e, incluso, que se vayan agrandando.
Evaluar con rigor: es frecuente ver intervenciones que nunca son revisadas. Es de suponer que las decisiones buscan un final o un aminoramiento del conflicto. Pero no se suele valorar la evolución y la eficacia de las medidas tomadas. Decisiones que parecen lógicas en principio pueden producir los efectos contrarios a los que se buscaban. Cuentan que un pueblo chino hubo en cierta ocasión una invasión de ratas. El ayuntamiento decidió, para acabar con el problema, premiar con una importante cantidad de dinero a cada ciudadano que acudiese con una rata muerta. Si no hubiesen evaluado la situación, no hubieran descubierto que los ciudadanos, movidos por la cantidad de dinero que se recibía por rata muerta, habían dejado el cultivo del arroz y se habían dedicado a criar ratas. Había más ratas que nunca.
Uno de los elementos que es necesario tener en cuenta es el tiempo. Los plazos son importantes. La impaciencia, tiende trampas peligrosas.. A nadie, con sentido común, se le ocurre ir con un cesto a buscar manzanas al día siguiente de plantar una semilla de manzano en el campo. Dará frutos, pero no en ese momento.
Algunas veces el conflicto no desaparece totalmente, puede que se atenúe o se transforme. Las decisiones no se toman para siempre. Se evalúa para comprender y para actuar con lógica y con ética.