Estamos hoy, tal vez más que en los últimos 35 años, en viviendo un momento convulso en la educación. Las pedagogías más tradicionales, basadas en la clase magistral, la memorización o la transmisión directa de datos y conocimiento son criticadas y puestas en cuestión cada vez por un mayor número de personas.
Familias, docentes, algunas administraciones, partidos políticos, organizaciones de todo tipo hablan cada vez más alto de pedagogías activas, de hacer a las niñas y niños más activos en su aprendizaje. Organizar las aulas de otra manera, fomentar el trabajo en grupo, cooperativo, basado en proyectos, problemas, gamificación…
Pero, ¿es una metodología mejor que otra? Jan Bietenbeck es profesor de Economía de la Universidad de Lund, Suecia. Hoy por hoy una de las universidades europeas que más está apostando por la investigación alrededor de la educación. Bietenbeck acaba de publicar un paper en el que, mediante el uso de los datos proporcionados por el informe TIMSS de 20007, intenta arrojar luz sobre el tipo de metodología en el aula más eficaz.
Jan Bietenbeck presentó, de la mano de la Fundación Sociedad y Educación y de la Fundación Ramón Areces, el documento ante un grupo de expertos del ámbito universitario: sociólogos, economistas y psicólogos de la educación entre los que se contaban Elena Martín, Carmen Tovar, Daniel Santín o Rafael Feito.
Con los datos de los que contaba llegó a la conclusión de que es necesario, y cada vez se hace más, una mezcla de ambos tipos de metodologías en las aulas porque, como era de esperar, cada una de ellas tiene impactos diferentes.
Mientras las metodologías más «tradicionales», como él las denomina, dan al alumnado más capacidades para superar las pruebas estandarizadas cada vez más habituales, tienen mayores impactos en los elementos más memorísticos y de repetición de datos o hechos, las metodologías más «modernas», suponen una mejora de los elementos relativos al razonamiento que han de desarrollar los alumnos y alumnas y no tienen impacto alguno sobre la resolución de las pruebas estandarizadas.
Antes de explicar esta conclusión, Bietenbeck comentó que en las pruebas estandarizadas es más habitual que las preguntas se relacionen con la repetición o lo memorístico frente a preguntas que buscan más el razonamiento del niñas y niños. Estas preguntas, aseguró, suponen alrededor de un 20% del total.
En cualquier caso, estas conclusiones remiten a la necesidad de pensar primer qué tipo de educación se requiere para qué tipo de tareas, y después ver qué metodologías son necesarias para llevarlas a cabo.
Ante la clásica pregunta de cómo deberían estas conclusión afectar a las políticas educativas quedó explicitado que queda todavía mucho que hacer para la investigación antes de ofrecer una respuesta a esta pregunta. Es pronto, no hay datos suficientes, hay que realizar investigaciones más profundas. Estas podrían ser las respuestas.
Sobre la mesa, dudas importantes como definir exactamente qué queremos decir con enseñanza tradicional y moderna. Varios asistentes comentaron que la organización del alumnado en grupos es algo que lleva haciéndose décadas y todavía se entiende como una práctica moderna. También la falta de elementos relacionados con la motivación hacia el aprendizaje o, como lo llamó Elena Martín, la pedagogía «patchwork» en referencia a esa técnica de costura según la cual se consigue una pieza a base de diferentes trozos de tela ya existentes. Algo que, dijo, le da miedo y que se ve con cierta asiduidad en centros educativos.