Mark Twain nos animó una y otra vez a explorar, a soñar y descubrir. En la escuela del pasado se solía viajar leyendo -a veces en una escucha colectiva-, de la mano de autores tan reconocidos como Marco Polo, Stevenson, Kipling o Saint-Exupéry; también Herodoto, Estrabón e Ibn Battuta que nos pincelaron el mundo antiguo.
Desgraciadamente, en nuestras clases ha desaparecido el carácter nómada de las viejas historias de Livingstone vs Stanley o Cook, o las que se inventó Julio Verne. Sin embargo, las nuevas tecnologías nos acercan documentales de calidad -un buen reportaje puede ser tan fascinante como una visita real- que permiten organizar una aventura colectiva.
Nos apasionan más los que exploran mundos lejanos, por ejemplo la Antártida. Una lectura imaginativa de esa película se convierte en un cuento novelado que nos ayuda a contraponer invierno y verano -lo que significan temperaturas extremas allí y en nuestra ciudad-; desierto por falta de precipitaciones con capas de cielo de centenares de metros; posibilidades de colonización turística con preservación de enclaves singulares que son tesoros de la humanidad; mediciones en un mapa para entender lejanía en hemisferios y también día y noche.
El simple hecho de imaginar un viaje hasta allí, donde poca gente va e irá, permite conjeturar sobre qué haríamos en el continente helado; incluso antes cómo llegaríamos, o qué vestimentas nos llevaríamos. Estos asuntos de logística sirven como excusa para el diálogo, para fomentar el trabajo en equipo y la búsqueda de información.
Además se puede hablar de que los científicos viajan a la Antártida -donde se marcan todavía los límites de la vida porque los humanos no los han hecho suyos- para investigar. Scott y Amudsen buscaban otras cosas hace 106 años; también sería conveniente conocer su historia y escuchar la canción “Héroes de la Antártida” que les dedicó Mecano. Ahora los científicos se preguntan, absortos en su silencio admirativo y menos literario, cómo está afectando allí el cambio climático, si el hecho de que el agujero en la capa de ozono se abra o se cierre nos anuncia otros cataclismos.
Al mismo tiempo, allí donde compiten los blancos del suelo con negros nubarrones que exhibe el cielo sin avisar; se pueden observar adaptaciones de los seres vivos a situaciones límite de temperatura o aislamiento. En este inmenso territorio, casi 30 veces el tamaño de España, laboratorio de nuestros científicos y nuestro destino imaginado, el desierto es hermoso en su aparente sencillez y monotonía, pero los científicos aseguran que están ocurriendo cambios profundos en unos pocos años por el aumento de la temperatura global; una aventura diferente e inquietante que necesitamos conocer en directo.
Ya no caben en la escuela interpretaciones lineales del tipo de las lecciones escolares -estáticas y descriptivas- que definen el bioma antártico en lo supuestamente establecido para aprender. La vida diversa, grandiosa o pequeña, segura o impredecible, próxima o lejana, llama constantemente a la puerta de la escuela para configurar currículos abiertos. Dejémosla entrar.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)