En la mayoría de las instituciones culturales los departamentos de educación trabajan en dos dependencias: por un lado, las oficinas, situadas habitualmente en los mismos espacios que el resto de los departamentos del museo, y, por otro lado, el aula didáctica, ese lugar donde suceden muchas de las actividades que Educación programa, emplazada en las catacumbas, en sótanos reciclados, espacios sin luz natural ni ventilación, verdaderas cavernas que lo dicen todo sobre la posición simbólica de lo educativo en las instituciones culturales.
Para desestabilizar estas prácticas y resituar lo educativo en una posición no subalterna, desde diciembre de 2016 hasta el pasado mes de abril de 2017, tuvo lugar en LABoral Centro de Arte el proyecto ¿Dónde está la oficina de mediación? (DOM), un programa experimental desde el que intentamos explorar las distintas categorías que lo educativo, lo artístico y lo comisarial adquieren en las instituciones culturales, reflexionando sobre los privilegios y las relaciones de poder que algunas categorías ejercen sobre las otras.
La posición subalterna de lo educativo, entendido como servicio en las instituciones culturales, no es ninguna novedad, más aun cuando DOM se ha desarrollado en un momento muy conflictivo para la institución que lo albergaba por coincidir con la salida de Lucía Arias, última responsable de Educación y profesional que ha propiciado el desarrollo de este proyecto, cuya plaza queda todavía por convocar.
El objetivo principal de este proyecto experimental ha sido alterar las ideas preconcebidas sobre qué es una exposición y un programa de mediación, quién es el artista, el comisario y los públicos. Reformulamos todos estos roles trasladando la Oficina de Mediación desde el área burocrática del museo (imposible de visitar para los visitantes), a la Sala de Exposiciones, y realizando, mediante este desplazamiento físico, una metáfora del desplazamiento conceptual que consideramos necesario abordar.
Esta otra Oficina ha sido coordinada por un grupo de trabajo público creado a partir de algunos de los participantes que aceptaron el reto, y que diseñaron e implementaron una serie de experiencias partiendo de las siguientes preguntas:
¿Puede ser un programa educativo una obra de arte?
¿Pueden los participantes de un programa educativo ser considerados al mismo nivel que los artistas?
¿Pueden las obras de arte ser un dispositivo educativo?
¿Tiene el trabajo de los artistas un componente pedagógico?
¿Deben los programas educativos estar al servicio de las obras de arte?
El objetivo de estas preguntas no era ser respondidas sino poner encima de la mesa una cadena de interrogaciones. De esta manera, DOM se construyó sobre una serie de premisas. La primera de ellas fue la independencia intelectual con respecto a la exposición, ya que tuvo lugar en el contexto de la exposición Los Monstruos de la Máquina, comisariada por Marc Garret, pero no para Los Monstruos de la Máquina. La exposición se entendió como un ecosistema desde donde el grupo de trabajo, a partir del texto de Meierieu Frankenstein educador, abordó la mera instrucción (que se define como poiesis y que consiste en un asunto que finaliza en sí mismo), en oposición a la verdadera educación (que se define como praxis y que es un proceso que no tiene fin).
La diferencia entre poiesis y praxis, en relación específica con la mediación, fue el tema elegido para emigrar de un tipo de mediación objetual, cuyo fin último era la producción clásica de objetos típica de una educación artística modernista, hasta una mediación experiencial que no tienen fin concreto y que se prolonga en otras esferas de las vidas de los públicos. De hecho, la evolución de DOM nos llevó a realizar una totalidad de once proyectos que se desarrollaron en el exterior de la institución, dada la excesiva precariedad de la estructura de gestión y producción de LABoral para llevarlos a cabo.
En segundo lugar DOM, en vez de consolidarse como un recurso generador de ingresos, se consolidó como un recurso que produce costes a la institución exactamente como ocurre con los proyectos que desarrollan otras áreas de los Centros de Arte. Esta diferencia es de suma importancia porque desarticula el rol del departamento de educación como servicio. Tenemos que dejar de entender la educación como un recurso que no solo sirve al resto de la institución, sino que además consigue recursos económicos que se destinan a otros departamentos, pasa por resituar su estatus y alejarlo del imaginario de niña fea.
DOM se entendió por sí mismo como un proyecto a largo plazo y de baja ratio: las actividades de los departamentos de educación pocas veces se desarrollan durante periodos largos de tiempo y para un número reducido de participantes. Las lógicas cuantitativas de las instituciones culturales nos abocan a muchas actividades cortas, que lejos de entenderse como un proyecto o un programa, se crean como una cadena de actividades inconexas en las que han de participar el mayor número de visitantes posibles. Desde DOM se reivindica un trabajo cohesionado, extenso en el tiempo y con un número reducido de participantes, con el fin de incidir en procesos de transformación del contexto local, por lo que los proyectos desarrollados tuvieron lugar en el ámbito geográfico cercano a LABoral.
DOM ha insistido en la perpetuación de su memoria mediante la creación de un archivo que consolida el recuerdo del proyecto al contar con los mismos recursos que se destinan a los proyectos artísticos. En concreto, Elena de la Puente ha sido la responsable de llevar a cabo un archivo visual que constituye una herramienta vital para poder desarrollar reflexiones y continuar con las labores de investigación sobre mediación inscritas en el ADN del proyecto.
Por último, y quizás el verdadero objetivo de DOM, fue educar a la propia institución. Enseñar al resto de departamentos y a sus trabajadores a desarrollar una praxis permanente de respeto por lo educativo en su calidad de proceso independiente, generador de conocimiento y que debe de ser remunerado de manera no precaria. Por lo tanto, se tiene que dejar de entender como un servicio conseguidor de recursos y públicos.
En un alarde de transición contemporánea, mediante DOM pretendimos salir del trabajo sin memoria y del objeto amable pero, sobre todo, se pretendió salir de las catacumbas, de los sótanos sin ventilar, para posicionar lo educativo en salas y, desde ese lugar de visibilidad y exposición, mostrar muchas de las prácticas que aún hoy persisten en el ejercicio de la mediación en las instituciones culturales. En definitiva, realizar una llamada de atención para producir un cambio.