El señor Jaume Carbonell publicó hace unos días en su blog de este diario, Pedagogías del siglo XXI, una nota crítica titulada Hay vida e innovación más allá del neoliberalismo. En ella se refiere a dos libros en los que se pretende desenmascarar y desmontar el discurso neoliberal que predomina actualmente en el panorama educativo. Sin embargo, en opinión del señor Carbonell, ambos adolecen del defecto de plantear un rechazo radical a la pedagogía y proponer un discurso “profundamente conservador en torno a la escuela”. Como coautor de uno de los libros reseñados (Escuela o Barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, Akal, 2017), rogaría en primer lugar al sr. Carbonell que no nos atribuya cosas que no decimos mediante el viejo procedimiento de sacar frases de contexto. En ningún momento se dice en nuestro libro que la escuela deba cambiar lo menos posible ni que toda la innovación educativa esté inspirada por el neoliberalismo. Lo que intentamos es precisamente ejercer el juicio crítico para distinguir unas innovaciones de otras y señalar, eso sí, los perjuicios que se derivan de lo que denominamos “fetichismo de la innovación”, es decir, la pulsión de innovar por innovar.
Parece evidente para cualquier persona mínimamente sensata que el neoliberalismo y la innovación, sobre todo tecnológica, mantienen estrechas conexiones y que de ahí se derivan consecuencias para los discursos y prácticas educativas que el propio orden neoliberal quiere implantar para su propia reproducción y supervivencia. Si esto es así (y lo es) es imprescindible proceder al análisis crítico de dichas conexiones y consecuencias, que es lo que con mayor o menor acierto hemos intentado, pues de lo contrario es imposible distinguir qué cosas hay que cambiar y cuáles merece la pena mantener y se acaba, efectivamente, en una clase de delirio izquierdista muy funcional a los intereses del neoliberalismo. Si por algo se caracteriza la tradición de pensamiento de izquierdas es por su voluntad de autocrítica constante, cosa que queda anegada cuando cualquier crítica se descalifica como simplista, trasnochada y conservadora y, por cierto, sin aportar mayores argumentos. Tampoco se entiende muy bien la alergia de algunos a conservar cualquier cosa, pues, en efecto, hay cosas que merece la pena conservar a toda costa como, por ejemplo, la dignidad, los derechos laborales y sociales que tanto costó conseguir, y tantas otras cosas que las políticas neoliberales nos están arrebatando a marchas forzadas. En ese sentido, sí, somos muy conservadores (como, por cierto, también lo fue buena parte del 15M en este mismo sentido).
En cuanto a lo que el sr. Carbonell llama “los demonios a combatir”: 1. El olvido de los contenidos y la degradación del conocimiento y la cultura, es una realidad cada vez más evidente según se van sucediendo las reformas legislativas. Aducir el estudio de C. Baudelot y R. Establet apoya nuestras tesis, puesto que es gracias a lo que la escuela tiene de verdaderamente pública (y que va desapareciendo) por lo que se puede afirmar esa subida del nivel, aunque sobre esto habría mucho que discutir y no es este el lugar para ello. 2. No negamos la importancia del método, sino que subrayamos la necesidad de la variedad metodológica siempre y cuando no se disocie el método de los contenidos, como suelen hacer todos los formalismos pedagógicos. En cuanto al ABP, sencillamente basta con leer a su máximo promotor en nuestro país, el sr. Trujillo Sáez, para percatarse de su trasfondo neoliberal y de por qué la LOMCE lo promueve fervientemente (a no ser que el sr. Carbonell piense que la LOMCE es una ley muy innovadora y progresista) 3. En cuanto al aprendizaje a lo largo de la vida convendría distinguir en qué sentido lo promueven los organismos internacionales y en qué sentido es “un derecho histórico por el que han luchado ininterrumpidamente las clases populares”, pues en cada caso la misma expresión significa cosas muy distintas que el sr. Carbonell no se molesta en diferenciar, o, quizá, que le interesa confundir. 4. Por supuesto que hay que formar también para el trabajo, eso no lo negamos en ningún momento, aunque nuevamente habría mucho que hablar sobre cómo entender la “economía social colaborativa” y sobre la pertinencia del concepto de “desarrollo sostenible”. No vemos que haya razón alguna para que eso impida denunciar la supeditación exclusiva al mercado a la que se está sometiendo al sistema educativo en todos sus niveles 5. Respecto a la participación democrática de la comunidad lo que señalamos es la conveniencia de distinguir ésta de los nuevos modos de gestión empresarial “participativa” así como la necesidad de pensar los límites de dicha participación democrática en el ámbito académico. 6. Por lo que toca al presunto “desprecio absoluto hacia la pedagogía”, convendría no confundir la crítica con el desprecio, aunque puede ser un recurso útil cuando no se quiere o no se tienen argumentos para responder a las críticas.
Por último, si ignorásemos los grandes relatos pedagógicos no nos hubiéramos molestado en dedicar tantas páginas a discutir con los planteamientos de Dewey, del que no es tanto que hagamos una lectura restrictiva (o, por lo menos, igual de restrictiva que la que él mismo hizo de sus propios planteamientos anteriores en Experiencia y Educación) sino que nos centramos en los efectos que ha tenido su recepción a la hora de implementar determinadas políticas educativas, cosa que una lectura serena de nuestro libro deja ver claramente. Quedamos a la espera de que el sr. Carbonell (o cualquier otro) encuentre el tiempo y el humor para escribir el libro que responda con argumentos a nuestras presuntas simplificaciones, inexactitudes y delirios, en lugar de quedarse en meras acusaciones y descalificaciones. Dejo el siguiente enlace a lo que consideramos una crítica de verdad, en tres entregas, a nuestro libro (aquí 1, aquí 2 y aquí 3) y que el lector interesado compare.
Enrique Galindo Ferrández, profesor de enseñanza secundaria. Activista de la Marea Verde.