Llegan las vacaciones y en más de un informe de notas constará la más que usada lista de cuadernillos o deberes de verano. El mismo cuadernillo para todos aquellos que no hayan superado la asignatura; el mismo para aquellos a quien se les recomiende repasar… ¿Son justos y coherentes los deberes de verano?
Desde hace mucho tiempo (por poner un ejemplo, desde que yo misma era una niña), se envían tareas de verano que pretenden que el alumnado adquiera o consolide lo que no ha sido capaz de adquirir o consolidar durante el curso: has suspendido, tienes deberes. La fórmula es así de sencilla y no tiene en cuenta otros factores que, sin embargo, existen, están allí. De entrada, algo curioso (o si no, algo para cuestionar), es que el tipo de ejercicios siguen siendo muy similares (por no decir iguales) a los que se han estado haciendo durante el curso: el formato papel-lápiz-ejercicio se repite cuando existen a nuestro alcance más recursos que nunca: juegos, aplicaciones, películas, programas, museos, bibliotecas, etc.
Otro aspecto que no se contempla y que debería tener peso, es el acompañamiento que el alumno o alumna tiene. ¿Tiene sentido que a aquellos que no tienen la supervisión o la ayuda de alguien se le pongan deberes? ¿De qué sirve que un niño o niña se hinche a repasar si nadie revisa lo que está haciendo? Y, por otro lado, ¿qué sucede cuando quien ayuda no tiene las herramientas adecuadas o no sabe hacerlo? Muchas familias afirman tener problemas para atender a sus hijos en este sentido: o bien no dominan la materia o no encuentran el momento o les supone discusiones constantes con sus hijos. También nos encontramos con familias que utilizan métodos anticuados (los mismos con los que ellos aprendieron), que se basan en la autoridad, la repetición y el castigo. De nada sirve que se les ayude, si quien lo hace no sabe cómo hacerlo. En muchas ocasiones es, incluso, contraproducente para el alumnado y para la relación familiar.
Tampoco es justo, pienso, que aquel niño o niña que ha trabajo duro durante todo el curso tenga que seguir haciéndolo en su periodo de vacaciones. Si todo el mundo tiene vacaciones, ¿por qué yo no?, escuché decir a una alumna que había trabajado sin descanso, pero que sus notas finales no habían sido suficientemente buenas. Sea un alumno desmotivado, un alumno con dificultades o uno con circunstancias familiares difíciles, en ninguno de estos casos veo que hacer deberes durante los meses de vacaciones vaya a cambiar mucho las cosas. No al menos a través de más y más ejercicios en un papel.
En muchas ocasiones, pero especialmente en esos casos en los que los alumnos no tienen el soporte necesario (hay quien no se puede permitir pagar a un profesor/a particular); los deberes de verano no hacen más que acrecentar la sensación de frustración frente a unos contenidos que no se entienden, así como afianzar, todavía más, la sensación de soledad ante los contenidos escolares. El profesorado debe ser consciente y debe tener en cuenta la realidad de cada alumno: quienes están acompañados y reciben ayuda, quienes trabajan solos, quienes tienen recursos económicos y quienes no. Hinchar de deberes no es de ninguna utilidad, y todavía menos si las circunstancias no acompañan.
Habrá alumnos que abran el sobre del informe escolar y se encuentren con deberes de varias asignaturas, dos o tres o más cuadernillos que rellenar en meses de calor. ¿Por qué optamos por otro tipo de tareas? Para aquellos alumnos a quienes no les gustan los ejercicios sistemáticos, ni les sirven como método de afianzamiento, existen en la web multitud de juegos educativos que, sin duda, harán que el rato de estudio no sea vivido como un castigo o como algo tedioso. También existen juegos de mesa interesantísimos (Lu2, una empresa especializada en juegos pedagógicos ofrece una gran cantidad de ellos). Creo que el mismo pueblo podría aportar recursos en este sentido: ofrecer aulas en los centros cívicos o en las bibliotecas en los que los niños pudieran ir a jugar a este tipo de juegos.
Siempre he sido partidaria de que los deberes sean parte de la vida, que sean acordes a la convivencia en el hogar y a la propia realidad del alumnado. ¿Por qué no pedir como deberes que se haga la lista de la compra, que describan cómo ha cambiado la casa, la comida que comen o los hábitos con el paso del invierno al verano? ¿Por qué no hacer de los deberes de verano un momento para la investigación y el descubrimiento personal que, por otro lado, podría ser un muy buen ejercicio de expresión oral para el inicio del curso escolar? Los alumnos podrían planificar unas vacaciones familiares con todos los detalles posibles: destino, actividades, alojamiento, gastos, etc; podrían llevar a cabo una investigación sobre las casas más curiosas del mundo, sobre vestimentas típicas en distintos lugares (y sus razones de ser), sobre niños y niñas talentosos… Los temas son ilimitados ¿Y si deciden ellos mismos sobre qué quieren investigar?
Llegará septiembre y la mesa de trabajo de muchos profesores se llenarán de cuadernillos sin acabar, cuadernillos mal resueltos, cuadernillos que nunca llegarán… En las sillas, alumnos con miedo al castigo o a las consecuencias. Alumnos enfadados o frustrados, alumnos defraudados consigo mismos…