Ante los acontecimientos desatados por el ataque terrorista en Barcelona y Cambrils son muchos los sentimientos que se agolpan en nuestras conciencias: desde el rechazo más absoluto pasando por un dolor profundo de solidaridad y compasión con las víctimas directas e indirectas, entre las que nos encontramos. Uno se queda sin palabras para manifestar todo lo que sentimos y pensamos sobre ello. Nos faltan claves de análisis e interpretación de por qué suceden fenómenos como el terrorismo con toda su crueldad y sin sentido en sociedades como las nuestras.
Sabemos que es un fenómeno mundial cuyas víctimas mayoritarias, los expertos hablan de un 87%, se dan en los países donde el Islam es la religión mayoritaria. Nos dicen que las causas son el fanatismo religioso, la intolerancia, la conciencia de superioridad étnica, el racismo, la incomprensión del otro, la manipulación de las conciencias, la ignorancia, las guerras por el control de los recursos, las alarmantes desigualdades e injusticias sociales… Los objetivos de quienes lo promueven directamente son la máxima destrucción y daño indiscriminado, generar miedo, dolor y desánimo a toda la población, provocar el odio generalizado al otro para que el enfrentamiento y su aniquilación sean mayores…
La madurez de un pueblo, ante sucesos como los vividos en Cataluña en estos días, se muestra en la respuesta que se ha dado por parte de la ciudadanía mayoritariamente. La capacidad de mostrar la máxima solidaridad y compasión con las víctimas, el grito de que son hechos absolutamente reprobables con manifestaciones públicas de rechazo y sin miedo. La demostración de que no se está dispuestos a caer en el mismo fanatismo, racismo y desprecio por la vida de quienes la destruyen desde la irracionalidad más brutal… Todo eso dice mucho de Cataluña y de toda la solidaridad que ha recorrido las venas de todos los pueblos del Estado español.
Es verdad que son acontecimientos que muchos aprovechan para promover, aprovechando su impacto emocional, el odio generalizado al diferente, la demonización de todo un colectivo que profesa una religión, el desprecio al migrante y al extranjero, la construcción de alambradas-muros-fronteras-murallas de incomprensión-desconocimiento-invisibilización para alejarnos de los otros-enemigos que hay que silenciar-aniquilar…
Hoy podemos y debemos decir bien alto que, porque no tenemos miedo y creemos en lo que hacemos, queremos seguir construyendo una sociedad radicalmente diferente que haga imposibles este tipo de actos de odio, terror, fanatismo y destrucción de los demás, de los diferentes. Hemos de transformar estos hechos en afirmación incontestable de que queremos construir una humanidad inclusiva y pacífica, donde sean imposibles las guerras y la destrucción del otro, donde sea posible una convivencia pacífica basada en el respeto a los derechos humanos y a la dignidad de todas y cada una de las personas de las comunidades locales, nacionales y mundiales. Hemos de convertir nuestras sociedades en lugares donde todos los seres humanos tengan cabida, donde se construyan reciprocidades convivenciales basadas en la libertad, en la mayor equidad posible, fundamentadas en la construcción constante de la fraternidad como trasfondo ético y como derecho político… Sabemos que esto se hace posible desde una convivencia positiva diaria en las comunidades de proximidad con que nos encontramos como sociedad para dar respuesta a las necesidades individuales, comunes, colectivas y públicas. Este es el gran desafío que tenemos hoy todos los que queremos vivir en paz con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y con la vida.
La sorpresa y la inquietud se hacen mayores cuando ves quiénes son los autores materiales de esta barbarie. Son chicos jóvenes que no hace mucho estaban en las aulas de nuestros centros educativos.
Para los que la educación y la enseñanza tienen una significación central en la socialización de las personas surgen múltiples interrogantes sobre estos hechos a partir de la perplejidad que nos producen. Nuestras preguntas hoy van desde el papel de la educación a la influencia de los contextos sociales, desde el poder de las identidades construidas y manipuladas a la fanatización religiosa, desde la pérdida de capacidad crítica a la manipulación de las conciencias…
Estos acontecimientos nos cuestionan radicalmente sobre todas estas cuestiones y nos obligan a redoblar los esfuerzos en la vida cotidiana de los centros educativos por hacer realidad una educación, que aporte su grano de arena para hacer imposibles este tipo de hechos, basada en el reconocimiento y práctica real de los derechos humanos y de la infancia y del respeto a la dignidad de todas y cada una de las persona sin ningún tipo de distinción. Una educación inclusiva sin discriminaciones, garante del acceso al conocimiento científico y humanístico, a la formación de una conciencia ética y crítica, a las prácticas democráticas como ciudadanía que aprende a organizarse y vivir en común, a las experiencias positivas de convivencia donde el cuidado mutuo sea el contenido de la vida cotidiana en los centros educativos, donde se trabaja por el éxito de todas las personas en su querer vivir de una manera digna.
Hacer posible esta educación exige el compromiso de toda la comunidad educativa, especialmente del profesorado y del alumnado, para conocer a fondo y poder dar respuestas comprometidas a los problemas importantes de la humanidad hoy, en el ámbito local y global. Implicar a toda la sociedad en su dimensión educadora (ciudades, barrios y pueblos, colectivos, movimiento sociales y todo tipo de organizaciones sociales, culturales y políticas) es la respuesta que puede hacer imposibles hechos de este tipo. Quizás, solo así, podremos avanzar en los procesos paz y de humanización que necesitamos.