“Soy una enemiga de la guerra, porque soy feminista. La guerra es el triunfo de la fuerza bruta; la feminista puede triunfar solo por la fuerza moral y el valor intelectual; hay una antinomia absoluta entre los dos términos.” (…) “La guerra, como la vemos hoy en día, es el resultado inevitable de la organización de esta sociedad masculinista extrañamente construida”. Así se expresa ante el tribunal que la está juzgando, Hélène Brion, maestra francesa. De esto hace exactamente cien años. Es el año 1918. Encarcelada desde el año anterior, se la acusa de derrotismo, traición y antipatriotismo. Será condenada a tres años de prisión. Dirigente de la CGT, el principal sindicato francés de la época y de muchas otras organizaciones de carácter sufragista y pacifista, Hélène Brion es una de las caras visibles de la movilización pacifista frente a los desastres de la Primera Guerra Mundial.
No es un caso aislado el de Hélène Brion. La muerte de miles y miles de jóvenes de diferentes países en las embarradas trincheras de Bélgica y Francia provoca un lamento por la «generación perdida». La retórica de la muerte viril como un honor de los jóvenes queda enterrada en el fango del frente bélico. Agrupaciones de enseñantes y personalidades del mundo educativo se manifiestan por la paz. También en el emergente movimiento “scout” aparecen voces disidentes que quieren reorientar su origen militarista. Las nuevas propuestas pedagógicas, en una etapa de consolidación de la nueva educación, avanzan de la mano del pacifismo. Otra gran mujer, Beatriz Ensor, cofundadora de la “Liga Internacional de Educación Nueva” recuerda en 1921 que el objetivo de la fundación de este organismo no es tanto el de “renovar la educación como el intenso deseo de algunos de nosotros de encontrar un medio de evitar una nueva guerra, un conjunto de métodos que impidieran toda guerra en el futuro.” Reformismo, feminismo y pacifismo se juntan en un período de grandes aspiraciones educativas. Una joven maestra española, Leonor Serrano, también escribe en 1917 un texto apelando al protagonismo de las mujeres para lograr una paz universal. En el 1919, Englantyne Jebb funda la organización Save the Children; poco tiempo después, redactará una primera declaración de los derechos de la infancia.
Es el combate permanente entre la educación y el “homo rapax”, el guerrero y maltratador, en palabras de Janusz Korczak, que publicaba entre 1919 y 1920 Cómo amar a un niño. Lo escribió en los hospitales de campaña del frente ucraniano donde el Viejo Doctor, así se le conocería más tarde, servía como médico durante la Gran Guerra.
Es un período efervescente, entreguerras. Mientras crece la nueva educación, los futuros regímenes totalitaristas comienzan a organizar sus belicosas organizaciones juveniles. Hoy sabemos que las consecuencias de la Gran Guerra no impidieron el estallido de una segunda guerra mundial. Janusz Korczak, en 1942, no dejó solos a sus huérfanos del gueto de Varsovia camino del campo de exterminio y marchó junto a ellos.
Y hoy, mientras los talibanes atacan la sede de Save the Children en Afganistán, Wladimir Putin enseña orgulloso sus abdominales. A su vez, el líder norteamericano Donald Trump y el líder norcoreano Kim Jong-Un chulean, masculinistas, ante el mundo, sobre quien tiene el arsenal nuclear más gordo y mayor capacidad para hacer daño.
Ante ellos, tenemos la necesidad de volver a las maestras de hace cien años, volver a leer a Hélène Brion declarando al tribunal que la juzga: “Sí, la guerra reduce el nivel moral y desencadena las pasiones. Y también rebaja el nivel intelectual. La mente deja de trabajar en temas dignos de ella; la inteligencia, la fuerza creativa, solo se aplica a las obras de muerte y destrucción: balas, acorazados, submarinos, gases asfixiantes, zepelines, tanques…”. Hace cien años, la nueva educación avanzaba contra el “homo rapax”. Hoy, la historia continua.