Tomando como referencia el título de la novela de Carmen Rico-Godoy Cómo ser una mujer y no morir en el intento he sustituido ese “no morir” por disfrutar, ya que generalmente las lesbianas es lo que hacemos: disfrutar.
Disfrutamos de nuestra sexualidad, de nuestros afectos, de nuestras experiencias vitales… también sufrimos, claro, ¡somos humanas! Quizás pueda llamar la atención, pero aún a día de hoy es importante recordar esas facetas placenteras de nuestras vidas porque nuestra cultura ha construido un estereotipo para nosotras, que poco o nada tiene que ver con el disfrute; de hecho, la mayoría de las ficciones lésbicas tradicionalmente terminaban en muerte, en locura o en cualquier otro trágico final. Nuestra cultura heterosexista ha generado la idea de que las mujeres lesbianas no podemos ser felices y esa idea hay que desterrarla de una vez por todas, en todos los ámbitos pero, por supuesto, también en las aulas.
Para comenzar a erradicar los estereotipos negativos y prejuicios sobre las lesbianas, para neutralizar el estigma que se nos atribuye y desactivar el tabú -que se refleja en detalles tan sutiles como bajar el tono de voz cuando se pronuncia la palabra lesbiana, haced la prueba-, es imprescindible la visibilidad. De ahí proviene la necesidad y la importancia de un día como hoy, 26 de abril, para la visibilidad lésbica.
La invisibilidad de las lesbianas es la estrategia por excelencia de la lesbofobia, la no-representación es la forma tradicional de representación del lesbianismo y esa invisibilidad desactiva toda posibilidad de existencia ya que sólo lo que se ve, existe, sólo lo que se nombra, existe. Pero, como dice Beatriz Gimeno en su lúcido libro La construcción de la lesbiana perversa, invisibilizando a las lesbianas, no sólo se niega nuestra existencia, sino que desaparecen, al mismo tiempo, las posibilidades de resistencia a la lesbofobia.
Ser visible ha cambiado mi vida laboral. Aunque he sido visible en el resto de ámbitos vitales, he tardado 16 años de docencia en decir en un aula: “Soy lesbiana”, y aunque no pretendo flagelarme por mi tardanza, ya que la asumo como un proceso vital que ha seguido su propio ritmo, a veces una vocecilla interior me reprocha mi lentitud ya que he perdido un tiempo precioso en el que podría haber disfrutado de este cambio tan positivo para mí misma, para mi alumnado y para el día a día en mi trabajo.
Antes de aquel comienzo del curso 2015-2016 en el que el primer día de clase les dije a mis 140 alumnes de Cultura Audiovisual en 1º de Bachillerato de Artes, que estaba casada con mi mujer; antes de tomar esa decisión, que hizo que me temblaran las piernas en aquel momento pero que después reforzó todos mis cimientos como profesora y apuntaló mi autoestima, mi invisibilidad laboral cotidiana consistía en no hablar de mi vida personal con casi nadie, ni con el resto del profesorado ni mucho menos, con el alumnado. Nunca me había inventado una doble vida, un novio o marido, pero no hablaba de ello, o sólo hablaba en primera persona del singular, por lo que durante 16 años parecía no tener pareja, cuando no era así. Todas mis compañeras y compañeros heterosexuales hablaban libremente de sus parejas, incluso algunxs casi no hablan de otra cosa; sin embargo, yo seguía silenciando mi vida personal.
Ese silencio era lesbofobia, el silencio es el armario, ese mecanismo de control y opresión del sistema heteronormativo que nos somete a una invisibilidad que se termina asimilando en forma de lesbofobia interiorizada que mina nuestra autoestima, infravalora nuestras relaciones de pareja y nos asfixia poco a poco mientras nos auto engañamos con una falsa idea de protección.
Pero es un espejismo. El armario no protege de la lesbofobia, el armario es la materialización directa de esa lesbofobia que construye todos los prejuicios que tememos reproducir. Nuestro silencio, el armario, alimenta el tabú y reafirma los estereotipos heterosexistas, además de confirmar la presunción de heterosexualidad que campa a sus anchas en la vida, en general y en los centros educativos, en particular.
Por tanto, sólo desde la visibilidad podemos desactivar esa carga negativa y demostrar que los prejuicios son erróneos y, de ese modo, podremos generar referentes positivos y reales para nuestro alumnado.
Es necesario superar ese miedo. Por nosotras mismas, para dignificar nuestra propia existencia y por la responsabilidad que tenemos respecto a nuestro alumnado, sobre todo hacia nuestras alumnas lesbianas que están viviendo lo mismo o probablemente situaciones mucho más difíciles y en edades infinitamente más complicadas.
Los beneficios de ser una profesora lesbiana visible son todos, como dice mi alumna María, “libera mucho vivir sin la máscara”. Ahora no tengo que preocuparme por cruzarme con mi alumnado por la calle si voy cogida de la mano de mi mujer, ya no tengo que hablar en primera persona del singular, puedo comentar anécdotas cotidianas o domésticas con mi alumnado o mis compañeres, con la misma naturalidad que la que lo hacen ellos y ellas, en resumen, mi vida es mucho más relajada y eso se traduce en felicidad, en orgullosa felicidad.
Pero no sólo los beneficios se encuentran en lo cotidiano, sino que mi visibilidad como profesora lesbiana me ha permitido avanzar un paso más: ejercer esa resistencia a la lesbofobia y desarrollar una labor en defensa de los derechos humanos en mi instituto y de lucha contra la discriminación y el acoso LGTBfóbicos. De ese modo, junto a mis compañeras del Equipo de Igualdad y Diversidad del IES Politécnico de Vigo llevamos un año desarrollando un Programa de Atención a la Diversidad LGTB y el consejo escolar del instituto aprobó recientemente mi nuevo cargo de Tutora LTGBIQA+ del centro.
Cuando comencé a pensar en este artículo, le pregunté al alumnado que pertenece al grupo de apoyo LGTB que hemos creado en el instituto, qué había supuesto para ellxs el haber tenido una profesora lesbiana visible.
Para Peter, que está en 3º de ESO: “Tener una profesora tan visible como ella me ha ayudado a sentir menos miedo por abrirme, por salir del armario”.
Según me ha escrito mi ex alumna Antía: “Las consecuencias positivas de haber tenido una profesora del colectivo visible fueron innumerables, pero las más importantes fueron quizá las siguientes:
- Saber a quién recurrir cuando hay algún problema relacionado con el tema.
- Ayuda al feedback y a un buen conocimiento de alumno-profesor.
- Ayuda a visibilizar el colectivo y a eliminar prejuicios y acoso/abuso y demás en las aulas.
- Ayuda a poder ser una misma en plenitud sin esconderse y ser respetada.
Ha marcado un antes y un después el haberte tenido como profesora. Pues cuando dije que era bisexual en clase era la primera vez también que salía del armario a lo grande y me sentí arropada, podía hablar con libertad sin ser juzgada y eso me ayudo indudablemente a conocerme mejor a mí misma. Si no fuese por eso, creo que a día de hoy seguiría escondiéndome y negándome a mí misma”.
Poco puedo añadir, salvo un llamamiento al profesorado LGTBI: rompamos los armarios en la docencia y dignifiquemos orgullosamente esta profesión.