Es fácil pensar que los progresistas podemos ponernos de acuerdo fácilmente, pero es falso. Todos lo sabemos, pero lo olvidamos cuando criticamos a los enemigos que creamos. Fácilmente podemos denostar a Cifuentes y a los suyos (ojo, quienes actúan como ella son más de los que reconocemos, y en mayor y menor medida están en todo el “espectro electoral”). Pero las soluciones… ay, de acuerdos fáciles, nada. Al final lo vemos.
El sainete de Cifuentes fue y sigue siendo un test: sobre cuánto esfuerzo estamos realmente dispuestos a hacer para superar el desdén que ella y los suyos –muchos– sienten por la universidad.
Una parte de ello cobra ahora una vigencia que no esperaba: no sabía que Cifuentes “pertenece al cuerpo técnico superior de la Universidad Complutense.” Increíble. Más a favor de lo que sigue. Otra parte de mis propuestas, la más esencial, no cambia: denostar a las brujas es fácil, compartir los sacrificios que los cambios exigen, difícil.
Dejemos al margen cremas, vídeos y venganzas: que no escondan lo relevante. Cristina Cifuentes y quienes comparten sus valores aprecian poco, de hecho, los considerables retornos sociales, los múltiples beneficios individuales y colectivos que para la sociedad española tienen las inversiones en la universidad y otros centros de educación superior e investigación. Sus actos reflejan una deplorable falta de estima, negligencia: incuria. Pero de derecho sí deben saber algo; y a mayor abundamiento ¡ella es funcionaria técnica de la Universidad! Por tanto, era imposible –e increíble, literalmente– que ignorase que un título no se puede “devolver”, que no se puede renunciar a él. Y por ende, cuando ella y los suyos intentaron ver si colaba la “renuncia” al máster estaban hablando a su electorado. Es lo que tienen Trump, Putin y otros plutócratas y cleptómanos (salvando las diferencias): le han dado un relieve grotesco al hecho de que a menudo los poderosos no pretenden decir la verdad –que sería valorable por todos– sino solo decir algo que mantenga anestesiados a los suyos. En este sentido su ética política es semejante a la de otros nacional-populismos.
Lo de Cifuentes y compañía pudo verse como un problema de la “cultura PP” y una oportunidad para los regeneracionistas, y en parte así es. Pero sería un error verlo solo en esos términos pues, en el mundo de hoy más que nunca en la historia, la práctica totalidad de un país está en la miseria económica y cultural cuando una parte del mismo es inconsciente de los beneficios sociales que reportan las inversiones en la educación superior. Y esa falta de aprecio o incuria por el tesoro de ganancias individuales y sociales, materiales e inmateriales que proporciona la universidad es un problema que trasciende al PP. Explica en buena parte la tolerancia psicológica y cultural ante el amiguismo y la corrupción de los másters fraudulentos y de pacotilla. Problemas que eran bien conocidos y demasiado aceptados. No afectan solo a la Universidad Rey Juan Carlos.
Esa incuria también explica la actual flaqueza de los proyectos regeneracionistas de la universidad, que se han agotado en bastantes de ellas: demasiadas languidecen, expenden títulos de escaso valor… aunque sus estudiantes hayan cumplido escrupulosamente unos requisitos, más o menos obsoletos en el mundo de hoy. Pues, mientras aquí estamos a lo que estamos, amplias zonas del mundo que hace pocas décadas estaban subdesarrolladas han invertido inteligentemente en centros de educación superior e investigación. Aquí prosigue la proletarización de las clases sociales más trabajadoras y en especial de los jóvenes.
Propiciemos políticas universitarias más ambiciosas
Afortunadamente, existen numerosas experiencias que hacen visibles los beneficios sociales de la universidad y muestran los procesos académicos, culturales, morales y políticos que llevan a lograrlos. Como tantas otras crisis que generan reacciones sanas, la de Cifuentes puede propiciar políticas universitarias más ambiciosas, con impactos más positivos en la sociedad. Para ello es esencial una conciencia ciudadana más amplia: para terminar con las prácticas más negligentes y arcaicas, para que los ciudadanos esperemos más de la universidad y para mejorar los recursos que consiguen los centros más exigentes. Ay, que aquí ya no estamos todos tan de acuerdo…
Pues, exactamente ¿qué es lo que más valoramos de la universidad? ¿Y qué sacrificios estamos dispuestos a hacer para alcanzar ese valor? Este es el test, la prueba real que me parece nos plantea superar, o suspender, la farsa del máster.
Así que para evitar un acuerdo superficial con lo que propongo y para ilustrar el esfuerzo que creo debemos hacer apuntaré cinco cuestiones.
Primera, lo del máster muestra de nuevo muy bien cómo la natural depresión en los estados de ánimo individuales y colectivos provocada por la recesión es aprovechada por algunos poderes para cercenar los deseos de regeneración y progreso, en la universidad y allende.
Segunda, para superar la actual crisis de calidad, de relevancia social y de vocaciones universitarias hay que actuar sobre sus causas y responsables. ¿Sí? Ahí te quiero ver.
Tercera, algunas universidades españolas son mejores que otras, tanto en docencia como en investigación e influencia social. Basta pues de pretender que como hay café para tantos, el café es en todas partes igual de malo o bueno. Ahí también te espero. Debe y puede haber buena Universidad para muchos; pero puede y debe ser diferente para quienes se exijan y merezcan más (por ejemplo, más investigación y más exigencia). Sí, ponernos de acuerdo en cómo lograrlo es menos fácil que criticar la incuria del PP.
Cuarta, las universidades y las autoridades de quienes dependen deben reforzar y explicar mejor los mecanismos internos y externos de inspección y evaluación que aplican para evitar estafas y garantizar la máxima calidad interna y valor social.
Y quinta, prepárate: la evaluación de dicha calidad y resultados –especialmente los de los profesores– debe tener unas consecuencias específicas (las adecuadas a la educación superior), y también consecuencias parecidas a las que los resultados del trabajo tienen en otras partes del mundo laboral. Y sí ¿por qué eximirnos a los profesores del despido, cuando éste proceda? ¿No se atienen a las consecuencias de un trabajo deficiente cada año miles de personas y empresas? Ah, claro, es que entonces habrá que hacer caso a quienes lúcidamente proponen justas y eficientes transformaciones del sistema de funcionariado, tan varado en los siglos XIX y XX. También aquí la universidad puede abrir caminos, y adaptar fórmulas que están funcionando en muchas empresas y organizaciones públicas y privadas.
¿Difícil? Por supuesto. ¿Un cambio garantizado? Para nada
Un valiente responsable universitario anglosajón dijo: “The problem is not to hire, the problem is to fire” (el problema no es contratar sino despedir). En España tenemos ambos. Al menos a Cifuentes la han despedido, pensé primero, cuando dimitió. Y ahora resulta que vuelve nada menos que a la Universidad. Increíble.
Mas si parte del problema afecta también al imperio universitario anglosajón es que el mercado, el elitismo y el ultraliberalismo no garantizan ni la calidad universitaria ni sus beneficios sociales. Tampoco el progresismo fácil, populista. La incuria de ese tesoro me parece lo más grave de las actitudes indolentes ante los másters fraudulentos y de pacotilla. Más allá de Cifuentes, más allá del PP, ¿no es un problema cuyas vías de progreso nos exigen más a todos?
Miquel Porta Serra es médico, investigador del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) y catedrático de medicina preventiva y salud pública en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona. Obtuvo un máster en salud pública en la Universidad de Carolina del Norte (Chapel Hill, EEUU) en 1984. @miquelporta