Hace dos días los estudiantes en Cataluña “decidieron” hacer una huelga de estudios convocada por la plataforma Universitats per la República (UxR). Más de 50.000 estudiantes —según los propios organizadores de la movilización— marcharon por las calles de Barcelona para reivindicar los resultados obtenidos en la manifestación del 1º de octubre de 2017. El mismo día, los Comités en Defensa de la República (CDR) cortaron vías del tren y calles principales en toda Cataluña. Los CDR, con el mismo objetivo de los estudiantes, terminaron su día de protestas en el Parlament —sí, como hace 7 años lo hicieran los indignados— y acabaron por atacar al Parlament e increpar a sus miembros —sí, como hace 7 años lo hicieran los indignados— mientras pedían la dimisión del President Quim Torra, quien horas antes les había pedido, a los mismos CDR, que mantuvieran el aliento sobre la construcción de la República catalana.
No hablaremos de política catalana. Solo de ortografía. Como la de la foto. El ejemplo de los tipos de protesta, en el siglo XXI, sirve como marco de juego sobre el anacronismo de los métodos. Empecemos por la huelga de estudios. No creo que, históricamente, los estudiantes puedan reivindicar el derecho a la huelga. Sería como si, un día, decidiéramos no ir al médico cuando estamos enfermos porque ejercemos el derecho a la huelga en la sanidad pública. Un despropósito que tampoco está en sus estatutos y que, sobre todo, limita el concepto de universitarios y de juventud, en el marco del famoso discurso de Allende: “Ser joven y no ser revolucionario…”.
Pero bueno, aquí tenemos a nuestra juventud. La revolucionaria. La de la huelga como máxima expresión de su descontento. Es tal el descontento y su justificación como fuerza vital, como una explosión del sentir sobre el mismo descontento que como jóvenes sienten, que piden permiso para hacerla. Para ejercer el derecho que reivindican, es decir, no ir a clase, preguntan a los profesores si haremos clase. Piden permiso a quienes, en principio y bajo una concepción convencional, son la autoridad. La huelga es, en su concepción colectiva, una decisión autónoma sobre un derecho ganado y, como tal, se ejerce. Sin permiso. La pregunta, sin duda, lleva también la asunción de la autoridad superior del profesor, de la institución. Muy revolucionario no es.
El segundo problema o concepto mal entendido es la misma huelga. La huelga y su derecho están reguladas y son legales. Funcionan como una exigencia a la institucionalidad dentro de un sistema de derechos convencional. El mismo manifiesto de las UxR señala que la plataforma busca la generación de pensamiento crítico y de propuestas de diferentes perspectivas y ámbitos de actuación. Yo añadiría la innovación en el mundo universitario y, sobre todo en la protesta social. Pero la verdad es que no hacen nada de eso, al menos cuando llaman a la huelga de estudios.
El mundo convencional de la protesta exige que otro actor responda a la demanda planteada. Pero el marco histórico de la representación estudiantil de transformación social, o educativa, no debería esperar una respuesta institucional. Los cambios pueden pensarse en la universidad. Esa es su función. No estar vacías de estudiantes en huelga de estudios cuando se ganan los espacios para poder debatir y construir consensos sobre el modelo de universidad que quieren, los estudiantes, promover.
La huelga, como convencionalismo social de protesta del XIX y XX fue importante en esos siglos al ser connatural a un tipo de sociedad industrial. Porque el producto industrial se veía afectado ante la falta de producción obrera, no estudiantil. Pero en el siglo XXI, en la plenitud de la era de la información, no tiene ningún sentido porque se desarrolla en el marco de la estructura política convencional que aprecia a la huelga como sistémica, es decir, no genera desafíos. Es fácil de asumir, de integrar, no genera ninguna amenaza a nadie. Si como profesores hubiéramos decidido que había clase, las aulas se hubieran llenado. Ese es el reto de los universitarios mismos. El de reconocerse y encontrarse sobre los mismos problemas comunes que tienen, como generación, en la universidad.
Cuando lo hagan podrán idear otras formas de protesta de tipo post-convencional. Sólo así generarán marcos importantes de incidencia sobre la cotidianidad del sistema político, social, económico o cultural. Y no cometerán errores en sus pintadas.
Es un caso más grave el de los CDR porque sus tipos de protesta no son ni siquiera convencionales. Son pre-convencionales. Cuando la expresión de protesta social se sale de los marcos de convención de las sociedades desarrolladas, como la catalana y la española, la maquinaria sancionadora que vive y defiende lo convencional-institucional enciende sus alarmas. No solamente el sistema represivo policial actúa. También lo hace el sistema mediático y político institucional.
Porque la protesta sólo será estratégica si logra niveles altos de solidaridad social sobre la misma expresión de inconformidad. Usar la violencia siempre será un punto de no retorno, una línea roja que nunca se debe pasar porque rompe radicalmente los vínculos de solidaridad que se construyen finamente sobre marcos convencionales o post-convencionales. Es el retorno de todos los errores. Igual que los indignados en Barcelona, los CDR necesitan, para ser eficaces, identificar su contexto político de acción, tanto como sus objetivos. Tienen un problema serio porque su objetivo es convencional y sus acciones son preconvencionales y, por tanto, no hay coherencia entre unas y otras. Rompen, además, la convencionalidad de muchas personas, un factor que termina por fracturar las conexiones posibles con una buena parte de la sociedad. Incluso políticos que pueden parecer afines a sus ideas deciden desmarcarse y sancionar sus acciones.
Porque al igual que los estudiantes con la ortografía, los CDR cometen errores estratégicos de guardería. Son preconvencionales.
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Si quieren saber más sobre el marco de acción de una protesta en clave pre-convencional, convencional y post-convencional, las invito a leer el artículo: «Protesta social y estadios del desarrollo moral: una propuesta analítica para el estudio de la movilización social del siglo XXI».