Después del choque de hace un año, de los atentados de Barcelona y Cambrils, desde la asociación de maestros Rosa Sensat organizamos un debate para plantearnos qué haríamos en el mes de septiembre cuando volviéramos a las escuelas e institutos. ¿Como teníamos que hablar del tema? ¿Teníamos que hablar? Además, los actores principales de los atentados habían sido chicos educados en las escuelas de Cataluña… Y en la constante de la autocrítica de los educadores, nos preguntábamos dónde habíamos fallado, qué era lo que no se había hecho bien…
Sabíamos que Philippe Meirieu, uno de los referentes de la pedagogía actual, había escrito un libro después de los atentados yihadistas en París de 2015 y 2016, Educar después de los atentados, que nos podía servir de guía para ir más al fondo de la cuestión. Empezamos a preparar la traducción al catalán y el pasado mes de junio la presentamos en Barcelona, acompañados del autor. De este libro y de su visita hemos aprendido muchas cosas. La primera es que no se trata sólo de educar para combatir los atentados, sino que hay que profundizar y desarrollar el objetivo central de la educación: aprender a vivir juntos. Es decir, se trata de «educar para la responsabilidad, formar para la ciudadanía, construir la laicidad, metabolizar la violencia gracias a la cultura». Tal como dice en las conclusiones del libro, hemos de «refundar nuestra Escuela para que fabrique el bien común y responsabilice a sus actores, hacer frente al ruido y a la cólera del mundo sin renunciar a nuestros valores».
Las conclusiones del debate del tema general de la 53 Escuela de verano de Rosa Sensat, «Educar para comprender el mundo de manera crítica», van también en esta línea. No se trata de simplificar la lectura del mundo: buenos y malos, verdad y mentira, blanco y negro… sino que se trata de trabajar desde la escuela para la búsqueda de la verdad, en lugar de querer poseer verdades. Desde la escuela se ha de estimular la duda, para que sea el motor del aprendizaje y se deben generar nuevos interrogantes para que cada uno encuentre las propias respuestas: convertir las certezas en inquietudes y hacer de la escuela un lugar donde se aprende a hacer preguntas. Como dice Meirieu, «acompañarlos para que no se den nunca por satisfechos con una aproximación, por más seductora que sea» y «exigirles que crezcan y progresen, que prefieran la búsqueda de la verdad a las mistificaciones de los mercaderes de ilusiones». En definitiva, se trata de que todos puedan pensar por sí mismos.
Sabemos que el debate y el diálogo son los medios para desarrollar, en el seno de la escuela, actitudes democráticas, que nos formen como ciudadanos que vivimos y aprendemos conjuntamente. Y es por lo que en la escuela se debe poder hablar de todo, sin caer en la trampa de hacerlo de manera improvisada, sobre todo cuando se tratan temas especialmente sensibles y que afectan directamente a las emociones más primarias, como es el caso de los atentados. Es por lo que Meirieu propone abordar un tema como este en la escuela a través de un debate preparado y estructurado, con unas reglas bien marcadas y asumidas por todos. Un debate que no debe confundirse con un intercambio de opiniones donde todo vale y donde, a menudo, los líderes más carismáticos imponen sus puntos de vista y unos cuantos callan o no se atreven intervenir.
En su propuesta de debate sugiere el cambio de roles, y que cada uno defienda y argumente su punto de vista y también el de los demás, a fin de que las ideas no se enquisten y que haya una revisión de las opciones tomadas por cada uno. Además, también propone introducir un objeto mediador. Si proponemos en el aula un debate abierto e improvisado, para que cada uno vaya diciendo lo que le viene a la cabeza en el primer momento, estamos expuestos a hacer un debate donde las ideas que aparezcan sean superficiales, basadas en los tópicos habituales y que afloren las emociones más irracionales. Con el fin de hacer un debate más rico y profundo, y de poner distancia a las emociones, Meirieu propone ofrecer un objeto de mediación artístico: un poema, un cuento, una película, una obra de arte, que nos ayude a abrir miras e ir más allá de las ideas preconcebidas y tópicas. La literatura y todas las artes, permiten acceder a la imaginación creativa, y «ver al mismo tiempo la identidad y la alteridad, permite reconocerse en el otro y, también reconocerse «uno mismo como otro».
El papel de la escuela es enseñar lo que nos une y no lo que nos separa, a pesar de las diferencias culturales. No tenemos certezas para combatir el mal, que es propio de la condición humana, pero sí sabemos que desde la escuela podemos combatir emociones y actitudes que no tienen nada de democráticas, tales como: el rechazo a los que identificamos como «diferentes», el repliegue con «nuestros», la agresividad y la violencia… y que esto lo podemos hacer a través de la práctica sistemática del debate argumental y del encuentro con las artes.