He hecho mucha comedia pero conforme pasan los años (y más películas o series cómicas escribo o dirijo) más reparo tengo en dar clase acerca del tema. Cuando empezaba en la profesión tenía muchas certezas sobre cómo debía ser la comedia, así que impartía cursos, seminarios, talleres sobre técnicas para hacer una película cómica. Pero si de algo me ha servido la experiencia es para eliminar esas certezas y sembrar dudas. ¿Qué es más divertido: un actor histriónico o un actor sobrio? Depende. ¿Qué queda mejor en comedia: exagerar todo o ir a lo esencial? Unas veces una cosa y otra veces otra. ¿Cuál es el tono cómico adecuado? ¿Qué ritmo ha de tener? No tengo ni idea y cada vez me siento con menos confianza para dar clase acerca de ello.
Con el cortometraje (ese género, ese formato, ese tipo de película, esa película a secas, ese ente) me pasa lo contrario. He hecho muchos. Algunos bastante decentes y otro improyectables, inemisibles o incolgables en plataformas online. Pero he hecho cortos largos, cortos cortos, de una sola localización, de varias, con muchos personajes, con pocos, que son retratos de un personaje, que describen una situación, que tienen arco dramático, que no lo tienen, que podrían ser un sketch, que podrían ser la primera escena de un largo… Y conforme han sucedido los años y los cortos realizados mis certezas acerca de cómo ha de ser un cortometraje se han asentado, han cogido fuerza.
En cierta manera ni yo mismo me lo creo, precisamente porque una de las cosas de las que estoy convencido es de que un corto es más libre (y por tanto menos reglado) que un largo. En el sentido de que dos largometrajes muy distintos tienen más cosas en común entre ellos que dos cortos. Es imposible que un corto de 1 minuto y uno de 29 tengan muchas cosas en común. En cambio es mucho más probable que ya sólo en estructura dos largometrajes tengan similitudes.
¿Qué define un corto entonces? Para mí se trata siempre de la potencia de la idea. Porque un cortometraje suele contener un par o tres de ideas, siempre pocas en comparación de lo que requiere un largo, pero dichas ideas tienen que tener fuerza suficiente para llamar la atención del público. Cuando hablo de ideas no me refiero sólo a ideas argumentales, sino también visuales, conceptuales, acerca de un personaje. En todos los cortos buenos que he visto anidaba una idea potente. O dos. Pero no es mejor que haya dos ideas potentes. Con una quizás es suficiente, pero si es así tiene que estar muy bien exprimida, llevada hasta las últimas consecuencias.
Repito mucho esto de la potencia de la idea en mis clases como profesor de guión. Porque enseño un poco como yo aprendí: con el cortometraje como escuela para el largometraje. No pienso que el corto sea sólo un medio para llegar a un fin (el largo). Lo digo porque el hecho de hacer largos no me impide seguir haciendo cortos, pero sí que me da la sensación de que las nuevas tecnologías han ayudado mucho al desarrollo del audiovisual pero también han creado atajos que no considero del todo convenientes. Me explico: ahora la técnica te permite realizar una peli de 2 horas con tu móvil y un ordenador. Antes esto era impensable, por eso el corto era el recurso con el que el aspirante al largo cogía experiencia. Era más asequible en todos los aspectos prácticos, desde los tecnológicos hasta los económicos. Pero también tenía un componente pedagógico importante. Escribiendo cortometrajes aprendes el lenguaje, la narrativa. Quien salta directamente al largo sin pasar por el formato corto se pierde algo que no es estrictamente necesario para escribir ficción pero que, sin duda, aporta a tu bagaje profesional.
Siempre hay alguien que dice que el corto es más difícil que el largo, que la brevedad requiere capacidad de condensación. Mejor no hacer caso a quien afirme esto. Es mucho más complicado escribir un largo que un corto. Muchísimo más. Eso es así. No es sólo el tiempo que requiera la escritura, sino la complejidad en su estructura, por ejemplo. La cantidad de ideas que absorbe una película de 90 minutos no tiene nada que ver con lo que exige una pieza de 10 o 20 minutos.
Por eso enseño escritura de cortometraje, porque cortos se hacen y se siguen haciendo pero muchas veces tienen una concepción de largometraje corto que no se corresponde con las posibilidades del formato de 0 a 30 minutos. Hay cortos que parecen trailers de películas, que han querido meter en una decena de minutos una narración que habría requerido más desarrollo. Lo curioso es que a muchos largos les sucede lo contrario: que habrían sido mejores cortometrajes que largometrajes. Pero eso es más sabido porque se trata de una frase socorrida para los críticos de cine en sus reseñas.
Si en mis clases insisto en la potencia de la idea es porque me parece que el proceso de elección de la historia que vas a contar es igual o más importante que la escritura en sí. Desde mi punto de vista el guión requiere menos tecleo y más reflexión. Puedes hacer muchas versiones, reescribir mucho pero al fin y al cabo lo importante es la pensada que le das, en primer lugar, antes de empezar a redactar y después, entre versiones de guión, entre los tiempos en que estás físicamente escribiendo. Es cierto que muchas buenas ideas surgen de la propia escritura. Entre frase y frase uno puede tener la ocurrencia del giro maravilloso, el diálogo preciso o la escena perfecta, pero normalmente esos momentos de releer, tomar notas, hacer esquemas o simplemente sentarse a pensar “cuál sería una idea bonita para un corto” son aquellos que determinan un guión.
En su libro Suspense, un brillantísimo ensayo sobre el proceso de escritura, Patricia Highsmith afirma que hace toda la preparación del mundo a la hora de afrontar un cuento o novela pero que lo deja todo un poco abierto para que la redacción sea divertida, para que el proceso no sea sólo una traslación de lo meditado con anterioridad sino un descubrimiento. Con esto quiero decir que hay que encontrar el equilibrio entre reflexión y redacción. Que la palabra “escritura” no nos despiste, porque escribir es también estar mirando el techo con los brazos cruzados pero con la cabeza a mil por hora. Por supuesto que hay otras maneras de afrontar el trabajo. Esta es la que uso yo. Hay guionistas estupendos que justamente escriben sin parar hasta que les sale lo que buscan. Pero, sobre todo en el cortometraje, donde lo que pesa más es la potencia de la idea, creo que es fundamental pensar-escribir más y escribir-escribir menos.
Puede ser muy frustrante intentar, a golpe de reescritura pura y dura, sacar brillo a una idea que no da mucho de sí. Me ha pasado muchas veces como profesor: un guión que falla en su punto de partida y que muchas versiones, muchos pulidos, muchos cambios no consiguen que despegue. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué un guión trabajado por alumnos y alumnas brillantes no mejora aunque se invierta esfuerzo y tiempo en él? Porque la idea no valía semejante tarea. Mejor haber escogido otra.
¿De dónde salen esas ideas? No lo sé pero es muy complicado que surjan en las propias clases de guión. Quizás alguien tenía la idea previamente o se le ocurrió dando una vuelta durante el fin de semana o duchándose esa mañana. Pero si algo me han enseñado también las clases o talleres de guión es que siempre es mejor trabajar con un punto de partida que el profesor lleve a la clase. Con esto quiero decir que muchas veces he hecho clases donde se partía de cero y los resultados rara vez han sido buenos. Es complicado enfrentarse a un grupo de alumnos y decirles en clase: “Bueno, ¡tened ideas!”.
Por eso desde hace unos años doy las clases con unas líneas que les sirven como punto de partida para un cortometraje. No son ideas argumentales excepcionales, son sencillas y nos ahorran momentos de silencio o vértigo en los primeros compases de la clase: mejor tener estos simples pies de acto que tener a un grupo de alumnos callados sin saber qué hacer. Lo que realmente me importa aquí es que sean capaces de detectar qué idea tiene posibilidades, que vivan un proceso común a todos los guionistas, el de tener una o varias ideas y discernir cuál de esas ideas merece la pena ser contada en un cortometraje. Es tan importante la concepción de la idea como ese discernimiento ya que puede pasar que uno descarte una idea que habría resultado muy fructífera. Un ejemplo: en los brainstormings, las tormentas de ideas que muchos equipos de guión tienen para lanzar propuestas, lo mejor es no callarse nada, porque aunque tu idea sea mala puede disparar la imaginación de un compañero o compañera hacia un argumento estupendo. Aquí la mente del guionista tiene que funcionar como un brainstorming. De las ideas que tiene ha de seleccionar aquella con más posibilidades dramáticas, estéticas o expresivas.
Una vez elegida la idea hay mucho trabajo de pico y pala, de dar vueltas, de escribir y borrar, de no dejar de pensar pero en cierto modo esta parte tiene algo de “mecánico”. Lo entrecomillo porque no pienso que sea un proceso maquinal del todo, pero sí lo es en comparación con el momento de tener la idea y distinguirla como idea ganadora entre todas las demás. Es más tirar de oficio, por decirlo de otra manera. En una clase me parece complicado enseñar a cómo dialogar, por ejemplo. Es un tema de soltura, de ir teniendo buen oído. Sí que se puede señalar que ciertos parlamentos han quedado irreales o poco naturales pero creo que no se nace sabiendo dialogar, que es una cuestión de práctica. Como decía el guionista Sergio Barrejón para empezar a guionizar más o menos bien tienes que haber escrito, al menos mil, páginas de mierda. Nadie escribe con brillantez desde el minuto uno. Necesitas emborronar un montón de guiones que se irán a la papelera y así conseguir cierta maña para afrontar la escritura con seguridad.
A mis alumnos intento transmitirles que en sus guiones sean honestos con el tema y los personajes, roñosos y secos con los diálogos y acotaciones y que esa idea que hace despegar la historia esté exprimida al máximo. Que escriban mucho, que tachen mucho de lo que escriben, que no se conformen con lo primero que les venga a la cabeza. Y que si el resultado de sus esfuerzos no les satisface, que no se preocupen demasiado, que se podrán resarcir enseguida con otra página en blanco.
Borja Cobeaga. Licenciado en Comunicación Audiovisual. Director, guionista y editor. Ha escrito y dirigido gran cantidad de cortometrajes, además de trabajar en multitud de programas de televisión como Vaya semanita en la ETB. Ha escrito y/o dirigido películas como Pagafantas u Ocho apellidos vascos.