Son los estudiantes brillantes, los elocuentes, los de las mejores calificaciones, los que nos apabullan con su memoria potente y su dedicación inquebrantable, son ellos los que ocupan la principal de nuestras atenciones en las aulas. Casi llegamos a sentir que salvan e iluminan la tarea docente.
En la “oscuridad” están los que no tiran luz, los que no brillan. Los que fallan constantemente en la entrega de sus tareas, los de notas bajas, los que no llenan el salón con sus respuestas impactantes y siempre esperadas. Los del silencio, la timidez y la carencia de “presencia”. Hablo de aquel estudiantado al que, a veces, se le llama los menos brillantes.
¿Dónde se encuentra el auténtico y más profundo de los sentidos para quien su vocación de educador o educadora lo puso en el preciso lugar de esa aula en la que trabaja? ¡En esos niños, niñas o jóvenes que no tienen el brillo que obnubila! Es en ellos y ellas que encontramos la razón de educar, entendida esta como ese camino difícil y complejo mediante el cual aprendemos, junto a los otros, a transformar la vida. Educamos cuando transformamos, de lo contrario, hablamos de otra cosa a la que no debemos llamarle así. La transformación de las condiciones de vida de una persona o un colectivo es la muestra de que estamos educando. Esto ocurre en el cambio de estructuras mentales, en la forma de pensar o ver la vida, en los modos de asumirse a sí mismo, en cambios en el manejo de herramientas de todo tipo, en los cambios para interpretar los datos y la información, etcétera.
Los menos brillantes son esos estudiantes que merecen nuestra principal atención porque necesitan que la educación signifique crear cambios en algunas de las áreas o dimensiones de su vida. Puede ser que estén viviendo una vida dura en casa, o que son víctimas de abusos o sufrimientos que no están expresados. Puede que sea la expresión de un modelo de crianza fundado en el autoritarismo, o que se ha creado desde la negación de la expresión libre que va dañando la autoestima. O puede ser que estemos frente a escolares que precisan de otros modos para aprender o que requieren la instalación de hábitos con los que no cuentan.
En cualquier caso, un estudiante de poco brillo es un estudiante que merece y necesita la principal atención. Es por quien debemos estar allí, presentes y comprometidos. Es en ese micromundo del estudiante menos brillante en el que la tarea pedagógica de transformación del mundo se hace concreta, se hace visible, se corporaliza. Será el trabajo esforzado por comprenderlo, por impulsarlo, por desafiarlo, por acompañarlo, por hacerlo crecer, el que va a permitir que vayan llegando los cambios en su pensamiento, actitud, visiones, comportamientos y habilidades. Todo esto requiere cierta opción clara, pero compleja, ante la necesidad de tampoco abandonar a los brillantes. Implica mayor esfuerzo, atención y mirada o actitud estratégica para encontrar los mejores caminos de aprendizaje que sean favorables a los menos brillantes, al mismo tiempo que mantenemos ciertos elementos preestablecidos con los otros. Significa que abandonemos la comodidad y el conformismo de escuchar a los brillantes e indaguemos y atendamos el silencio de los otros. La falta de respuesta de unos que no tienen las condiciones de quienes siempre responden, debiera significar una actitud estratégica que conlleva generar otras preguntas o ser más directos e interesados en personas concretas. En algunos momentos, va a ser necesario dejar de atender al que siempre responde para escuchar el sonido de las voces menos oídas.
Esta opción no pretende emparejar o igualar a unos con otros. Eso ni se debe buscar, ni se puede lograr a plenitud. Se trata, desde una pedagogía profunda, de abandonar la creencia de que los menos brillantes no brillan. “Menos” no significa “nada”. Brillan menos porque, posiblemente, las condiciones de aprendizaje no les son favorables, o porque su entorno familiar y social impide el aprendizaje pleno. Pero el brillo está allí, les pertenece, como le pertenece a todo niño, niña o joven en este mundo. El gran docente será aquel que no solo no lo niegue, sino lo busque y lo encuentre. ¡Y se maraville con ello!