Me animo a escribir esta reflexión mientras mis hijas de 3 y 5 años juegan juntas. Las escucho de paso cómo conversan para buscar el entendimiento.
– ¿Tía, vamos a comprar entradas para el teatro? -dice la una a la otra.
– ¡No, vamos al parque! -propone la otra.
Están en la habitación de al lado, y tienen un amplio despliegue de muñecas, cochecitos, bolsos y complementos varios esparcidos sobre la cama.
La conversación parece que puede derivar en un conflicto, puede que no haya entendimiento y me pregunto si tal vez sería mejor que fuera a jugar con ellas en este momento… Pongo la oreja y no siento ningún cambio en sus tonos de voz…
El tiempo de ocio nos regala estos largos ratos en casa, sin prisas, con pijama todavía y sin muchos planes organizados. Aunque intuyo que ellas tienen muchos planes: ¡jugar!
Y sin ser demasiado consciente me viene a la mente un sabor extraño recordando todo lo que leemos -padres y madres- * sobre las actividades que podemos hacer en casa durante el tiempo de ocio. Los inputs (o la sobreestimulación, ¡diría yo!) son potentes: desde actividades para trabajar las matemáticas o la ciencia, hasta mesas de luz, hacer manualidades con materiales reciclados o, incluso, cómo ofrecer ambientes preparados para ser una buena mama Montessori (un tema muy de actualidad en las redes).
No quiero entrar, en ningún caso, en la crítica a María Montessori, un gran referente para mí, como maestra y formadora de maestros. Comparto e intento llevar a la práctica familiar muchas de sus ideas de principios del siglo pasado. Nada nuevo; nada inventado en la era de los blogs y las redes sociales, donde parece que nos quieran explicar «cómo lo podemos hacer bien», pensando que si nos salimos de sus pautas, creadas a menudo como recetas de cocina, con los pasos que seguir de forma muy ordenada, el plato no saldrá bueno.
¡Todos hemos aprendido a abrochar botones!
¿Cómo? Con práctica, repetición, constancia, motivación, paciencia, interés… ¡Y sin manual!
Los niños tienen el don de la curiosidad, de querer saber, de querer mirar, de querer preguntar, de querer probar y de querer hacer… ¡solos!
Por lo tanto, uno de los objetivos más esenciales de María Montessori toma fuerza: «Ofrecer a los niños la posibilidad de elegir». Un objetivo que nos «obliga» a padres y madres a dejar espacios de acción y actuación.
¿Y qué significa esto? Para mí, es un paso atrás, una «retirada» del escenario para que la obra se vaya desarrollando según los protagonistas principales. Quizás sería como hacer de apuntador, estando presentes para cuando alguien pierde el hilo, cuando una mirada te reclama buscando el apoyo o la ayuda. Una presencia que no se hace más positiva si preparamos actividades de ocio.
Los niños aprenden porque juegan, y es jugando donde hacen los mayores aprendizajes
Los juegos pueden partir de la motivación interior de cada uno de ellos y no de la mirada adulta, que demasiadas veces viene con unos objetivos prefijados. Los adultos tendemos demasiado a menudo a separar el juego del aprendizaje, dando más valor a este último. Los niños, en cambio, aprenden porque juegan, y es jugando cuando hacen los mayores aprendizajes.
Quizá no hay que tener paneles sensoriales si vamos a pisar la arena de la playa, ni mesas de luz si vamos a pasear con las linternas cuando oscurece, ni se necesitan bandejas de experimentación mientras haga un rociado y haya charcos de agua.
Y será en estos espacios de acción que dejaremos que aparezca el aburrimiento.
¡Sí, sí! ¡Aburrirse es sano! Lo dicen incluso desde la neurociencia (véase Neurociencia para educadores, de David Bueno).
Entonces mi tiempo termina porque confluye con su tiempo, cuando se me acercan y con pequeñas cartulinas que se han recortado y decorado me dicen:
-¿Es aquí donde hacen el teatro?
-Tenemos las entradas. Somos cuatro, dos adultos y dos niños.
… cierro la libreta porque se abre el telón y comienza el espectáculo …
* Hablo de padres y madres concibiendo las familias en el sentido más amplio.