Este verano leyendo un interesante libro del profesor Ignacio Sánchez-Cuenca, La desfachatez intelectual¹, no paraba de pensar en la educación aunque el autor habla poco de ella. Trata, predominantemente, de las tonterías y la pobreza analítica y empírica del diagnóstico que hacen actualmente algunos intelectuales sobre los asuntos públicos.
No podía evitar pensar que la educación es un importante asunto público en el que pasa lo mismo que analiza el libro. También en educación algunos intelectuales dan respuestas simplistas a problemas complejos y, a veces, se convierten en referencias del debate por su influencia en las redes sociales, los diarios de carácter general o el cargo político o social que ostentan.
Antes de los medios digitales, para conocer aspectos sobre el cambio educativo o cualquier tema pedagógico, uno tenía los artículos y los libros y no todo era publicable. Ahora, cualquiera puede mirar en las redes sociales y encontrar muchas opiniones, experiencias o debates sobre temas educativos, predominantemente relacionados con la innovación. Hay mucha dispersión, muchos temas, panfletos y fragmentación que permiten picotear aleatoriamente. Es posible escribir y opinar sobre cualquier cosa con ideas personalistas, a veces demasiado personalistas o intencionadas, poco analizadas y contrastadas. Y aparece un gran rompecabezas de temas e intuiciones poco validadas y que, por lo tanto, aumentan la confusión.
Es cierto que todo el mundo tiene derecho a participar y dar su opinión, faltaría más. Pero algunos personajes y colectivos (por ejemplo, sindicados, fundaciones, asociaciones, partidos políticos…) lo tendrían que hacer con algo más de rigor sin tener en cuenta el número de seguidores en una red social o en artículos de divulgación en los diarios que los publican por ser quienes son o lo que representan. No todo es válido en educación y menos ciertas ocurrencias, prácticas inviables o intuiciones que pueden aparecer en algunos iluminados espontáneos.
Y esto hace que nos encontramos con algunas propuestas de políticas y prácticas educativas inútiles, poco revisadas o más cercanas a la mercadotecnia que a una verdadera intención de mejora de la educación. Pero el peligro es que crean opinión y credulidad en un determinado sector.
Siempre he pensado que en educación una cuestión es la opinión, legítima e individualista, y otra, el trabajo colectivo pausado, donde existe un compromiso de desarrollo conjunto, con una cierta prudencia en la experiencia y el conocimiento que desarrolla, con argumentos y coherencia. Esta es el que se tendría que pregonar.
Ya sé que es difícil poner orden en el marasmo actual de información educativa, pero tendrían que establecerse ciertos compromisos colectivos sobre qué funciona y qué no con rigurosidad, investigación y experimentación. Y es verdad que ya empiezan a aparecer críticas a esta “opinionities”, pero no es suficiente.
Es fácil que la educación quede abonada de personajes o intelectuales que desde sectores cercanos o no a lo educativo opinan sobre cómo tendrían que ser las cosas. Lo hacen en blogs o vídeos en YouTube. Algunos de los cuales acaban con la marca de su empresa, institución o asociación. ¿Mejora de la educación o aumento de seguidores?
Es una nueva época de información y conocimiento disperso y esto nos tendría que llevar a analizar de otra manera lo que se dice y se hace. Se tendría que analizar, con mucho cuidado, estas posibles pedagogías inútiles, no validadas, ni experimentadas y establecer más criterios de rigor y crítica colectiva. Y no dar privilegios ni oídos a aquellos que no conocen bastante de lo que hablan o emiten una intuición u opinión, a veces de carácter elemental, intencional, imposible y superficial.
- Sánchez-Cuenca, I. (2017). La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política. Madrid: Los libros de la catarata. Séptima edición ampliada.