Ricard Ballester fue uno de esos cientos y miles de maestros represaliados por el franquismo. De ciudadano ejemplar, amante de las letras, y católico practicante, pasó a ser un elemento desafecto al régimen al que había que castigar. El expediente de su depuración, conservado por su hija, permite recorrer con detalle cómo funcionaba esta maquinaria represiva. Esta es su historia.
Del periodismo al magisterio
Ricard Ballester Pallerola nació en Reus el 19 de febrero de 1891. Fue el mayor de cuatro hermanos y se quedó sin padre a los seis años. Alrededor de 1910, su relación con el grupo modernista de Reus fue intensa, aunque en esa época el movimiento ya iba a la baja. Por otra parte, como hombre estudioso de la lengua catalana, se preocupó de normalizar el apellido Ballester, de acuerdo con la normativa de Pompeu Fabra, con el que coincidió, unos años después, en un acto institucional. Los años 1910 y 1911 colaboró en el semanario Foc Nou de Reus -último reducto modernista-, los años 1913, 1914 y 1915 escribe en castellano en Las Circunstancias, y del 1914 al 1917 en Foment. A finales de 1911 editó en Barcelona, con un grupo de amigos, entre los que había Plácido Vidal y Josep Maria de Sucre, cuatro números de una revista literaria llamada Panteísme, ya que Foc Nou se había dejado de publicar. Quería ser periodista y como de periodismo entonces no se estudiaba, optó por hacer magisterio.
Consigue el título de maestro el 24 de junio de 1916, y en abril de 1917 de maestro interino en Montroig del Camp, con un sueldo de 500 pesetas al mes. El año siguiente gana la plaza en propiedad con un sueldo de 1.000 pesetas. Los años 1921 y 1922 escribe en la revista del Centro de Lectura de Reus. En Mont-roig del Camp se casa con Teresa Nolla, hija del pueblo. Allí nacerían sus tres primeros hijos: Antonio, Ricard y Alfonso. En 1925 obtiene la plaza de maestro en El Arbós del Penedés, donde nace Maria del Carmen, y en 1933 se marcha a Barcelona, a la escuela Jacint Verdaguer, con un sueldo de 4.000 pesetas, y se instala instala en un piso de la calle Entença.
Durante la Segunda República, Ricard Ballester tuvo un papel destacado en los movimientos de renovación pedagógica. Así, por ejemplo, hizo varios viajes a Barcelona en 1932 para visitar grupos escolares e instituciones culturales impulsadas y fundadas por la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona: el Institut Escola, la Escola del Mar y la Escola Normal de la Generalitat.
Fin de la guerra en 1939
En 1939 la vida del Ricard Ballester quedó marcada para siempre. Una vez callaron los cañones, tuvo que remover cielo y tierra para conseguir que su hijo mayor, Antonio, pudiera salir de un campo de concentración en el departamento de Hérault, en el sur de Francia, donde estaba internado. Antoni se había marchado en 1937 como voluntario para luchar por la República, y con la derrota de 1939 tuvo que cruzar la frontera. Ricard lo consiguió y Antonio volvió a casa. Lo que no se esperaba Ricard Ballester era lo que le tenían preparado para él.
Ricard Ballester, un maestro ejemplar, respetado y querido por sus alumnos, fue depurado y represaliado. Tuvo que pasar un calvario burocrático. Finalmente, pudo recuperar su plaza de maestro en la misma escuela, la Jacint Verdaguer. Pero le inhabilitaron para ejercer cargos directivos, de confianza y de responsabilidad política. Y lo marcaron de por vida. Mientras fue suspendido de empleo y sueldo, y gracias a un dinero ahorrado por su esposa, Teresa, esta abrió cerca del domicilio familiar una tienda de venta de pasteles. Toda la familia trabajó para salir adelante.
La depuración del Magisterio en Catalunya en la inmediata posguerra, no por conocida, deja de tener su interés. El régimen del general Franco, ya desde 1936, inició esta depuración de maestros de la escuela pública, que fue, en realidad, un instrumento para la aplicación de la nueva política educativa que se pretendía desarrollar. Esta exigió una legislación específica. Sólo en la provincia de Barcelona (había una comisión de depuración por cada provincia), y según datos del historiador Francisco Morente Valero, se depuraron 2.328 maestros, el 93% del personal del Magisterio Nacional de la demarcación -el que actualmente llamamos maestros de educación infantil y primaria-. Y se creó una legislación ad hoc.
Morente explica que «hubo una legislación depuradora general para los funcionarios, pero la que se hizo para los maestros y profesores de instituto, Escuela Normal y universidad, fue específica y muy prolífica». Morente es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, vicerrector de personal académico de la misma universidad y autor de varios libros sobre la materia. Hace unos años escribió Tradición y represión. La depuración del Magisterio de Barcelona (1939 a 1942).
Demostrar la inocencia
La depuración del Magisterio se encargó a una serie de Comisiones de ámbito provincial. Las Comisiones debían recoger informes oficiales sobre cada maestro, alcalde, cura y Guardia Civil y presidente local de la asociación de padres de familia de la localidad donde ejercía o había ejercido el maestro, así como cualquier otra información que considerara necesaria. A partir de ahí se podía rehabilitar el maestro, o si procedía, formularle un pliego de cargos que el interesado debía responder en el plazo de diez días, aportando, además, la documentación pertinente. Y aquí radicaba uno de los aspectos más perversos de la depuración: la carga de la prueba se invertía, de forma que era el interesado quien debía demostrar su inocencia, en vez de ser la comisión quien demostrara sin lugar a dudas su culpabilidad.
La historiadora de la educación Celia Cañellas explica que «los maestros sometidos a proceso de depuración debían rellenar unas hojas sobre su actuación profesional, política y sindical antes de 1939. Esta documentación llegaba a las autoridades franquistas y tribunales junto con los informes de la Guardia Civil y de Falange, que contenían informaciones y acusaciones a veces muy contradictorias, las cuales intentaban ser contrastadas con los avales que presentaban los depurados -informes de gente de orden de su pueblo, y eclesiásticos».
El día 8 de mayo de 1939 se constituyó la Comisión encargada de la depuración del magisterio de la provincia de Barcelona. ¿Quién la formaba? En primer lugar, estaba Manuel Marín Peña, director del Instituto Menéndez y Pelayo, que era el presidente. A continuación encontramos Josep Casajuana Oliver, presidente de la Asociación de Padres de Familia; el inspector de enseñanza Antolín Herrero Porras (sustituido más adelante por Luis de Francisco Galdeano); y Emili Fernández Villalta y Frederic Camp Llopis, como vocales. En enero de 1940 se añadieron los dos miembros propuestos por la Falange: el canónigo integrista Josep Montagut Roca y el excombatiente Eduard Pascual Fàbregas, y en junio de 1940 Francisco Colldeforns Lladó sustituyó a Josep Casajuana como representante de los padres de familia .
De Manuel Marín Peña, haciendo una búsqueda no exhaustiva, descubrimos que nació en 1900 y murió en 1966. Llegó a ser catedrático de latín y director del Instituto Isabel la Católica de Madrid, que aún existe. Publicó varios libros y era experto en Tácito. Un dato irónico, cuando leemos que este autor romano se caracterizaba por el intento de lograr la imparcialidad en su método histórico. En Girona, Lleida y Tarragona, las comisiones depuradoras iniciaron sus tareas a lo largo de los meses de junio y julio de 1939.
El pliego de cargos, la justicia al revés
El 20 de junio de 1949 Ricard Ballester recibió en su casa un pliego de cargos firmado el 12 de junio de 1940 por el presidente de la CDB, Manuel Marín Peña, donde decía: «visto su Expediente de depuración, la Comisión ha acordado formular a Usted el siguiente Pliego de cargos: 1. Es indiferente en materia religiosa. 2. Es de ideología izquierdista y ha pertenecido a Izquierda Republicana».
No les importó que Ricard Ballester fuera un hombre religioso, católico practicante. En cuanto a su militancia a – sic – Izquierda Republicana (ERC), era del todo falsa. En la misma carta le daban diez días, improrrogables, para remitir «la documentación que estime conveniente para su descarga, juntamente con una hoja de servicios debidamente compulsada, en la inteligencia de que, de no hacerlo así, se le tendrá por conforme». La justicia al revés.
¿De dónde salieron estas acusaciones falsas? Morente explica que «los informantes a menudo hablaban de oídos, porque no habían estado en el pueblo durante la guerra, por ejemplo, o se limitaban a dar como hechos reales lo que no eran más que rumores. O hacían afirmaciones muy vagas, del tipo «tenía ideas avanzadas», o «tenía compañías poco recomendables», sin concretar nada más. O bien se deducían conductas inapropiadas de acusaciones como «tocaba el piano en lugares públicos». La imprecisión era muy habitual: «Iba a reuniones (o mítines, o asambleas, o manifestaciones …)», «es izquierdista», sin precisar lugar ni ocasión. Y muchas otras cosas por el estilo».
El 3 de julio de 1940 Ricard Ballester presentó su alegación con la documentación pertinente. Explicaba que la imputación de indiferencia en materia religiosa no tenía ningún fundamento, añadía que siempre había vivido alejado de toda actuación política y que nunca había militado en ningún partido. Entre la documentación aportada se incluía un certificado favorable del alcalde Mont-roig del Camp, los sacerdotes de Mont-roig del Camp, del Arbós del Penedés y de su actual parroquia en Barcelona, de un doctor y profesor del seminario de Tarragona, del jefe local de FET-JONS de Mont-roig del Camp, del director de las Escuelas Salesianas de San José de Barcelona, del director del grupo escolar Jacint Verdaguer -donde trabajaba hasta entonces-, del alcalde del barrio donde vivía en la capital catalana, Las Noticias , de ideología centrista-, y de varios ex combatientes de Mont-roig del Camp.
La peor de las posibilidades (desde el punto de vista de los cargos políticos) era que se combinaran la acusación de izquierdismo con la de nacionalismo. Y las sanciones aplicables iban desde la separación definitiva del servicio (y la inhabilitación para todo tipo de enseñanza) hasta la simple inhabilitación para ejercer cargos directivos y de confianza en los centros docentes, pasando por suspensiones provisionales (de duración variable y que podía llegar hasta los dos años) de empleo y sueldo, traslados de localidad, jubilaciones forzosas o la postergación en el escalafón.
«En general, las Comisiones depuradoras de Maestros de ámbito provincial actuaron con bastante dureza -dice Morente-; los expedientes pasaban después a una comisión superior, al Ministerio, que revisaba el trabajo y, normalmente, validaba el trabajo de la comisión. Un tiempo después se dieron cuenta de que les faltaban profesores, precisamente por la dureza de la represión, y esto hizo que se suavizara la sanción en algunos casos. Sin embargo, la depuración fue muy fuerte, especialmente en lugares como Barcelona, Madrid o Asturias, donde los conflictos políticos y sociales fueron muy duros durante la república». Aunque este cielo sancionador, la CDB tuvo que proponer para la confirmación del cargo a casi un 70% de los maestros barceloneses que pasaron por sus garras. Según Celia Cañellas, los directores de los Grupos Escolares del Patronato que fueron más duramente sancionados «lo fueron básicamente por su militancia sindical y política».
Inhabilitado para cargos directivos y de confianza
Ricard Ballester tuvo que esperar seis meses -que se le hicieron eternos- para saber la decisión del Ministerio. Finalmente, en el número 6.789 de El Magisterio Español, En la página 53, aparece la Orden Ministerial que resuelve que Ricard Ballester Pallerola queda inhabilitado para cargos directivos y de confianza en instituciones culturales y de enseñanza. De poco sirvió toda la documentación que aportó. En su expediente figuraban, entre otros cargos, el de separatismo, además de acusaciones muy poco claras y sin datos que las sostuvieran.
Ballester lo sabía porque un vecino y conocido de la familia, Antonio Lascorz, que entonces vivía en Madrid y tenía conexiones con los franquistas, le permitió acceder a su expediente, tal como le explicó él mismo en una carta. Añadía que, dada la gravedad de las acusaciones, salió mejor parado de lo que en un principio se temía. Eso sí, no le pagaron nunca los meses que estuvo suspendido de empleo y sueldo.
Consecuencias nefastas para el sistema educativo
Para Morente, «la depuración de maestros y profesores tuvo unos efectos terribles y de muy larga duración; se perdieron cientos de profesores comprometidos con las reformas educativas de la República, implicados en los procesos de innovación educativa que se impulsaron, y comprometidos con las ideas de libertad, igualdad, ciudadanía republicana, y educación neutra y activa». Subraya que han pasado ya muchos años y, desde el punto de vista del profesorado de las escuelas e institutos actuales, los efectos ya han desaparecido. Ahora bien, «la destrucción de la República y de su proyecto educativo provocó muchos años de atraso social, económico y cultural en España; y esto es algo que no se acaba de recuperar nunca».
Del 30% de los maestros sancionados en la provincia de Barcelona, el 14% fue separado definitivamente de la escuela pública, un 12% fue trasladado de localidad -la inmensa mayoría fuera de Catalunya-, algunos de ellos después de ser suspendidos de empleo y sueldo. Un 14% fue inhabilitado para cargos directivos y de confianza, como fue el caso de Ricard Ballester.
Cañellas lo corrobora: «Muchos de los que fueron privados de ejercer se marcharon al exilio y algunos de los castigados a marchar fuera de Catalunya abandonaron la profesión. Otros maestros comprometidos con idearios pedagógicos avanzados no fueron sancionados por la fuerza de los avales que los protegieron». Globalmente, Cañellas cree que se pueden concretar las consecuencias en dos aspectos: «la pérdida para la profesión de hombres y mujeres muy comprometidos con el ideal de la escuela pública al servicio del cambio social, que compagina la actividad profesional con la sindical y política; y en segundo lugar, el miedo que impregnó los ámbitos educativos con estas sanciones y que frustró la práctica educativa innovadora en las aulas de las generaciones de maestros jóvenes que habían estudiado en las escuelas Normales durante la República».
Refugio en la escritura
En cuanto a Ricard Ballester, ya nunca más fue la misma persona. Un gran colega y amigo suyo, el maestro Manuel Cantarell, que fue castigado y enviado a ejercer en la escuela pública de Jiménez de Jamuz, un pequeño pueblo de la provincia de León, cayó enfermo y murió al cabo de pocos meses. Este hecho le afectó profundamente. Durante la posguerra siguió escribiendo, su gran afición, y de su obra poética tenemos el recopilatorio Perfils reusencs i altres poemes publicado en 1954 y una colaboración en la Antología de la poesía reusense del año 1958. Murió en 1973, con la satisfacción de ver sus hijos triunfar profesionalmente, unos hijos que le dieron diez nietos.
Su hija pequeña, Maria del Carmen, cogió el testigo del padre y fue maestra. Trabajó muchos años en la escuela San Gregorio, el centro educativo fundado en 1955 por Jordi Galí y Herrera, hijo del pedagogo insigne Alexandre Galí, y donde la tarea docente se basa en los principios de renovación pedagógica de María Montessori y del mismo Alexandre Galí. Maria del Carmen, desaparecida hace un año, en noviembre de 2018, guardó toda la documentación del proceso de depuración de su padre, hasta hoy, que sale a la luz. Ella se encargó de retomar el hilo que tuvo que dejar a su padre de manera brusca y forzada en 1939.
Dos novedades editoriales
Se acaban de publicar dos libros que, de una manera u otra, abordan el tema de la depuración de maestros catalanes tras la victoria franquista. Se trata del libro de Salomón Marqués: 1939: el exilio del magisterio en Catalunya (Rosa Sensat), que se centra sobre todo en los maestros que se tuvieron que exiliarse; y el de Teresa Casals y Martí Mas: La reinvención de la escuela catalana (Eumo), más centrado en aquellos que se quedaron en Catalunya e intentaron mantener vivo el espíritu y el compromiso pedagógico de la escuela republicana.