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«Transformad esas antiguas aulas; suprimid el estrado y la cátedra del maestro, barrera de hielo que lo aísla y hace imposible toda intimidad con el discípulo; suprimid el banco, la grada, el anfiteatro, símbolos perdurables de la uniformidad y del tedio. Romped esas enormes masas de alumnos, por necesidad constreñidas a oír pasivamente una lección, o a alternar en un interrogatorio de memoria, cuando no a presenciar desde distancias increíbles ejercicios y manipulaciones de que apenas logran darse cuenta. Sustituid en torno del profesor todos esos elementos clásicos por un círculo poco numeroso d escolares activos, que piensan, que hablan, que discuten, que se mueven, que están vivos, en suma, y cuya fantasía se ennoblece con la idea de una colaboración en la obra del maestro».
Con estas palabras inauguró en 1880 Giner de los Ríos el primer curso de la Institución Libre de Enseñanza. Han pasado casi 140 años desde entonces. Pocos después, en 1918, comenzaba su andadura el Instituto Escuela, una de las grandes apuestas y aportaciones que la Institución quería lanzar a la sociedad española. La idea, crear «laboratorios» educativos que, en un tiempo prudencial, pudieran replicarse por toda la geografía del Estado para conseguir algo que solo sería posible décadas después, que la educación llegase a las clases populares. Hoy día, su legado sigue siendo moderno. Muchas de sus propuestas nos resultan sorprendentemente novedosas y no son pocos los centros educativos, públicos y también privados, que siguen algunos de sus pasos. ¿Quién sabe qué habría sido de España si la guerra, primero, y la dictadura franquista, después, no hubieran impedido el desarrollo del que todavía es el mayor proyecto de renovación educativa del país?
El año pasado se cumplía el primer centenario desde la puesta en marcha del Instituto Escuela en Madrid. Germen de otras iniciativas que se desarrollaron en Cataluña, León, Valencia, Málaga… Por dicho motivo, la actual Institución Libre de Enseñanza ha puesto en marcha una exposición que pretende recorrer la historia de este hito, así como sus mayores y más importantes objetivos.
Que el aula se abra, que la vida entre en ella cuando la escuela no pueda salir de entre sus cuatro paredes para conocer la realidad directamente. La creación de libros de texto por parte de niñas y niños que construían su propio conocimiento. Que el arte y la cultura fueran algo cotidiano en las vidas de una infancia con altos niveles de pobreza, analfabetismo y a años luz del acceso normal a ellas.
Francisco Giner de los Ríos, Manuel Bartolomé Cossío, Justa Freire… la lista de pedagogos, maestras, pensadoras y pensadores que trabajaron alrededor de la ILE y del Instituto Escuela es casi inabarcable. Pueden leerse en la exposición palabras de algunos de ellos. Pero sobre todo, entre paredes y vitrinas, puede hacerse un viaje en el tiempo, abrir una ventana al pasado a través de los cuadernos de trabajo de niñas y niños («El primer libro que ha de tener un niño es el que pueda escribir él mismo», decía Cossío), gracias a los cuales cualquiera puede hacerse una más que ligera idea de cómo sería un día, un curso, en los que fueron los centros más punteros de todo el país. Incluso de Europa. Centros, no solo como el Instituto Escuela de Madrid, también el de Cataluña, o el Grupo Escolar Miguel de Cervantes, todavía en pie, aunque muy cambiado, dirigido por Ángel Llorca.
Una apuesta por nuevas metodologías, colaborativas, activas, investigadoras, que se apoyaban en otros puntales como el estudio de los espacios y la arquitectura de los centros y las aulas, en donde el aprendizaje no magistral tuviera espacio, en donde el juego libre, también formara parte de la educación. Lugares que pudieran responder a una de esas máximas de Giner de los Ríos: «O educación o exámenes».
Laboratorios, salidas a la naturaleza… Mucha creatividad gracias a la cual decenas de niñas y niños pudieron llegar a soñar un mundo que, no verían hasta mucho tiempo después. Una escuela vinculada con la cultura popular (aunque no solo), cercana al territorio en el que se encontraba. Un proyecto casi idílico.
Una iniciativa revolucionaria por su apuesta por las clases populares y los centros públicos queno quería quedarse, tan solo, en aquellos estratos que pudieran permitírsela. También por contar con las familias, como hicieran Llorca en el madrileño y popular (entonces y ahora) barrio de Cuatro Caminos, con formación tamién para las familias sobre educación o puericultura.
Y también con la vista puesta en una nueva formación del profesorado. Si la escuela tiene que romper con sus pareces, si ha de salir a la naturaleza, relacionarse con el niño de manera cercana, al igual que con la familia, necesita una formación específica para poder hacerlo.
«Un proyecto global, cultural, de trascendencia cívica, cultural, que nos afecta en todo momento», resume José García Velasco, actual presidente de la Institución Libre de Enseñanza. Velasco, durante una visita por la exposición junto a la prensa y a los cuatro comisarios de la muestra, ponía el énfasis en este impacto social del proyecto de la ILE, desde la Junta de Ampliación de Estudios al Instituto Escuela, ha señalado la necesidad en un momento como el actual, de un pacto social de la educación, mucho más importante que el político, para que el conjunto de la población entienda la necesidad de una mayor y muy potente financiación de la educación que pudiera propiciar «experimentos» como el realizado por los diferentes institutos escuela puestos en marcha en el primer tercio del siglo XX.
«Y entonces, la cátedra es un taller, y el maestro, un guía en el trabajo; los discípulos, una familia; el vínculo exterior se convierte en ético e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente; la vida circula por todas partes, y la enseñanza gana en fecundidad, en solidez, en atractivo, lo que pierde en pompa y en gallardas libreas», decía Francisco Giner de los Ríos allá por 1880.