Hablar de la vida en un centro educativo siempre es complicado. Pasas unas horas con el profesorado y con los alumnos, de un sitio a otro. Hablas con la gente sobre su día a día, cómo trabajan, qué hacen para ser diferentes, cuántos alumnos hay, de qué tipo, cuántos docentes, cómo llegan unos y otros al centro. Con todas las piezas, uno intenta montar un puzzle que cuente una historia.
Hacer esto con una UFIL, con la primera de todas, es complicado. Sobre todo porque detrás de cada persona, principalmente de cada chica y cada chico, hay una historia gigante que uno no se atreve siquiera a vislumbrar.
A una UFIL acaban llegando las personas que el sistema educativo ordinario no ha sabido, podido o querido acompañar en su andadura educativa. Chicos y chicas, generalmente, con circunstancias familiares y socioeconómicas que mucha gente no podría imaginar. Exclusión social o grave riesgo de estar en ella, principalmente. Junto a ellas y ellos, otros jóvenes tutelados por la Administración autonómica, o refugiados.
Pero, ¿qué es?
En la UFIL Puerta Bonita (como en todas) hay dos mundos que conviven en estrechísima armonía. Un mundo académico, en el que se intenta que el alumnado termine con la mayor cantidad posible de formación en materias instrumentales como matetámitas o lengua. En la otra, talleres donde alcanzar una cualificación profesional de nivel 1 con la que poder conseguir un trabajo después de, al final del proceso, unas pocas semanas de prácticas en empresas.
En Puerta Bonita, tras treinta años de trabajo, tienen cuatro ramas profesionales: Carpintería, Cocina, Jardinería y Restaurante-Bar. Son alrededor de 135-145 alumnos durante el curso. La matrícula está siempre abierta y el itinerario formativo del alumnado no tiene por qué comenzar en septiembre. En buena medida, de hecho, no lo hace. Cuando alguien termina las prácticas después del segundo año, deja una plaza que se ocupará en ese momento.
Hay una veintena de docentes. Una mitad son maestras y maestros. Son las personas encargadas de los conocimientos académicos básicos. La otra mitad es profesorado técnico de FP; se encargan de los conocimientos específicos de su módulo profesional.
Cada alumno cuenta con dos tutores, la maestra y el profesor técnico. Un trabajo en pareja pedagógica que, según cuentan algunos de los docentes con los que hablamos, es fundamental. Por varias razones: hacer un seguimiento más cercano y constante de cada persona y de su avance; tener a alguien con quien compartir información y, sobre todo, para tomar de decisiones con respecto a chicas y chicos. Las dificultades de la pareja pedagógica parecen diluirse en la UFIL Puerta Bonita. Seguramente el motivo tiene que ver con que el profesorado que trabaja en ella quería trabajar en ella. Acceden al centro en comisión de servicios, de manera que para quien llega aquí no hay sorpresas con respecto a lo que va a encontrar. Al menos, en principio.
José Luis Gordo es maestro de formación y director de la UFIL Puerta Bonita. Es un hombre que habla de manera muy pausada. Conoce a todo el mundo. Recuerda a los antiguos alumnos, la historia del edificio que alberga la UFIL, en donde se encuentran también el IES Puerta Bonita y la Real Conservatorio Profesional de Danza. Un edificio noble, una «pequeña» finca que hoy día queda en un extremo de Carabanchel, en Madrid. Una finca que, además, comparte tapia con un centro de formación de la Policía Nacional. Se hace extraño franquear la entrada junto al escudo de la Policía.
Gordo será el encargado de contarnos la historia del centro, los entresijos organizativos. También de llevarnos por los diferentes talleres y aulas en donde podremos hablar con docentes y alumnado. Reproducir todos los nombres va a ser una tarea imposible, así que pedimos disculpas de antemano a quienes no se encuentren.
Si hay una idea fuerza que recorre las paredes de la UFIL es la de que nadie ha de quedarse atrás. Todos los esfuerzos van encaminados a ese propósito. Hablamos de alumnos que puede que no hayan estado nunca escolarizados y que tienen 16 años y su lengua materna puede ser el wolof (Senegal) o el tamazigh (norte de Marruecos). Gordo define las clases de la UFIL como «una especie de escuela unitaria», con chicas y chicos de edades, procedencias, niveles académicos de lo más dispar… Se organizan en aulas de entre 15 y 18 personas. Cada mes cada alumno tiene una tutoría con sus dos tutores.
La cotutoría «es una riqueza para nosotros», comenta José Luis. «Entraña la dificultad de que te obliga a trabajar en equipo, a tomar las decisiones con el compañero, a contrastar, a planificar, se juegan roles diferentes en función de la relación con un alumno concreto, a que sea una acción educativa planificada según las características de cada uno. Esto es vital para nosotros». Además del trabajo individual con el alumno, cada semana hacen una reunión de coordinación y una asamblea general con su alumnado.
Todo comienza con un periodo de prueba de unos 15 días en los que el alumno y el profesorado miden las posilidades de que la escolarización en la UFIL tenga visos de continuar. Si es así, se firma un contrato entre el chico o chica y los cotutores. En él, el centro explicita qué ofrece para la formación de cada cual y lo que el alumno se compromete a hacer por su itinerario formativo. Además, hay cláusulas adicionales en función de las particularidades de cada chaval. Cada mes se reúnen para ver si lo acordado se está cumpliendo y para fijar los objetivos del mes siguiente.
La formación para conseguir la cualificación es de 1.000 horas. Pueden durar dos cursos lectivos o menos. En función de la actitud y esfuerzo que eche cada alumno. Una actitud que destaca teniendo en cuenta que, comenta José Luis Gordo, la UFIL tiene un porcentaje de inserción laboral que está entre el 60 y el 80%. A los meses de terminar, buena parte de sus chicas y chicos están trabajando.
Mientras hablamos en su despacho, unos metros más allá se está celebrando una mesa redonda con los de segundo año de cocina. Entre el público, chicas y chicos del segundo curso de cocina. Frente a ellos, antiguas alumnas y personas de diferentes empresas con las que el centro trabaja. Hacen estas sesiones en todos los módulos. El objetivo es que el alumnado conozca de primera mano qué pueden esperar de su futuro más inmediato. «No se para de aprender», les insisten en la sala en la que se celebra. «Cuando vas llegando a tu objetivo, te pones otro más. Siempre queremos más», les dicen. «Para conseguir esos sueños y avanzar y que puedas elegir lo que realmente quieres, para eso necesitas haberte formado y ser trabajador».
La UFIL es la segunda oportunidad. De hecho, comenta Gordo, durante algún tiempo formaron parte de la Red Europea de Escuelas de Segunda Oportunidad. «Nuestro sistema de recuperación de chicas y chicos y de inserción laboral y orientación para seguir un caminio ‘normalizado’, era referente», dice José Luis Gordo. «Las UFIL demuestran que desde lo público se puede atender perfectamente a esta población con resultados óptimos», reivindica.
La mayor parte del alumnado tiene como prioridad el trabajar. Todos están por encima de la edad obligatoria de educación. Algunos seguirán su andadura académica o bien en centros de adultos o continuando con la formación profesional por las pruebas de acceso libre a los grados medios.
Gordo resume la acción que realizan en el centro con cada chica y cada chico en tres patas. Una, la académica, que intenta que tengan cierta base en las áreas instrumentales; la tutoría como elemento capital en la accion cotidiana (apoyar el avance que van consiguiendo, concienciar de que han de esforzarse para conseguir la cualificación para poder trabajar…), y, por último, aprender el oficio que hayan elegido, las bases de cada uno, además de un trabajo fuerte sobre las actitudes y habilidades como trabajar en grupo, la responsabilidad o la puntualidad.
«Acabo de llegar, llevo más o menos un mes», comenta Eladio, uno de los alumnos nuevos de Carpintería. Tiene 16 años. «Me quedé en 2º de la ESO; repetí dos veces seguidas. No estoy tan mal como en el instituto. Tenía muy mala fama entre los profesores», comenta. «Aquí eres nuevo, le dice José Luis Gordo, un tipo estupendo que lo va a hacer todo muy bien. Convencido de que va a salir todo bien».
Una idea, un leit motiv que se repite durante las más de tres horas que estamos entre las paredes de la UFIL. Prácticamente todos los docentes que vemos con alumnos les repiten que pueden conseguirlo. Y cuando lo hacen, el orgullo de unos y otros es notorio. Como en el caso de Hamza, un joven de origen magrebí de 19 años que está a punto de empezar sus prácticas fuera del centro. «Me apetece; el curso me ha ido bien», comenta el joven. Dice que está un poco nervioso. Pero Coque, su profesor de taller asegura que «es una maravilla». Acaba de salir de reunirse con su maestro, ambos tutores de Hamza. Están orgullosos del trabajo que ha realizado en los últimos meses.
Orgullosos como los docentes que hace siete años vieron como Khadija. Llegó de Senegal sin haber pasado prácticamente por la educación, sin saber nada de español y sin una idea muy clara de qué hacer con su futuro. «Mi padre me decía que tenía que hacer algo. Y lo que más sale, además para los inmigrantes, es cocina. Aunque lo amo, la cocina». Hoy, y desde hace algún tiempo ya, es jefa de cocina de Olivia te cuida, una empresa con varios restaurantes en Madrid. «Me parece el mejor trabajo para mí y quiero llegar lejos». ¿Adónde? «No sé dónde, pero muy, muy lejos. Quiero aprender más». «Cuando llegué tenía miedo, porque no tenía idea de nada. Pero tienes unos profes que son de maravilla».
«Parte importante del programa es que los profes se involucren, que hablen mucho con los alumnos», comenta uno de ellos. «La tutoría es muy importante, darles seguridad, cariño que muchos no tienen». A lo que se suma el trabajo que realizan para conseguir las empresas en las que el alumnado hará las prácticas para finalizar el curso. «No nos vale cualquier empresa, explica Gordo, están involucradas, tienen sensibilidad».
Una sensibilidad especial hacia unos chicos y unas chicas que han atravesado «penurias», explica un docente. «Valoran la oportunidad, la aprovechan. Llegan con ganas de aprender».
Uno de estos chicos acaba de llegar de Senegal por sus propios medios. Ha pasado varios meses en el centro de primera acogida de Hortaleza. Ahora vive a varios kilómetros de Madrid, en un piso en Valdemoro. «A mí lo que me importa son los profes, Taso y Ana, que enseñan muy bien. Tenemos suerte de tener profes que enseñan muy bien».
«Les exijo porque veo que tienen capacidad, tienen potencial; cuando quieren trabajan fenomenal, dice Taso, uno de los docentes de taller de Cocina. Hay otras veces que la liamos, ¿verdad Abdel?». «Confía en vosotros», resume José Luis Gordo.
Tal vez sea esta una de las claves fundamentales que hacen que la UFIL lleve tanto tiempo funcionando y que lo haga con los resultados de inserción laboral (y social) con que lo hace. La confianza de entrada en que cada chica y cada chico tiene capacidad más que suficiente para superar el curso. Para conseguir una cualificación con la que poner los cimientos de una vida que, en muchos casos, se desarrolla a miles de kilómetros de donde nacieron.