Rosa tiene 16 años, vive en la comuna 2 de Medellín junto a su madre y hermana. Proceden de la región del Chocó, en el Pacifico colombiano, de donde tuvieron que salir huyendo debido a la violencia que azotaba la zona. En septiembre de 2019, Rosa tuvo su primera clase de cine comunitario, lo que le planteó no solo un desafío técnico, sino un reto emocional de transformación de su condición de persona triplemente victimizada: mujer, desplazada y negra.
La comuna 2 de Medellín está conformada por barriadas de escasos recursos, pero sueños inmensos. Allí viven miles de personas tenaces que, aunque cargan con el estigma de habitar en un territorio anteriormente inseguro, trabajan a diario para ganarse la vida honradamente. En los años 80 y 90 del siglo XX, la zona tuvo un alto índice de violencia callejera relacionada con el narcotráfico y su subcultura subyacente. Muchas de las familias que hoy habitan allá se vieron lesionadas directa e indirectamente por este espiral de muerte que permeó la ciudad entera.
La familia de Rosa llegó al barrio buscando la “seguridad física y económica que brinda la ciudad” y se encontró con otras familias que se estaban asentando en condiciones similares de desarraigo e incertidumbre. Nelsy, la madre de Rosa, tuvo que trabajar en condiciones precarias para poder sostener a una familia que crecía sin un padre y en condiciones contextuales poco alentadoras. Varios de nuestros alumnos del Festival EN-CUADRA son el resultado de historias similares. Hijos de una generación que sobrevivió a la violencia y que ahora construye bajo lógicas más positivas.
En la zona, está asentada hace diez años la Corporación Mi Comuna. Su trabajo se ha enfocado en la comunicación comunitaria y el impulso de proyectos de desarrollo. A través de ella, se han canalizado los recursos de la Alcaldía de Medellín y de otras entidades que buscan un impacto social positivo. En este contexto, surge el Festival de Cine Comunitario EN-CUADRA, que pretende mostrar a la comunidad y a la ciudad sus realidades y sus procesos de desarrollo. Como alimento para este festival se crean los Talleres de Cine Comunitario en los que los jóvenes preparan durante meses las producciones que se proyectarán en el festival que se celebra al final del proceso formativo.
En el taller, se forma a las chicas y los chicos, tanto en la técnica audiovisual como en la narrativa. En ese sentido el objetivo es dejar la capacidad instalada para que por sí mismos puedan desarrollar contenidos. Las historias se crean a partir de la interacción con temas latentes en la comunidad y en la vida cotidiana de los jóvenes. En un trabajo conjunto entre las entidades participantes, se eligieron temas como la discriminación, la violencia sistémica y de género, la depredación sexual en todas sus formas, la interacción con las drogas y sus consecuencias colaterales. Se tenía claro que, aunque los temas planteaban problemáticas sociales presentes en la comunidad, se querían abordar desde una perspectiva constructiva e inspiradora.
Las primeras intervenciones de Rosa en la clase fueron las de una niña absolutamente tímida y temerosa. Fue en un taller sobre discriminación en el que expresó ante sus 21 compañeros sentir vergüenza por el color de su piel y su cabello ensortijado. Otros contaron que también se sentían mal debido al rechazo de su identidad de género, su físico, su desempeño social y otras particularidades.
Se les pidió convertir ese elemento que los hacía sentir mal en un superpoder positivo para ellos. Rosa narró su cabello como una red que los protegería a todos en caso de lluvia o de algún daño posible. Un niño algo “gordo” dijo que, al sentirse en peligro, podría huir rebotando. Una chica dijo que con su nariz podía oler incendios lejanos, prevenir daños mayores y salvar animales.
Para ese momento, el grupo ya sabía manejar las cámaras y el equipo de sonido. Preparamos el set para grabar una entrevista con la madre de Rosa y se notaba cierto nerviosismo en el grupo. Era la primera vez que un padre o una madre asistirían al taller. Habían pasado tres días desde la clase sobre discriminación donde Rosa nos había contado, un poco avergonzada, que su madre hablaba con las plantas. Minutos después, Nesly, la madre de Rosa, estaba sentada frente a nosotros. Nos dijo que hablaba con las plantas porque ellas tienen alma y se les ha de pedir permiso para que nos curen. Es una costumbre ancestral de la cultura negra del Pacífico Colombiano y una herramienta con la que su familia ha sanado sus males durante muchos años. A Rosa misma le ha curado los dolores de cabeza, el mal de estómago, heridas y raspaduras. También ayudan a dar energía, a fortalecer el cabello, las uñas y el ánimo. El asombro de sus compañeros fue empoderando a Rosa.
“A mi hija le han hecho bullying y ha intentado hacerse daño” dijo Nelsy. “La han acosado por su cabello, por su color de piel. Pero a ustedes y a mi hija les digo que no hay que dejarse acomplejar por nada, yo soy negra y estoy orgullosa de mi piel y de mi cabello”. Fue un discurso poderoso y oportuno. Ayudó a su hija, al grupo y nos corroboró la importancia de incluir a las familias en algunas de la sesiones. Ese fue nuestro primer video y una de la sesiones de más aprendizajes mutuos.
A esta realidad y a otras similares se enfrentó el grupo. Los videos resultantes del taller hablan sobre personas, colectivos y comunidades que salen adelante en medio de situaciones tremendamente adversas. Pero lo más importante es que los jóvenes se confrontaron con sus miedos, prejuicios y preguntas. No fue fácil para ellos asimilar la idea de entrevistar a una mujer transexual o a un hombre que había consumido drogas hasta destruir su vida y su familia. Fue un crecimiento para todos y un proceso creativo que derivó en piezas audiovisuales que se alinean con la construcción de una sociedad más tolerante y equitativa.
El apoyo de entidades privadas y públicas fue vital para este proceso, ya que garantizó el acceso a algunos de los profesionales que colaboraron en los talleres y permitió obtener algunos de los recursos necesarios a nivel logístico. La Corporación Mi Comuna y la Universidad CES fueron las incubadoras perfectas y quienes acompañaron el proceso hasta su finalización en el Festival De Cine. Entidades como Comfama, La Cinemateca y la Alcaldía de Medellín, a través de algunas de sus secretarías, dieron continuidad al proceso aportando recursos para fortalecer y enriquecer el festival de cine.
Fue maravilloso ver a Rosa llegar un día luciendo con orgullo su pelo. Se había hecho trenzas intercaladas con cintas de colores. Rosa, la niña frágil de unos meses atrás, ahora luchaba con más intensidad contra los comentarios machistas o racistas de algunos de sus compañeros. Se hizo fuerte técnicamente, tenaz en la defensa de un bien común. Pero lo mejor de esto es que no fue la única; Wirley, Manuela, Yarisson, Santiago, Any, Alejandro, Felipe y Andrés entendieron la importancia de una visión de la vida más incluyente y pacífica. Hoy ellos se han consolidado como colectivo con el nombre Kinokai y esperan el inicio del nuevo taller de Cine Comunitario para seguir comprendiendo el mundo con la excusa de contar historias.
Carlos Hernández
Profesor del taller de cine comunitario En-Cuadra. Kondoto Studio