Quienes me leen con asiduidad saben que soy muy partidaria de explicar con metáforas los acontecimientos y sucesos, incluso los sentimientos y emociones.
En el estado de alarma en el que estamos, yo siento que mi razón, mi alma y mis sentimientos también están recluidos dentro de una cápsula, esperando oportunidades para ir saliendo. Quizás en esto me parezca al virus coronado, que es oportunista también. Por eso siento que las cuestiones políticas y sociales se están arrinconando en favor de las sanitarias y económicas. Los seres humanos somos pluridimensionales y la salud no sólo es la física sino, como dijo la OMS, ¡ya en 1948! “la salud es un completo estado de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
Aparte de las afecciones, enfermedades y muertes producidas por el coronavirus, podríamos apreciar que ahora mismo estamos muy mal de salud psicológica y social. Y, quizás también de salud física, porque padecemos miedo, incertidumbre y flojera mental, porque se nos han disuelto nuestros hábitos sociales de relación, porque sentimos mordazas, cadenas y esposas que atenazan nuestras palabras, voluntades y movimientos, porque estamos en estado de reclusión y ni siquiera ya podemos hablar de otras cosas que no sean “éstas”. Se nos están secando los cerebros y las acciones que emprendemos no pasan de ser “peliculeras”, momentáneas, evanescentes y casi, casi sin consecuencias.
El mundo necesita seres humanos completos, sanos, libres e iguales para poder dar pasos adelante en la justicia y el bienestar y precisamente ahora es lo que se nos está limitando y retrayendo. No podemos estar bien -que es la pregunta más repetida en nuestras comunicaciones telefónicas o por redes- porque no tenemos salud y como no tenemos salud tenemos malestares.
Estos malestares también son sociales y colectivos. Por ejemplo: el limitar la educación a unas sesiones lectivas online frente a una pantalla priva de la mayor parte de conocimientos y habilidades que deben adquirirse en la escuela: las relaciones humanas y la resolución de sus conflictos; la interacción intergeneracional e intrageneracional; las acciones y planes culturales intraescolares o extraescolares; el compartir y socializarse en pistas deportivas, comedores y cafeterías, patios y aulas. El ir, venir y permanecer una gran parte del día en un colegio o instituto, uno de los espacios públicos y sociales que se han inventado los últimos siglos para toda la población, tenga o no tenga en su entorno familiar buen trato, ambiente, afecto u oportunidades.
El no disfrute de todo esto puede ser muy eficaz y desde luego imprescindible como mal menor o como bien mayor, si lo comparamos con la interrupción absoluta de las actividades académicas y escolares, formales y no formales, que tendrían que haberse decretado, como parte del confinamiento, aislamiento y limitación de bienes y servicios por mor de la salud colectiva.
Pero todo esto también tiene sus derivas más ocultas: los programas y talleres de formación y aprendizaje complementario se interrumpen de golpe, porque no están en la “centralidad” del currículo obligatorio, evaluable, examinable y medible a través de calificaciones más o menos convencionales.
En esta dirección podemos avistar la ausencia absoluta de todo aquello que, siendo necesario para la vida personal y ciudadana de calidad, no se halla aún contemplado en los planes de estudios contenidos en los currículos oficiales.
Entre toda esta colección de supresiones, se hallaban los talleres de Igualdad, prevención de violencia de género, resolución pacífica de conflictos, teorías y prácticas de cuidados y corresponsabilidad, orientación escolar no sexista, juegos, semanas culturales o conmemoraciones coeducativas. Simplemente, no se realizan. Y también está detenida la ejecución de planes de igualdad y proyectos de innovación coeducativa.
Esto es sólo un pequeño ejemplo de la falta de salud que padecemos. Si las niñas, niños y adolescentes de estos tiempos ya tienen muchas características narcisistas y exigentes con el cumplimiento inmediato de sus necesidades y deseos, así como una invitación mediática continua a que se aficionen a algo de forma extrema, para tener asegurada una nueva clientela, aquí tenemos el caldo de cultivo adecuado para que florezcan todas estas actitudes y “valores” para nuestra población infantil y juvenil.
Aunque cueste levantarse cada día para ir a la escuela o al instituto ¡Qué suerte poder y tener que ir cada día a la escuela o al instituto!
El estado de reclusión nos ha privado de tanta cosa, que nos sentimos mal y en peligro de sentirnos aún peor por contagio.