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Esta es una de las grandes cuestiones a las que se ha dedicado la Pedagogía a lo largo de la historia. Son muchas las clasificaciones que pueden hacerse de las diversas corrientes que en ella se han dado. A grandes rasgos, podemos agrupar las respuestas en tres grandes bloques y seguramente la suya pertenezca a uno de ellos.
Un gran bloque de respuestas pone su foco en el pasado y entiende que el objetivo principal de la educación es transmitir a las generaciones futuras los saberes que conforman su civilización. Es el garante de la conservación y transmisión de la cultura tal como la define Carlos Giménez, como ese conjunto o bagaje, más o menos estructurado, de conductas aprendidas y de modos de interpretar la realidad que los miembros de un determinado grupo comparten (diferencialmente entre ellos, en función de su edad, género, clase, identidad étnica, etc.) y utilizan en sus relaciones con los demás y que, en forma cambiante, son transmitidas de generación en generación.
Tradicionalmente los sistemas educativos, ya sean nacionales, regionales o de grupos específicos, se han organizado comprendiendo que este era su fin, conservar y transmitir sus conocimientos y valores.
Otras corrientes, responden a esta pregunta centrando su atención en el presente. Sin negar la importancia de conservar los saberes propios de un grupo social, constatan que cada vez más los grupos son diversos, como igualmente diversos son las creencias, las cosmovisiones, los valores, los juicios de valor, etc. Las sociedades están compuestas por colectivos que perciben la realidad conforme a paradigmas diferentes. Frecuentemente conviven en espacios separados. La escuela es el espacio de convivencia de la infancia y la primera adolescencia en toda su diversidad. Siempre que se favorezca una escuela inclusiva que no segregue a la infancia por su clase social, su origen étnico, religioso, ni cualquier otra forma de discriminación. Por eso, la finalidad de la educación hoy en día es la de incluir a las minorías junto a la gran mayoría, incidiendo en las discriminaciones personales, familiares e institucionales del conjunto social. Trata de favorecer el encuentro intercultural, denunciando cualquier forma de dominación, detectando cómo se ejerce el poder. Una educación en que se puedan distinguir las diversidades, pero sin separar ni excluir; en que se puedan vincular los colectivos y unir a las personas, pero sin uniformarlas.
El tercer bloque de respuestas pone su atención en el futuro. De modo que, por encima de transmitir los conocimientos acumulados y de intercambiarlos en un diálogo intercultural, esté el objetivo de construir la sociedad del futuro. La importancia de la educación se debe, por tanto, a que es el lugar en que se siembran las semillas que se cosecharán en el futuro. Esta metáfora agrícola nos obliga a prestar mucha atención a qué valores y contenidos estamos transmitiendo a nuestra infancia y juventud. Los programas pedagógicos aportan una serie de conceptos, procedimientos, habilidades, actitudes, valores, normas… Pero sabemos que, a pesar de su potencia, su alcance es limitado. Sin embargo, otros dispositivos tremendamente potentes están consolidando una serie de estereotipos, preocupaciones, necesidades, contravalores, etc. Me refiero a toda la información que recibe nuestra infancia y adolescencia por medio de las actuales formas de comunicación: la televisión sigue siendo la fundamental, pero a ella se suman ahora, entre otras, las redes sociales y la publicidad omnipresente en sus vidas. Ellas van sembrando, insisto en la metáfora, las semillas de los modelos hegemónicos y los de exclusión, los miedos, las adicciones, las necesidades de consumo… del futuro.
Emerge con fuerza la necesidad de educar con esa mirada en el día de mañana y no sólo de capacitar para el futuro
La OCDE, consciente de esa capacidad de la educación para construir el futuro, regula los conocimientos que quiere que tengan sus habitantes en el futuro, los formula como las competencias que deben tener y para garantizar que se adquieren organiza un sistema de evaluación (Programa internacional para la Evaluación de Estudiantes o PISA, por sus siglas en inglés) que dispara también la competitividad entre centros educativos, regiones, países, etc. a ver quién consigue mejor calificación en lugar de quién garantiza mejor el derecho a la educación inclusiva.
Sin embargo, las necesidades del planeta y, por tanto, de la humanidad en su conjunto, están muy lejos de competir por ver qué centros obtienen más puntos y qué familias pueden llevar a sus hijas e hijos a esos centros. El mundo se enfrenta a una gravísima crisis multidimensional. En el ámbito social, la crisis se caracteriza por la enorme desigualdad y la opresión de unos grupos sociales sobre otros. Empezando por las graves violencias machistas que sufren las mujeres en esta sociedad patriarcal. El modelo socio-económico neoliberal se encuentra en una grave crisis, que afecta tanto a quienes viven en la opulencia como a quien vive en una economía de subsistencia. Va emparejada a su vez con una crisis de recursos naturales, en cuanto a su explotación, pues hemos superado el pico de petróleo y otras materias esenciales para la producción industrial, y en cuanto a la pérdida masiva de biodiversidad. Es también un momento clave en la historia de la humanidad debido al Covid-19, el calentamiento global… Se trata de una crisis del sistema productivo y de un momento crucial para la vida en el planeta, que tiene su expresión más paradigmática en la crisis de cuidados: no nos damos ni le damos al planeta los cuidados necesarios para el sostenimiento de la vida.
Por todo eso, a la pregunta recurrente de para qué debe servir la educación, emerge con fuerza la necesidad de educar con esa mirada en el día de mañana y no sólo de capacitar para el futuro, sino de formar para que pueda haber futuro, para la humanidad en su conjunto. Y que sea un futuro en que se pueda vivir en condiciones de dignidad, con todos los derechos garantizados para todas las personas del mundo. Llegados a este punto, podemos decir que las opciones que defienden que la finalidad de la educación es crear un futuro sostenible, se unen a las que ponen el foco en el presente. Por ejemplo, al tiempo que enseñamos a ahorrar energía para que haya en el futuro, enseñamos a vivir con poca energía porque hay escasez ya hoy. Lo mismo sucede con el agua, es preciso mantener una gestión pública y sostenible, que garantice que dispongamos de agua potable en el futuro y para que, ya desde el presente, sea asequible a todas las personas del planeta.
Conscientes de esta urgencia, el 25 de septiembre de 2015 las y los líderes mundiales en la cumbre de Naciones Unidas aprobaron la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, comprometiéndose con 17 Objetivos con los que se busca erradicar la pobreza, combatir las desigualdades y promover la prosperidad, al tiempo que se protege el medio ambiente de aquí a 2030. Estos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) constituyen ámbitos de nuestro sistema socio-económico (en otras palabras, de nuestro modelo de desarrollo) que es preciso modificar para que puedan ser sostenibles (es decir, para que puedan permanecer en el futuro). Entre ellos, destacamos aquí el ODS 4, que es la Educación de calidad. Persigue garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida para todas las personas.
Para lograr esta educación de calidad, el consejo de la ONU prevé alcanzar una serie de metas. Una de ellas, la 4.7, es precisamente la de asegurar que todo el alumnado adquiera los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible.
Quienes siempre tuvieron claro que ese debía ser el objetivo principal de la educación han sido las ONG de Desarrollo que llevan desde la mitad del siglo XX defendiendo la Educación para el Desarrollo. Cuatro de ellas (InteRed, Entreculturas, Oxfam-Intermón y Alboan), con una larga trayectoria en esta materia, promueven junto a sus redes de profesorado y centros educativos el Movimiento por la Educación Transformadora y la Ciudadanía Global. Este movimiento cuenta con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), que sabe que, sólo promoviendo una ciudadanía global comprometida en la lucha contra la pobreza y la exclusión, alcanzaremos un desarrollo humano y sostenible.
¿Cuál es, para este Movimiento, la respuesta ineludible a para qué debe servir la educación? Pues precisamente para favorecer una ciudadanía crítica, responsable y comprometida con la construcción de un mundo más justo, equitativo y respetuoso con las personas y el medioambiente, tanto a nivel local como global.
Se trata, por tanto, de capacitar al alumnado para que pueda ejercer una ciudadanía global basada en la defensa de los derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos para todas las personas y pueblos del mundo. Tiene una doble dimensión: personal y comunitaria. La acción cotidiana concreta se suele realizar en el ámbito local, pero con una conciencia planetaria y una incidencia política sobre los gobiernos locales, nacionales e internacionales y sobre todos los organismos que tienen la obligación de garantizar dichos derechos humanos.
Visto todo lo anterior, comprobamos que son muy diversas las respuestas que se dan a la pregunta de para qué debe servir la educación, pero es urgente optar por aquellas que estén orientadas a la sostenibilidad de la vida y no del mercado. La educación debe hacernos capaces de transformar la realidad y de responder a los retos locales y globales actuales. En suma, es una educación que fomenta el encuentro y la valoración de la diversidad como fuente de enriquecimiento humano, la conciencia ambiental y el consumo responsable, el respeto de los derechos humanos individuales y sociales, la equidad de género, la valoración del diálogo como herramienta para la resolución pacífica de los conflictos, la participación democrática, la corresponsabilidad y el compromiso en la construcción de una sociedad justa, equitativa y solidaria.
Guillermo Aguado de la Obra es Diplomado en Magisterio por ESCUNI y Licenciado en Geografía e Historia, en la Especialidad en Historia del Arte, por la Universidad Complutense de Madrid. A la que se suma su formación como terapeuta Gestalt, especializado en Psicoterapia Transpersonal e Integrativa en el programa SAT para Educadores, de Claudio Naranjo; los cursos de Doctorado en Pedagogía en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid; y numerosos talleres en recursos educativos como el teatro, el juego, la dinámica de grupos, la sistematización de experiencias educativas, etc. En la actualidad es técnico de Educación en el Área de Programas de la Fundación InteRed.