¿Podemos hablar de educación centrada en las dimensiones del ser humano? ¿Es realmente el desarrollo del pensamiento crítico un recurso para transformar sociedades individualistas a sociedades más justas y centradas en el bien de la mayoría? ¿Es la escuela realmente un espacio de encuentro social o más bien es un espacio que facilita la reproducción de las culturas dominantes y las lógicas de mercado?
En el mundo antiguo, los griegos desarrollaron conceptualizaciones en torno al Areté o también concebida como la excelencia y la virtud, y es que para filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles la importancia de trabajar la Areté se consolida como una idea inteligible que ilumina el camino del alma de las personas para el desarrollo máximo de las virtudes de cada ser humano.
Para ello, la paideia, educación o formación se consolidó desde una práctica constante del hábito como un motor hacia la excelencia donde el conseguir la armonía entre las diversas virtudes favorecería no solamente el perfeccionamiento humano, sino que también a la comunidad entera. Si bien, esta paideia o proceso educativo busca desplegar en los maestros de la época métodos de crianza para la educación de los niños, entorno al cultivo de valores y habilidades pertinentes a la estructura física de la polis. Estas, se suscriben al fortalecimiento del bien común, el amor, igualdad y justicia, movilizados en su conjunto hacia el servicio de lo público.
Desde esta perspectiva, los maestros filósofos del mundo antiguo centran a la educación como un eje central que facilita el cultivo de la excelencia en los individuos. de forma que pueda contribuir al bien común de todos sus miembros. Ante esto, cabe preguntarse ¿es acaso ese sentido de la educación que movilizaba a los maestros griegos, el mismo qué moviliza a los maestros contemporáneos?
La pandemia ha puesto en evidencia las múltiples grietas de nuestros sistemas educativos reflejando cuales son las prioridades de nuestros gobiernos y sus respectivas políticas educativas, con ello pareciese ser que han sido muy pocos los sistemas educativos que han podido sostener realmente métodos de enseñanza centrados en fomentar y satisfacer diversas necesidades humanas como la emocional, la reflexión y el pensamiento crítico en medio de la crisis por sobre una mera instrucción a distancia disfrazada como “recurso de aprendizaje” plasmada en guías, fichas online, video llamadas, o docentes que han mutado a una especie de youtuber.
Para el caso latinoamericano, especialmente el de Chile, la crisis ha evidenciado con mayor amplitud los niveles de desigualdad y es que las decisiones políticas han ido orientadas hacia la preservación del modelo económico, que ya venía de una crisis social profunda arrastrada desde octubre del 2019 a causa del estallido social vivida en el país sudamericano. Esta problemática se refleja en que las medidas de protección y asilamiento han ido dirigidas para todos, sin embargo, no han otorgado tranquilidad económica para un sector importante de la ciudadanía, afectada por las alzas de desempleo y un Estado que no ha sido capaz de regular y frenar el aumento de precios en los insumos básicos para vivir. Desde este horizonte, el despliegue de la acción curricular del Ministerio de Educación es homogéneo a las medidas del Estado, ya que el plan educativo ha reflejado que solo favorece a un sector de la población, que puede acceder a un tipo de educación promovida en Chile, basada principalmente en la transmisión de conocimientos y los resultados medibles en pruebas estandarizadas, lo que ha reflejado las altas brechas de desigualdad social y las barreras de aprendizaje en los estudiantes chilenos.
Es que, en Chile, la forma de administrar la educación se despliega desde tres aristas, las escuelas públicas, las subvencionadas (o ahora llamadas corporaciones educacionales) y las privadas. La primera ha ido en decadencia hace ya 40 años, y es que, desde la privatización de la educación, el Ministerio ha perdido el sentido de formular una política educativa que regule la privatización y vaya en beneficio de la mayoría. Esto ha dado espacio para fortalecer el mercado de bienes y servicios a través de la privatización de la educación pública, relegando el derecho social de la educación a un plano consumidor, competitivo y altamente segregador. En este sentido el cultivo del valor mercado, se evidencia en los establecimientos que compiten entre sí por el dinero que reciben por cada estudiante y por quién puede ofrecer una mejor oferta de enseñanza para las familias, la cuales según el nivel económico podrán pagar ese tipo de educación considerada como de calidad, la cual se mide principalmente por evaluaciones estandarizadas centras en resultados por sobre procedimientos de enseñanza-aprendizaje. Esto ha generado un aumento considerable en las brechas de desigualdad social, siendo para el caso chileno entre las más altas a nivel OCDE.
Por otra parte, la respuesta que ha dado Argentina en materias educativas ante la crisis sanitaria ha sido similar a la del caso chileno, donde solamente han prevalecido con un rol activo las escuelas privadas con el envío de material y fichas de trabajo, las cuales los estudiantes descargan en sus respectivos monitores y teléfonos celulares. Sin embargo, al igual que en Chile, no todos los estudiantes argentinos tienen el poder adquisitivo para poseer alguna plataforma digital que permita el despliegue de las actividades escolares, lo cual evidencia las brechas de desigualdad y atención que se le da a los más desfavorecidos. Ante esto y en declaraciones del mismo presidente de Argentina, señala que “las clases pueden esperar. Si algo que no me urge es el inicio de clases”. Será que, ¿no es acaso la educación lo que no debe esperar? Esto simplemente evidencia que, en la región latinoamericana, la brecha educativa continúa y se profundiza con mayor amplitud, consolidando el sentido de bien común solamente para una determinada minoría y donde las políticas educativas “pueden esperar”.
Para ello es clave preguntarse ¿qué rol juegan los y las maestras ante esta crisis? Es que, pareciese ser que este relega al plano de alinearse con la búsqueda de normalidad de las escuelas que han podido sostener con mayor facilidad el hábito y lineamiento de transmitir conocimientos a través de fichas y/o videos explicativos que respondan a la altura de los estándares económicos de una cultura dominante, por sobre cuestionar y generar un análisis crítico del entorno que favorezca el cultivo de las virtudes humanas para el bien común de la mayoría. Sin embargo, aquellas escuelas que no han podido sumarse a esta dinámica quedan relegadas, olvidadas a la espera de que las políticas educativas tomen un giro que favorezca la disminución de la desigualdad.
Este fenómeno no es nuevo, más bien la pandemia visibiliza con mayor luminosidad un problema que viene desde hace décadas, y es que las lógicas de mercado han prevalecido en la educación en torno a los intereses de una minoría que privatiza y se enriquece ejerciendo un control sobre el bien común de una mayoría. En este escenario, el rol de los maestros se ve desplegado para contribuir en la reproducción de estas políticas, presionados constantemente por los privados y para fortalecer la libre competencia en el mercado educacional, donde el Ministerio ejerce un rol regulador por medio de los resultados medibles en pruebas estandarizadas.
¿Puede ser entonces que el sentido de la educación de los maestros griegos tenga una similitud al de maestros los contemporáneos? Sin duda la respuesta a esta pregunta se evidencia en los intereses que movilizan a desplegar un cierto tipo de educación, que desde la normativa apuntan a brindar una educación de calidad, pero que en la operatividad carece de profundización transformándose en declaraciones laxas, puesto que las políticas de mercado prevalecen por sobre el cultivo de virtudes en todos los estudiantes, más bien se centran el cultivo de la competencia y la segregación.
En medio de esta crisis, pareciese ser que se evidencia un momento oportuno en el cual los docentes puedan recuperar el rol pertinente en nuestras sociedades contemporáneas. Y es que, el situar diálogos reflexivos y críticos constantemente, en torno a sobre para qué estamos realizando los procesos de enseñanza-aprendizaje elevará el espíritu crítico y transformador de nuestra profesión, donde se puede escoger una línea que favorezca el fortalecimiento de las lógicas de mercado y el bien común de una minoría o más bien con un sentido filosófico centrado en elevar las virtudes de los estudiantes para el bien común de la mayoría.
Gustavo Troncoso Tejada. Profesor de Historia y Literatura de la Universidad de Concepción, Chile. Candidato a Magister en Evaluación Universidad de la Frontera, Temuco, Chile.