En la mitología griega, cuando se abrió la caja de Pandora, lo único que quedó en ella fue la esperanza, después de salieran todos los males de la humanidad.
Parece que la venida del Covid-19 haya abierto la caja de Pandora de la educación y de la escuela para dejar una esperanza de cambio. Su situación no solo se ha tratado en los diarios específicos de educación, como este, sino que ha traspasado estas fronteras, para llegar a los periódicos de carácter general, a las televisiones y a las redes sociales. Y también a las conversaciones familiares.
Se ha hablado de la importancia de la escuela y de sus de la escuela (algunos las acaban de descubrir durante esta pandemia), de los cambios que hay que realizar en la educación, en relación al profesorado; hay muchas opiniones sobre la enseñanza virtual, mixta o híbrida. Están quienes dan recetas pedagógicas de todo tipo: de la utilización de la tecnología, del cambio curricular… Sin olvidar las empresas que buscan el provecho de todo esto o los problemas de las familias con la conciliación en relación con la apertura de las escuelas y la «nueva normalidad» educativa.
Ha habido una gran cantidad de temáticas y artículos interesantes. Pero también, otros de quienes hablan, muchas veces, con una ignorancia supina.
Y de la «nueva normalidad», de la que seguimos sin saber en qué medida afectará a la educación, más allá de lo que dicen las autoridades sanitarias. No sabemos si se aplicará más el concepto de «nueva» o el de «normalidad» (menos alumnos, pero lo mismo; más profesorado -ya veremos- pero el mismo; el mismo libro, pero en PDF: el mismo currículo, la misma estructura, los mismos excluidos, etc). O será “nueva” de verdad y se modificará el trabajo del profesorado; se invertirá más, mucho más; se modificará el currículo enciclopédico; se desarrollarán políticas de lucha contra la desigualdad; se trabajará con una nueva metodología; se ampliarán las infraestructuras y eliminarán el “barracones”. ¿Se repensará la tarea educativa, como dicen algunos, y habrá la tecnología y los recursos necesarios?
Tal vez se aplique la técnica del «gatopardismo» o del «lampesuiano», querida por no pocas administraciones, es decir, que todo cambie para que todo siga igual. Se desaprovecharía la oportunidad para la reflexión que nos ha traído la Covid-19.
Hay muchos interrogantes y, por parte de quien tiene que decidir, pocas soluciones.
En este tiempo hemos comprobado lo que se venía sufriendo: las limitaciones de sistema educativo en cuanto a la infraestructura, el equipamiento del alumnado, del profesorado y de las escuelas, el necesario apoyo de la comunidad y el desarrollo de la autonomía del alumnado en el aprendizaje.
Sabemos que para cambiar la educación debe cambiar el profesorado y el contexto en el que trabaja. Ya antes de la Covid-19 había mucho trabajo por hacer en ambos sentidos, pero se ignoraba o no se priorizaba. Ahora más que nunca se ha visto que se debe echar mano a un sistema educativo que ya hace tiempo que hace aguas en muchos aspectos importantes. Un sistema que aguanta, a pesar de las críticas, gracias a la dedicación del profesorado como se ha comprobado en estos últimos meses en los que han trabajado más horas de lo habitual, con sus herramientas, para intentar conectarse y que se conecte estudiantes; sin ver al alumnado y sufriendo «su conciliación familiar». Y, dando, la mayoría, su esfuerzo y entusiasmo al alumnado, desbordado con la docencia en línea y los trabajos en este final de curso.
Y de repente, todo el mundo se preocupa de la «gestión emocional». Igual que un minero cuando encuentra un filón. Como si el profesorado no lo estuviera haciendo antes de la pandemia. Una de las finalidades de la educación no es llenar el cerebro de contenidos como algunos piensan, sino en dar a los alumnos recursos y estrategias que les ayuden en su bienestar y en la mejora de la autoestima. Por ello se pide la presencialidad, ya que necesitamos relaciones e interacciones personales para crecer y desarrollarnos personal y colectivamente. Y el profesorado sabe que teniendo esto mejora el rendimiento académico.
El bienestar del profesorado y del alumnado impacta en un mejor aprovechamiento de lo que se aprende. La relación educativa condiciona el aprendizaje. No únicamente del alumnado sino también del profesorado, de ahí la importancia de la colaboración, de hacer proyectos conjuntos, de la tolerancia profesional con los compañeros, de la autonomía compartida. Esto supondrá una mejor educación. No se trata de terapias como reclaman algunos, sino de aplicar lo que sabe hacer el profesorado.
No quiero caer con la incoherencia de mis palabras anteriores, dando soluciones precisas de cómo ir hacia una «nueva» mirada de la educación y del trabajo de la escuela, sino que pienso que esta esperanza que queda, al final, en esta caja de Pandora que se ha destapado, es que la escuela, con todos sus problemas y las críticas que se han hecho, es una institución muy importante para crear identidades sociales, luchar contra las desigualdades, cuidar y cuidarse, hacer transmisión cultural y desarrollo personal y social de valores democráticos y de dignidad para todos. Es la esperanza de la caja después de todos los males.
No sabemos cómo será esta «nueva normalidad» pero, debido a la diversidad de la educación en todos sus componentes, sería necesaria una comunidad de práctica educativa territorial que analizara e hiciera propuestas específicas conjuntas sobre cómo empezar de nuevo en el contexto educativo y, como ya sabemos que no hay soluciones viejas a problemas nuevos, dar nuevas soluciones sin abandonar las que ya funcionan. No se puede caer en el error de la uniformidad, del café para todos tan común en la educación. El café se toma de muchas formas diferentes como debe ser el trabajo de las escuelas. Una mayor autonomía territorial y flexibilidad educativa ayudarán a tener esta «nueva» normalidad con una nueva mirada para mejorar el sistema educativo.