Marc Amorós es periodista de formación y uno de los mayores expertos en el fenómenos de las fake news. Acaba de publicar, precisamente, ¿Por qué las fake news nos joden la vida?, un relato sobre el funcionamiento de la desinformación en las redes sociales, principalmente, a través de algunos de sus protagonistas y de ejemplos lejanos y cercanos a la realidad española.
Hablamos con él sobre los problemas que pueden suponer estas noticias falsas y de algunas de las claves que podrían ayudar a frenar su crecimiento acelerado. Más ahora en el caldo de cultivo que ha supuesto la pandemia para la generalización de teorías de lo más variopinto que, en no pocos casos, han llevado a la muerte a decenas de personas.
¿Cómo está la situación en relación a la desinformación y las fake news?
No soy optimista, más que nada porque ves que nos invade por todas partes y va a más. Tuve un poco de esperanza con el coronavirus porque toda la atención se centraba en un solo tema y nos hacía tomar conciencia de la existencia del fenómeno. Y las plataformas tecnológicas recibían mucha presión para hacer algo que contribuyera al control de la invasión de noticias falsas y de esta infodemia. Pero pasando los meses, estamos peor.
La desinformación sigue campando a sus anchas y nos condena a vivir en una confusión informativa brutal. Cuando se adultera nuestro consumo de información, el siguiente paso es adulterar nuestra toma de decisiones. Y el riesgo ahora es que hay que gente que piensa que está muy bien informada pero lo está a través de informaciones falsas.
Y mientras, las plataformas tecnológicas dan soporte a toda esta desinformación. ¿debería haber alguna legislación que acotase esta capacidad de transmitir información no veraz?
El tema de la legislación es muy peliagudo, porque remite a derechos como el de la información y la libertad de expresión, derechos que a la humanidad le ha costado mucho alcanzar, y todos tenemos casos actuales y pasados en los que la libertad de expresión era perseguida, penalizada incluso con la muerte. Legislar esto es complicado porque, al final, nos tendríamos que poner de acuerdo en algo que ahora mismo las fake news han puesto en entredicho: qué entendemos como verdad informativa. Ni siquiera podemos ponernos de acuerdo entre lo que es verdad y lo que es mentira.
Cuando se nos encierra en este tipo de paradoja, en la que tenemos más acceso a la información que nunca pero esto no significa que estemos más o mejor informados, pues claro, estamos en una situación muy endeble. Es muy difícil determinar qué es verdad y mentira y las instituciones, como el periodismo, que tenían ese poder tienen su confianza erosionada. Estamos en un territorio en el que cada cual decide qué es verdad y qué es mentira. Estamos en una era en la que en vez de buscar información, buscamos confirmación de opiniones propias. Como puedes encontrar noticias que confirmen lo que tú piensas, solo buscas esa información.
Las noticias falsas se están usando como un arma arrojadiza de confrontación política que está llegando ya a la sociedad
Volviendo al tema de la legislación. Hay otro elemento que juega a la contra. Estamos descubriendo cómo gobiernos y partidos políticos, que son quienes deben promulgar estas legislaciones, están utilizando las noticias falsas en beneficio propio. Tanto en procesos electorales como durante el ejercicio de la legislatura. Las noticias falsas se están convirtiendo en un arma de esta batalla política e ideológica.
El tercer estadio sería: ¿Podemos confiar en una UE transversal alejada de intereses políticos, partidistas de una o dos legislaturas, para ser capaces de armar una legislación que permita controlar esto? Este sería el gran deseo, pero también es complicado. Porque al final nos vamos a encerrar para hacer una legislación que intente regular el nuevo entorno comunicativo digital, que es donde ahora mismo se libra la batalla de la información y la desinformación. Desde Europa podrás intentar poner algún tipo de reglas, pero las plataformas tecnológicas funcionan a nivel mundial. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en cosas básicas como el calentamiento global, ¿nos vamos a poner de acuerdo en esto? Lo veo difícil.
¿Crees que los medios convencionales tienen capacidad de revertir algo de todo esto?
Creo que el periodismo es la mejor herramienta que tenemos como sociedad para superar este fenómeno. Pero ¿qué tipo de periodismo? ¿El actual? ¿El heredado de una comunicación de masas del siglo XX? Seguramente no. Estaríamos aplicando recetas viejas a un problema nuevo. Las noticias falsas no son algo nuevo, pero el entorno digital que favorece su expansión, su viralización, sí. Si el periodismo aplica recetas viejas a este problema nuevo, no tenemos futuro. Creo que el periodismo debe apostar por recuperar unos valores y buscar nuevas fórmulas para seducir a los públicos y recuperar la confianza social y el papel que se espera de él. Pero aplicando nuevas recetas, porque las que ya sabemos no funcionan.
Aquí chocamos con otra de las piedras angulares de la crisis del periodismo: la independencia, no solo ideológica, sino sobre todo económica del periodismo. El periodismo se ha creído unos cantos de sirena del entorno digital y está atrapado en una dictadura de la atención, la dictadura del clic, de captar la atención en un mar que se inunda de noticias a diario y que encierra al periodismo en unas prácticas muy ligeras, muy vacuas… si le juntamos a esto el periodismo de nicho, seguidista de una ideología o de un partido político para fidelizar a una serie de lectores consumidores, esto hace que sea más de trinchera y no uno que busca construir diálogo, un relato de lo que acontece acorde a los hecho y no a las voluntades de una ideología o partido.
Es un problema complejo, pero es que el periodismo lleva atrapado casi 30 años en esta disyuntiva y no encuentra salida. Esto pasa, creo, porque nazcan nuevas maneras de hacer periodismo y nuevos canales.
Uno de los problemas tiene que ver con la creencia de que Facebook es un lugar en el que la información es veraz.
Ahora mismo Facebook no es un garante de la verdad informativa. En sus políticas dice de una forma muy evidente y clara que no se exige que lo que se publique deba ser cierto. Nadie garantiza que la información que consumiremos en ella sea verdad o mentira. Además, tiene otra política en la que permite la contratación de anuncios, sean políticos o no, que no se verifican de ninguna forma. Vas con dinero y le preguntas a Facebook: “¿Cuánto vale poner un anuncio aquí? Tanto, di lo que quieras”.
Antiguamente la publicidad vivió con el estigma de que manipulaba la realidad, mentía, presentaba realidades alternativas… Esto ha llegado a la información ahora. Esta aplica técnicas de la publicidad para manipular los relatos e imponer otros adulterados. No solo esto, de hecho. Consiguen darle la vuelta a la presunción de inocencia. Ahora te acusan de cualquier cosa, lo arman con una buena campaña de noticias falsas y tú eres un delincuente. Y el trabajo es tuyo para demostrar que todas esa noticias son falsas. Han impuesto la falsedad como verdad de golpe. Estamos en una situación un poco complicada.
La información ahora mismo es más relevante en manos de influencers que en manos de periodistas
¿Cómo funcionan tan bien las noticias falsas?
Hay varios estudios que demuestran que a las personas les cuesta admitir o entender que una noticia puede contener un engaño. Por eso las fake news funcionan tan bien porque adoptan el disfraz de la verdad para contar su realidad. Y, por eso, empezaron adoptando la clásica estructura de noticia con un titular, un desarrollo, una fotografía… esto ya está superado porque las nuevas generaciones no consumen este tipo de información. Ahora una fake new puede ser un vídeo manipulado, una foto retocada, un titular, un simple tuit. Estamos en otra era.
Las cifras de consumo de información en redes sociales que das en el libro resultan abrumadoras. Al punto de que resulta imposible verificar lo que se publica.
Es imposible. La verificación de datos es un ejercicio que debería ser intrínseco al buen periodismo. Ahora lo estamos utilizando para que la sociedad vea que el periodista puede hacer este trabajo y es una primera buena herramienta. Pero claro, nunca será eficaz al 100% porque es imposible verificar la cantidad de informaciones que se difunden en redes sociales. Las verificaciones, cuando llegan, lo hacen más tarde que la difusión de la información falsa. El cerebro, además, nunca premia los matices informativos sino que lo que busca siempre son las novedades, y en la sobreproducción de noticias constante en la que vivimos, siempre hay novedades por consumir.
Y luego tenemos el otro escenario: nunca las verificaciones alcanzan la misma difusión y viralización que la información falsa. Porque no sucede en el mismo entorno y porque la gente no la viraliza. Aquí, cada uno también juega un papel. Nos hemos convertido en soldados de nuestro pensamiento, y lo hacemos muy bien. Cuando una noticia confirma nuestra opinión, inmediatamente le damos la facultad de verdad, porque tenemos la razón siempre. Lo que consiguen las noticias falsas, y ese es uno de los mayores peligros que tienen, es que anulan nuestra capacidad crítica y de admitir que, ante una evidencia, estamos equivocados. Si las evidencias dejan de tener validez, imagínate la verificación de una noticia.
Y cuando no puedes atacar a la verificación de la noticia en sí, la estrategia que mantienen, por ejemplo, muchos partidos políticos, es atacar al mensajero. Poner en duda la independencia del verificador, en este caso, del periodista.
La capacidad crítica es el centro de toda la cuestión. Además del periodismo, pensaba en el papel de la escuela ¿Cuál crees que debe ser?
La última gran esperanza ante este fenómeno tiene que pasar por la educación. El sistema tiene que comprender que está trabajando con una generación que crece en un nuevo entorno de consumo de información que le impulsa, básicamente, a dos cosas: a pensar rápido, por tanto, la racionalidad, la paciencia, la capacidad de ver diferentes puntos de vista desaparece. Porque todo va por impulso, estamos en un entorno digital que nos hace pensar y creer que todo pasa muy rápido y que hay que estar a la última y reaccionar rápido porque, si no, se te escapa el tren. El pensamiento impulsivo nos lleva constantemente a responder de una forma muy inmediata a nuestros impulsos más básicos: miedo, inseguridad, indignación, etc. Luego, estamos en un entorno digital en el que compartimos las noticias y nos definimos ante los demás en función de lo que compartimos y difundimos en redes sociales. Y esto es un nuevo escenario un poco chocante, porque al final uno es lo que muestra en Instagram, en Twitter o en Facebook.
La educación debe hacer una reflexión importante sobre el uso que se hace de las redes sociales y el consumo de información que generamos. Porque estamos decidiendo si creer o no creer una noticia o si leer o no una noticia en 8 o 10 segundos.
Además, el consumo de información ha dejado de ser activo, ahora es pasivo. La información te asalta en redes sociales, en tu muro de Facebook, y en tu móvil. Y la vas consumiendo, como ocio. No hay un ejercicio de concentrarte, dedicarle un tiempo a recabar información, a leer o intentar entender lo que está sucediendo a cerca de un tema. La educación puede contribuir a recuperar una cierta pausa para intentar informarse mejor. Y leer, que es la otra. A las nuevas generaciones, con un artículo de un periódico de 300 palabras, se les cansa el dedo. Solo leen los titulares, lo que haya en letra negrita y gorda.
Y hay otro elemento que me parece muy chocante. Lo menciono en el libro: nos estamos dando cuenta de que las nuevas generaciones premian las informaciones que se plantean de forma polarizadora, divisiva, que generan confrontación entre posturas divergentes frente a la información, digamos, neutra o más contextualizada. Yo creo que la educación debe dar un paso al frente para decir: “Cuidado, no nos convirtamos en defensores a ultranza de un solo pensamiento porque, al final, estaremos educando y formando a generaciones que en lugar de confrontar ideas confrontarán posturas”. Vamos a un choque de trenes inevitable y la historia nos ha demostrado cómo acaban las sociedades que lo hacen.
Hay una idea en el libro aparece que culmina en el capítulo en el que hablas de Goebbles. La confusión entre libertad de expresión y poder decir cualquier cosa…
El blanqueamiento del pensamiento fascista, o populista, nos acaba condenando a normalizar ese tipo de prácticas. Es algo peligroso. Yo digo en el libro que si Goebbles viviera hoy sería un maestro de las fake news. Sería un genio. Él lo hizo en una sociedad que estaba sometida a un pensamiento único, pero es que ahora no hace falta someter a la sociedad a esto, porque la difusión de todo tipo de pensamiento es tan fácil que, al final, simplemente genera comunidades; esas comunidades las evangelizas y las conviertes en fervientes defensoras. Lo que comentaba: ser soldados de nuestro pensamiento. Lo que decía McLuhan sobre que la tercera guerra mundial se librará sin ejércitos ni soldados, sino en nosotros. La guerra ideológica, ahora mismo, se libra a través de noticias falsas, en nuestro corazones, nuestras voluntades, sentimientos y emociones.
Enlaza con algo que cuentas sobre la política de Facebook y las fake news… que responsabilizan al consumidor de creer en lo que leen. “Si te lo crees es culpa tuya”.
Es una política de las redes sociales: lavarse las manos y descargar la responsabilidad en el consumidor. Porque ellos no son un medio de comunicación y, por lo tanto, no tienen que velar por el contenido. Y en los casos en que lo han hecho, ha sido después de escándalos, a regañadientes y de una forma, digamos, lo suficientemente representativa para que no les digan que no hacen nada. Pero en su gran océano es una gota de agua. Y descargan la responsabilidad en nosotros como consumidores.
Lo hacen, incluso, defendiendo la libertad de expresión y la democracia. Porque dicen que en una democracia con libertad de expresión, nosotros, como votantes o ciudadanos, tenemos el derecho de escuchar todo lo que nos quieran contar nuestros políticos… Bueno, hagamos una reflexión, claro. Yo quiero escuchar lo que dicen nuestros políticos, pero si resulta que nos están mintiendo sistemáticamente y están facilitando la difusión de estas mentiras, vamos a ver qué hacemos. Las plataformas tecnológicas siempre van a huir de ser catalogadas como medios de comunicación y de tener que ser las que controlan el terreno de juego. Facebook lo dice: “Nosotros ponemos la pista de tenis, pintamos las líneas, ponemos las raquetas y las redes. Cómo jueguen los jugadores, no depende de nosotros”. Es muy coach: descargar en nosotros la capacidad de alcanzar la felicidad y de velar por nosotros mismos; es muy de la filosofía de autoayuda y de coach emotiva que se está imponiendo últimamente: tú eres dueño de tu destino, de tus actos, de tu felicidad, tú eres dueño de tu verdad. Y en esto es donde nos encierran las fake news. Pero estamos en un escenario, como decía Rajoy, en el que todo es falso salvo alguna cosa. Estamos permitiendo que lo fake luzca en el mismo escaparate que la verdad y claro, se nos quita el trabajo. Si cada uno tiene que verificar lo que es verdad de lo que es mentira, al final provocaremos algo que ya empieza a suceder: una cierta desidia informativa, gente que voluntariamente deja de informarse. En situaciones como la que vivimos, una epidemia donde la voz oficial tiene que dar instrucciones muy claras e, incluso, que deben ser seguidas por la población, estamos en un terreno peligroso. Que haya manifestaciones de negacionistas, antimascarillas y que si se decreta el estado de alarma, haya gente que diga que no le importa… estamos en una situación peligrosa.
Leyendo el libro y escuchándote ahora me acordaba de Miguel Bosé… Conspiranoia al mayor nivel.
Esto ahora nos hace gracia pero hay gente que lo cree y se convierten en fervientes defensores de esas ideas y esto nos hipoteca el futuro. Porque si la solución al coronavirus pasa por encontrar una vacuna y vacunar a la mayor parte de la población, ¿qué pasará si un 20 o un 30% de la población se niega a ser vacunada? Nos parece curioso lo que está pasando, pero a lo mejor nos está hipotecando el futuro a tres o cuatro años. Y el movimiento antivacunas está cogiendo fuerza y visibilidad gracias a la desinformación desde hace años. Y vemos cómo los índices de vacunación en el mundo están bajando. Esto es peligroso. ¿Qué pasa si Novan Djokovic no quiere vacunarse? A lo mejor no le dejan jugar al tenis, pero con los seguidores que tiene y su visibilidad puede convertirse en un influyente líder de opinión. La información ahora mismo es más relevante en manos de influencers que de periodistas. Un solo influencer puede tener más audiencia que el telediario líder. Que Miguel Bosé tenga la capacidad de llegar a la gente que llega con un vídeo grabado en su casa nos debería hacer pensar. Difunde lo que quiere, la mitad son mentiras, pero es influyente. De golpe está teniendo más éxito en su comunicación que Fernando Simón compareciendo cada día en rueda de prensa. Luego nos sorprendemos de cómo nos dividen en la sociedad las noticias falsa. Pero con el coronavirus vemos ejemplos muy claros.
Hablas sobre los temas que tratan las fake news: grandes cuestiones sociales que hasta hace poco no estaban en entredicho: derechos humanos, de libertades civiles.
El gran riesgo de las noticias falsas es que deshummanizan al contrario, al otro, para que tú te creas superior. Como son inferiores, tenemos derecho a tratarlos como lo hacemos. Está en juego cómo nos vamos a relacionar entre nosotros y qué tipo de sociedades vamos a tener a 20, 30, 40 o 50 años vista. Y está sucediendo hoy. Vemos cómo se pone en tela de juicio la igualdad de género, las orientaciones sexuales que no sean la heterosexual, apostólica y romana; se pone en tela de juicio cómo nos enfrentamos a amenazas como el calentamiento global, el cambio climático… cómo nos tenemos que relacionar entre humanos. Si por ser de aquí tengo más derechos que el que viene de fuera… Cuidado, quizá estamos en un terreno pantanoso. Y están las luchas de creencias religiosas. Vemos cómo se usan las noticias falsas para ir contra colectivos por ser de otro credo religioso al que consideramos mejor o el único válido. Al final está lastrando nuestra educación cívica, poniendo en riesgo cómo nos vamos a relacionar en el futuro. Las generaciones que se sometan a ese tipo de narraciones falsas constantemente, las crean o no, cuando tengan 40 años no sabemos cómo serán. A lo mejor no nos gustan.