La pandemia por COVID-19 ha impactado de forma contundente la existencia de las personas, sus familias, instituciones y localidades, en síntesis, la sociedad en su conjunto. De un momento a otro y durante casi un año nos dimos cuenta de la fragilidad de la vida, de lo delicada que es la estabilidad emocional, económica y física en un mundo en el cual la individualidad y la competencia han imperado: en un instante necesitamos más que nunca de la solidaridad, la cooperación y la comunidad.
Durante las últimas jornadas, en la asignatura dictada por la profesora Zardel Jacobo, Tensión entre educación y educación inclusiva: desafíos ante la Pandemia del posgrado en Pedagogía de la UNAM, un grupo de profesionales del área educativa nos hemos sumergido en actividades intelectuales y prácticas que nos llevan a reflexionar sobre la importancia de una educación transformadora, comprometida, justa y equitativa en un mundo en el cual la indiferencia y la individualidad son patentes. Conversamos sobre género, discapacidad, violencias y etnia, dialogamos con personalidades reconocidas como Víctor Gutiérrez, Alexander Yarza, Jhonatthan Maldonado, Rodolfo Cruz y Marcela Méndez (ver más) sobre las barreras a las cuales nos enfrentamos quienes nos dedicamos al ámbito educativo y compartimos la esperanza en el desarrollo de una educación para todos, apostamos por un compromiso con la justicia social, la democracia, la paz y la posibilidad de defender una educación, tal como refieren los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en donde nadie jamás quede atrás.
El entusiasmo que nos generan estas jornadas queda rebasado por la realidad, no hemos bajado la guardia, sin embargo, actualmente estamos rodeados de un presente inesperado, atípico y doloroso. Nuestro trabajo diario en escuelas y universidades del país está debilitado, la pandemia ha hecho estragos. Durante los últimos meses hemos escuchado los testimonios de nuestros estudiantes y visto sus rostros ocultos, notamos su soledad en los textos que nos envían, conocemos la situación de las familias, sus intentos de seguir adelante y hemos sido testigos de sus diversas pérdidas. La normatividad institucional ha querido continuar con los preceptos del currículum, en una lógica ilógica de mantener una normalidad que hemos perdido y que requiere ser cuestionada ¿de qué normalidad hablamos? y ¿qué hemos perdido?
Ante tal contexto, la primera semana de diciembre, luego de iniciar nuestra última clase del año, nos desmoronamos. Comenzamos a hablar del concepto de justicia social expuesto por Dubet y, poco a poco, de manera natural, nuestro discurso cambió: estábamos agotados. Nos sumergimos en una exposición en la cual expresamos nuestro cansancio, sentir y pensar ante la crisis de la educación en tiempos de pandemia. Dialogamos sobre cómo nos hemos sometido a las lógicas del mercado en la educación que Freire ya había advertido en 1973. Constatamos cómo nos estamos explotando profesionalmente en un contexto que requiere parar, pensar y actuar lentamente, tal como lo expresa Byung-Chul Han. Dimos cuenta de los pocos espacios para compartir experiencias. Finalmente, reflexionamos sobre nuestra formación docente actual, que ha anulado las emociones y se ha centrado en esa lógica de la producción típica del descarnado sistema capitalista en el cual estamos insertos y que repercute en una devastación subjetiva.
Al regreso de las vacaciones decembrinas, el panorama se ha ido recrudeciendo por el incremento de casos y por las pérdidas humanas, cada día más cercanas. A esto se le une el mantenimiento de las mismas acciones planificadas hace más de 10 meses por parte de los gobiernos para enfrentar la crisis. En lo que corresponde a nuestro ámbito, más de 60 millones de docentes (UNESCO, 2020) han dejado de enseñar presencialmente con las consecuencias que ya conocemos. Nuestra preocupación está justificada, de acuerdo con un estudio realizado por el Banco Mundial, los estudiantes perderán gran parte de lo aprendido en el espacio virtual; aunado a ello, el nivel básico alcanza el 10% de deserción en el ciclo escolar 2019-2020 (SEP, 2020), lo que significa que dos millones 525 mil 330 alumnos de preescolar, primaria y secundaria abandonaron sus estudios en plena contingencia sanitaria. Además, 305 mil 89 universitarios, equivalentes a un 8% de la matrícula en ese nivel educativo, también lo hicieron. Y se estima que 800 mil alumnos ya no transitaron de la secundaria al bachillerato.
A raíz de esta realidad, lo que sentimos y pensamos como grupo se resume en una reflexión: necesitamos trascender la situación personal y gestar comunidad, lo cual implica considerar las particularidades y diferencias de las personas para lograr acuerdos equitativos sobre educación en tiempos de pandemia. Y no solo eso, pues gestar comunidad trasciende el ámbito educativo e implica generar objetivos comunes que de manera holística consideren las necesidades y deseos individuales de las personas y se valore, desde una mirada ética, el cuidado del otro como lo primordial.
Como profesionales de la educación esta misión suele recaer en nuestras manos, ya que inevitablemente somos quienes asumimos la contención emocional y psíquica de estudiantes, familias y de nuestros propios colegas; sin embargo, no hay que olvidar que docentes, administrativos y autoridades también estamos pasando por situaciones de salud física y emocional, económicas, materiales y personales que, en su conjunto, se manifiestan en lo que ya se denomina fatiga pandémica.
Es así como se hace apremiante pensar una educación que tenga como ejes la comprensión, sororidad y acompañamiento conjunto del profesorado hacia el estudiantado y viceversa, así como de todos quienes participan de esta enorme labor dentro y fuera de las instituciones educativas. Una educación en donde no se anulen, sino que se evidencien y reconozcan los sentimientos, las emociones y la corporalidad que, sin lugar a duda, son sustento en las maneras de aprender y enseñar. Se precisan espacios donde se expresen la voz y la escucha; se requieren instancias de gratitud que tengan como objetivo principal el bienestar (Diener et al., 1985), comprendiendo que lo que necesitamos es una educación pausada y contextualizada, para lo cual es importante repensar lo humano y construir el conocimiento necesario y relevante para estos tiempos. Con esta función educativa en ciernes podemos promover un saber estar juntos en donde el motor de causa sea compartir experiencias educativas que nos den esperanza sobre posibilidades de cambio e incidencia en la realidad.
Esperamos que nuestra reflexión sea escuchada y compartida, ¡convocamos a la agencia educativa!
Atentamente: Estudiantes y participantes del posgrado en Pedagogía, UNAM.
Referencias
Banco Mundial (2020). Pandemia de COVID-19: Impacto en la educación y respuestas en materia de políticas. http://bit.ly/358OP0u
Diener, E. D., Emmons, R. A., Larsen, R. J., & Griffin, S. (1985). The satisfaction with life scale. Journal of personality assessment, 49(1), 71-75.
Freire, P. (1973). Pedagogía del oprimido. Editorial América Latina.
Han, B. C. (2015). The burnout society. Stanford University Press.
López Hernández, J. (2018). Sentipensar la educación. La Palabra y el Hombre. Revista de la Universidad Veracruzana, 0(42), 38-41.
SEP (2020). Principales cifras del sistema educativo nacional 2019-2020. https://bit.ly/2M8hQTm
UNESCO (2020). Con 63 millones de maestros afectados por la crisis de la COVID-19, en el Día Mundial de los Docentes la UNESCO exhorta a que se aumente la inversión en el profesorado a fin de recuperar el aprendizaje. http://bit.ly/2JDtcxA
UNESCO (2020). Impacto de la COVID-19 en la educación. http://bit.ly/3b4HR04