La educación a distancia multiplica la brecha digital, educativa y social
La primera constatación que ha puesto de manifiesto el confinamiento por la COVID19 ha sido la brecha digital, reflejo y expresión de otras brechas sociales, culturales, educativas y económicas, que a su vez incrementaba. Alumnado en entornos familiares que les ayudaban cuando podían (1), apañándose a veces con un móvil con escaso almacenamiento para buscar información, para acceder a aquellas plataformas con las que los centros y el profesorado mandaban las tareas, haciendo fotos de sus trabajos realizados para así poder enviarlos vía WhatsApp a su profesorado, en muchas ocasiones, porque no tenían otros medios (2). Lo cual se volvió una tarea casi heroica cuando se empezaron a enviar videoconferencias grabadas y a organizar videollamadas colectivas. Profesorado utilizando los medios personales que tenían y multiplicando sus horas de trabajo para atender personalmente a quien lo necesitaba, familias desbordadas que, además de su situación laboral y familiar, tenían que dar un apoyo para el que muchas no se sentían capacitadas o no tenían los recursos necesarios.
Esta brecha digital se vio incrementada en el ámbito rural, en la denominada “España vaciada”, donde la brecha territorial de desconexión digital es mucho mayor. Según los últimos datos publicados por el Ministerio de Economía y Empresa, apenas el 38% de la población que vive en la España rural dispone de conexión de banda ancha de alta velocidad, mientras que en el conjunto del país este tipo de cobertura llega al 80%. Además, según Eurostat apenas la mitad de la gente que vive en áreas rurales posee habilidades digitales básicas o superiores; mientras que, en el caso de las ciudades, el porcentaje llega al 63%.
Pero es sobre todo el alumnado de familias más vulnerables y con menos recursos, quien ha visto cómo se reducía la función compensadora de la escuela. Buena parte de las familias con más necesidades, “carece de las condiciones materiales [tecnología (3), conexión a la red, espacio, temperatura, luz, etc.], las herramientas culturales (habilidades pedagógicas, conocimiento del idioma, formación, etc.), el tiempo para acompañar el proceso educativo, la estabilidad emocional (por problemas económicos, de salud, habitacionales, etc.) o los recursos alimentarios necesarios para aprender” (Martín & Rogero, 2020), así como su “capital cultural” y su “lenguaje académico” están más distantes a la cultura escolar académica tradicional. Por eso, todos estos expertos concluyen que la brecha digital se suma, con la educación a distancia, a la brecha social y a la brecha digital de segundo orden (4) (Fernández, 2020), ampliando todavía más la desigualdad educativa (Martín & Rogero, 2020).
Las pantallas no son escuelas
Pero hay otro aspecto que es necesario resaltar y que se añade a los anteriores: educar a través de una pantalla no es educación. La escuela es el espacio donde se trabaja la igualdad de oportunidades, se desarrolla la educación integral, se opera el proceso de socialización y se combate el fracaso escolar. El profesorado ha de formarse y actualizarse al máximo con la tecnología, pero no para sustituir la presencialidad sino para enriquecerla, porque la modalidad online no es educación, sino mero aprendizaje o instrucción, como ha mostrado exhaustivamente el director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, Michel Desmurget, en su libro La fábrica de cretinos digitales.
Nadie cuestiona el valor de la educación online como una herramienta complementaria a la educación presencial. Pero está claro que un modelo de educación online fuera de la escuela no puede sustituir a uno presencial, especialmente en las etapas de infantil, primaria y secundaria obligatoria. El contacto, la relación directa, la comunicación, la interacción, la convivencia y la emoción son claves y esenciales en el proceso de enseñanza y aprendizaje de este periodo de la vida. La educación infantil, primaria y secundaria está ideada para ser presencial con un alumnado que es menor de edad y está en pleno desarrollo. Donde el rol del docente, como guía y facilitador, tiene un papel muy relevante en el aprendizaje y la interacción con los otros, en un contexto socializante, es clave para el desarrollo posterior.
La educación es un asunto humano, no tecnológico. Las investigaciones demuestran que la educación con tecnología no es mejor, ni disminuye la tasa de abandono escolar, ni mejora la tasa de estudiantes que acaban con éxito la etapa de escolarización obligatoria y, en cambio, puede tener efectos negativos. Especialmente la sobreexposición a las pantallas y sus efectos en su desarrollo cognitivo, pues los pequeños se vuelven inquietos, ansiosos y se aburren en los ritmos más lentos que ofrece la realidad. Es más, hay una relación entre el consumo de pantallas en edades tempranas y la inatención, la impulsividad y ansiedad, la disminución del vocabulario, el déficit de aprendizaje, las adicciones, y problemas de vista, trastornos del sueño, obesidad…
Una escuela cerrada agranda las diferencias y ahonda la desigualdad. Las escuelas públicas son el único espacio común y público que reúne a los diferentes. No hay cursos en línea que enseñen cohesión social, convivencia, democracia, justicia social o empatía. Las prácticas educativas son también prácticas sociales y esas se construyen fundamentalmente en los espacios públicos que comparten estudiantes y profesores, amigos y compañeros, mediante juegos y conversaciones, debates y disputas ocasionales y acuerdos cotidianos.
Como dice Santos Guerra: “No hay educación a distancia. Puede haber instrucción, eso sí. No existe socialización desde la soledad y el aislamiento social. La educación exige comunicación y encuentro. El mundo virtual no nos permite relacionarnos intensamente, no nos enseña a convivir. El aprendizaje de la ciudadanía no se puede hacer a través de la pantalla porque a convivir se aprende conviviendo… Se participa de forma diferente cuando se está presente, cuando conoces y construyes el contexto de la acción”.
El pleno derecho a la educación solo puede ser presencial
Por eso hemos de garantizar la presencialidad de todo el alumnado a todos los niveles educativos. Como explica el presidente de la Comisión de Educación del Parlamento, el diputado Joan Mena: «La educación es un derecho básico que garantiza la cohesión social y la igualdad de oportunidades. Las desigualdades que existen en nuestro país provocan que la enseñanza online no asegure estos objetivos. Volver a las aulas no debe ser una opción, es una obligación política».
Para lo cual es necesario voluntad política. Es decir, es neceario tomar, al menos, cuatro decisiones políticas. La primera, reducir las ratios escolares (20 estudiantes por grupo-aula en educación primaria y secundaria; lo recomendado por la Red de Atención a la Infancia de la Comisión Europea en Infantil, y 30 estudiantes por aula universitaria, como establecía el Plan Bolonia) para desarrollar una educación inclusiva. La segunda, aumentar proporcionalmente y estabilizar el número de profesorado requerido para ello (5) y dotación del personal necesario de enfermería, limpieza, educación social, orientación, administración… La tercera, habilitar y crear espacios públicos amplios, recuperando centros cerrados, reutilizando espacios municipales e instalaciones públicas… Y, por último y más importante, destinar “cantidades escandalosas” de financiación a la educación pública, para que las anteriores medidas sean posibles.
El gasto militar en nuestro país ha superado en 2020 los 20.000 millones. Se han destinado 3.750 millones a las multinacionales del sector automovilístico para relanzar “su economía”, mientras que en educación pública se recortaron 9.000 millones de euros en los últimos años y actualmente la inversión ronda el 4% del PIB, frente al 4,7% de la UE-15 o al 6,9% de Suecia. Imaginemos por un momento que se reinvierten los 9.000 millones de euros que nos deben de los recortes en educación, a lo que sumamos los 2.000 millones de fondos COVID que el Gobierno central destinó a educación; y a esto, los fondos europeos específicos para Educación, de los 750.000 millones de euros acordados en la UE e, incluso, aumentamos con los fondos propios de las consejerías de Educación de las comunidades autónomas…
Las decisiones e inversiones que hagan las administraciones educativas en estos tiempos conformarán las prácticas educativas en años venideros. Dejemos de seguir gastando en armamento, recuperemos los rescates financieros (60.000 millones nos deben los bancos), persigamos el fraude fiscal de monarcas, grandes fortunas y multinacionales tecnológicas o los paraísos fiscales. Insisto, solo es necesaria voluntad política para consolidar un “pacto educativo” de todos los grupos políticos que destine recursos suficientes para blindar la educación pública, convirtiendo así la educación en la prioridad que siempre se proclama y que ponga remedio a las segregaciones socioeducativas que se han puesto de manifiesto de forma evidente durante esta pandemia.
1 En la Comunidad Autónoma de Galicia, en el primer estudio que se hizo durante la crisis del coronavirus a 5.600 familias de escuelas públicas, se detectó que dos de cada tres alumnos tienen que compartir ordenador con sus padres y hermanos, y uno de cada tres carece de Internet de calidad.
2 Según la última encuesta del Instituto Nacional de Estadística sobre el uso de la tecnología, en 2019, el 11% de los menores de 15 años no tenía acceso a un ordenador. Unicef recoge que el 8% de los menores de 10 a 15 años no disponen de acceso a internet desde sus hogares.
3 Según el informe PISA 2018, el 5% del alumnado de 16 años no dispone de ordenador en casa, mientras que un 27% dispone de un ordenador, un 36% dispone de dos ordenadores y un 32% dispone de tres o más ordenadores. Sin embargo, en el nivel socioeconómico bajo, el 14% del alumnado no tienen ordenador en casa, mientras que un 44% solo tiene un ordenador. Estas cifras contrastan con las del grupo socioeconómico alto, donde el 61% dispone de tres o más ordenadores en casa, el 31% dispone de dos, y únicamente un 8% dispone de un ordenador en casa.
4 La brecha digital de segundo orden hace referencia al distinto uso de la tecnología según clase social: el alumnado de familias de menos recursos económicos y culturales, tienden a pasar más tiempo ante el ordenador y en la red que sus compañeros de clase media y alta, haciendo un uso más indiferenciado, consumista y pasivo. Mientras que estos últimos, al tener acceso a una oferta más amplia de actividad cultural y de ocio alternativo y tener entornos familiares con más recursos para controlar y orientar lo que hacen estos ante las pantallas hacen un uso más variado, selectivo y académico de la tecnología y las redes.
5 El estudio realizado por el sindicato CC.OO. en mayo de 2020 establecía que serían necesarios un 33% más de los que hay.