“Están ciegos solo ven imágenes”
Mahmud Shabistari, s. XIV
¿Por qué había de llamar hermana mía al agua, si no es mi hermana?
¿Para sentirla mejor?
La siento mejor bebiéndola que llamándole cualquier cosa (…)
y si ella es el agua lo mejor es llamarle agua;
o mejor aún, no llamarle nada,
sino beberla, sentirla en las muñecas, mirarla
y todo sin nombre alguno
Alberto Caeiro
La hiperestimulación de la atención reduce la capacidad de interpretación secuencial crítica, pero reduce también el tiempo disponible para la elaboración emocional del otro, del cuerpo del otro y del discurso del otro, que busca ser comprendido sin lograrlo.
Franco Berardi
Cada mañana enciendo la computadora y al mismo tiempo me pregunto por cuánto tiempo va a continuar esta vida des-corporizada. Esta distancia sin miradas, sin complicidades, este espacio sin palpitaciones, sin discusiones, sin el tacto áspero, templado o dulce del día a día, sin la pantalla dada y el ensimismamiento de cada cual. Hemos asumido la virtualidad como la única cuadrícula, sin pensar demasiado los efectos cognitivos, deliberativos, relacionales, afectivos, psicológicos y políticos que suponen. No logramos definir otra opción que nos permitiera encontrar-nos. O al menos considerar otras vías y canales, menos rápidas o eficientes, pero más serenas, cálidas y sugerentes. Cualquiera de nosotros narra su experiencia, sus ideas o análisis con el cuerpo, del mismo modo que cuidamos, imaginamos, acariciamos y amamos con él. No poner dique a la catarata de estímulos informacionales y virtuales nos aleja del tacto, el aroma, la alegría y sangre de la vida. Parece que resulta imposible dar marcha atrás al exceso y alza del conectivismo. Y que algo como guisar en las ollas de la cocina, pintar, leer un libro o reunirnos a conversar fueran experiencias del pasado.
Cada día, abriendo los ojos, vemos colas de personas en centros de salud, bancos, oficinas de la seguridad social o lo que queda de ellas. En farmacias, despachos contenedores del desempleo y locales de reparto de comida. En todas estas afanosas filas el omnipresente mundo digital no ofrece alternativa alguna. Nada para lo más necesario: hablamos de estar sano, tener casa, comer, dormir, trabajar y llevar dinero. El digitalismo, al servicio del capital, no descansa en destruir, expulsar y generar desechos humanos. El neoliberalismo es totalitarismo, permitiendo a la vez a esta teología política el gobierno pastoral de las almas y el gobierno universal de la ley, como nos muestra Villacañas (2020). Haciendo evidente durante esta pandemia la necropolítica en la que estamos sumidos, como ya hiciera Mbembe acuñando este concepto años atrás. Una viscosa carencia de empatía hacia los demás deviene a las muertes en número de víctimas necesarias de la maquinaria tecno-científica y colonial. El abandono y maltrato dado a las personas mayores y más vulnerables es muy significativo, tanto como el silencio atronador y sacrificial de una gran caterva mediática y social.
Mientras tanto, y siempre activa, la psico-esfera no detiene su acelerado paso al borde del abismo. Todo el mundo tiene algo que decir, ofrecer, completar, actualizar, evaluar, comprar o vender. Un juicio, un objeto, una actividad, un mérito, un viaje que exponer o monetizar, una reputación que aumentar. Y de este modo la atención y el motu proprio se van disolviendo ante una experiencia, que como dijera Baricco (2008), se convierte en una especie de sirga. Un movimiento que encadena puntos diferentes sin pausa, sin que la intensidad de la chispa se apague. La experiencia supone pasar por ella justo el tiempo necesario para obtener de ella un impulso que sea suficiente para acabar en otro lado. El mutante ha aprendido el tiempo mínimo y máximo que debe demorarse sobre las cosas. Y esto lo mantiene inevitablemente lejos del fondo. Lejos del fondo y en un continuo frenesí sensorial y semiótico. Un movimiento virtual, irreal, incesante que obstaculiza el caudal del potencial propio, provocando un desasosiego. Una incapacidad de cuidar los asuntos y las cuestiones internas. Desorientando una vez más a la pertinencia de conocer, hacer, ver, leer esta u otra cosa. Llegando a un incontrolable malestar físico-psíquico por engullir una info-esfera inabarcable, hasta el colapso. “Estoy saturado” es la expresión común de esta habitual existencia trágica de la vida. Una intensa interactividad y datificación impuesta, una servidumbre voluntaria asumida.
Ante el confinamiento y el cierre de escuelas los ministerios de Educación se entregaron a la trampa del solucionismo tecnológico, utilizando disciplinadamente la serie de productos que ofrecen las corporaciones digitales globales. Hay cuestiones ineludibles en todo este comportamiento: ¿Dónde han quedado esos sistemas robustos y públicos capaces de arbitrar y distribuir millones de materiales y comunicaciones?, ¿Qué respuesta han dado la radio, el correo postal, la telefonía o la televisión pública?, ¿Dónde ha habido esa cooperación interinstitucional para dar una respuesta y atención allá donde no llegaba internet y sus requerimientos?, ¿Por qué no ha habido una rotunda negativa a las cesiones de autoridad y datos a agentes tecnológicos privados, corporativos y globales?, ¿Por qué no renunciamos al monopolio de Google, WhatsApp-Facebook, ZoomVideo, Amazon, Apple, etc. para el control democrático de las instituciones públicas, la autonomía profesional, los derechos de trabajadoras/es, jóvenes, estudiantes,… y el seguimiento local de las comunidades sobre sus instituciones públicas?, ¿Asumiremos por siempre la evidencia de la imprescindible cooperación científica y en abierto, y la miseria democrática y social que suponen las patentes?, ¿Acaso no merecen los datos tratarse como un bien público, con un archivo de datos públicos bien regulado, en el que se preserve nuestra privacidad, pero igualmente permitiera a cualquier investigador/a e institución pública un acceso igualitario a los datos?, ¿Y si apostamos por esa idea de “socialismo digital” de Morózov para ayudar a reinventar o reutilizar los sistemas de datos digitales de la economía, educación, salud, los servicios sociales, etc.?
La pandemia está sirviendo para que el gran capital avance en su aspiración de rediseño de sus procesos y monitorizaciones, con componentes de mayor dominación, explotación y exclusión. La agenda neoliberal ha avanzado grandes pasos en el terreno de los sistemas educativos. Junto a la filantropía neoliberal de la relación perversa entre Estado neoliberal y corporaciones (Banca, Fundación) que opera desde hace años, se alza la conexión virtual como un nuevo agente en desarrollo. El capitalismo tecnológico y conectivo, que con el apoyo de la UNESCO y su Alianza Mundial para la Educación y otras estrategias, va a empezar a controlar redes por todo el mundo. Junto al asalto que sufre la escuela pública, la obsolescencia y desprofesionalización del profesorado, ahora se unen las multinacionales tecnológicas. Es necesario incluir en la agenda de reivindicaciones la lucha por la defensa de plataformas digitales autónomas, así como repositorios digitales independientes, cuyo control y datos estén bajo el dominio público de la comunidad educativa, no bajo el control privado.
Amazon evade impuestos, destruye pequeñas y medianas empresas (decenas de miles en España han cerrado de abril a junio de este año) y ahora con la campaña #UnClicParaElCole quiere engañar y extraer más a familias y colegios. Los cuentos del neoliberalismo disfrazados con la apropiación lingüística de conceptos como la resiliencia, las emociones, la creatividad, la filantropía, etc. Se trata de dejar claro, que no queremos sus limosnas, y que frente a la explotación y opresión: queremos justicia fiscal, sus impuestos, su regulación laboral, económica y ambiental. Y por supuesto, mayor financiación educativa y los mejores servicios públicos. Como nos recuerda Ekaitz Cancela (2020), tenemos que mirar las tele-redes sociales desde concepciones económicas y políticas. 1.435 instituciones financieras poseen el 68% del capital social de Facebook. Del mismo modo, recordando a Ben Williamson (2020) los saberes y capacidades socio-emocionales son necesarios, pero hay una tendenciosa agenda y maquinaria del aprendizaje socio-emocional, de algoritmos, biometría, visión facial, entre otras, cuyas implicaciones antropológicas, tecno-científicas, políticas y económicas no pueden pasar inadvertidas.
Entretanto seguimos ajenos a saber cómo vivir mejor, pensábamos que estábamos destrozando a la naturaleza, pero no, es ella quien nos va a destrozar a nosotros. Como decía hace más de cien años Engels «la naturaleza se venga de todas nuestras victorias… A cada paso se nos recuerda que no dominamos la naturaleza… sino que le pertenecemos como carne y hueso, cerebro y vivimos en su vientre» Friedrich Engels (1925). El nihilismo de la cultura dominante y el capitalismo total alcanza dosis de elevada toxicidad “la cultura antes dispuesta a la inhabitabilidad de la Tierra y la extinción de la especie humana que a cuestionar el capitalismo» Jorge Riechmann (2020). Y es este capitalismo total y conectivo con sus tentáculos siempre abiertos, dispuestos a extraer sin descanso nuestra atención, nuestros datos, rastros y biodiversidad el que requiere ser saboteado. Acaso no hay algo más enormemente disruptivo, desgarrador y destructivo que el neoliberalismo, exigiendo a cada momento reparar y coser los rotos y padecimientos que provoca. Sabotear para dejar de empobrecer nuestras vidas, nuestras relaciones, reproduciendo los tics de la sociedad del espectáculo. Sabotear para no empobrecer nuestros ecosistemas y nutrir nuestra capacidad para organizar un sindicato, una cooperativa, una asociación, un taller o un ateneo, para escuchar y conversar con las personas más cercanas, para imaginar y hacer un día a día otro. Retirarse, irse, sin abandonar, atendiendo desde el margen, incidiendo, resistiendo al imperativo de la actualidad. Una actualidad homogeneizante, totalitaria, que todo lo ocupa, despolitizando y ocultando todos los conflictos y desigualdades del mundo. Impugnar el estatus pasivo de espectador de una actualidad 24h y paralizante. Cuidarse a uno mismo, a lo cercano, a los otros. Gran parte de la riqueza de la vida quizá sea hoy esa resistencia íntima y común. Alejada de una mentalidad defensiva y replegada. Una resistencia íntima como lugar de formación de una moral, delimitada por su motu proprio, su libertad, responsabilidad, para también ir a la plaza pública, o lo que queda de ella.
Salir de la cuadrícula también tiene que ver con salir de ese paradigma de la gestión o normalización de lo dado. Gestionar nunca ha sido pensar a fondo o transformar, sino sólo modular lo que se nos presenta como necesario e inevitable, contra lo que nada debe intentarse, nos recuerda Amador F. Savater (2020). Convertir la sensación de impotencia, el malestar en campo de batalla para acoger, sembrar, tejer, urdir esas temporalidades fragmentadas y esos espacios rotos en procesos de cambio que den solución a nuestros propios problemas. Salir de la cuadrícula es no colaborar más con las reglas impuestas del mercado: competir, cuantificar, auto-censurar, engañar-nos, callar-nos, odiar, resentir-nos,… Salir de la cuadrícula es desobedecer a la construcción de esta realidad tremendamente cínica y hostil.
Ahora que nos descubrimos doblemente frágiles, en la propia biología de lo material y en nuestros lazos sociales, tenemos que salir de la cuadrícula impuesta. Hacer algo, crear juntos un ritmo y espacio otro. Salir es, más que todo, conversar con la vida, única, abriendo agujeros en la realidad, creando jardines de cooperación, ayuda mutua y amor radical, desde la raíz.