Llegar hasta Venus no ha sido nada fácil. Parecía una mujer reservada, desconfiada, exigente. Después de dos encuentros previos en su casa antes de realizar la entrevista e, incluso minutos antes de la conversación pactada, no sabíamos con certeza si accedería a hablar delante de la cámara. Venus las rehúye. Más tarde entenderíamos su recelo a las cámaras y grabaciones. Era comprensible. En su etapa como docente fue víctima de una grabación de voz no consentida. Desde esa vez, hace muchos años, mantiene su desconfianza ante cualquier persona que quiera grabar su voz o registrar en cualquier formato su historia, su vida, su narración, sus palabras. Su reticencia para expresarse ante las cámaras contrasta sin embargo con su buen ánimo para conversar, para generar confianza a partir del diálogo acompañado de un chocolate caliente y pan de bonos, unos panecillos típicos en Colombia. Venus explica, con nostalgia, anécdotas de su historia, de su vida. Relatos conversados sin mirar el reloj y ausentes de interrupciones tecnológicas.
“El día a día es siempre enfocado a los derechos humanos”
Venus confiesa que ha pasado toda la vida luchando y que, desgraciadamente, aún no ha conocido la paz, en sus más de setenta años de vida. Ella se presenta como docente —experta en pedagogía— y coordinadora de la regional Tolima de la Corporación para la Defensa y Promoción de los Derechos Humanos Reiniciar. A pesar del cargo que ocupa, con alta visibilidad y notoriedad, ella no cree ser una líder social, aunque es consciente de que los demás sí la ven como tal. «Yo no me considero lideresa, aunque muchos lo catalogan así. Me presentaban como líder. Yo me asusté, nunca me habían dicho que yo era líder. Pero una se pone a pensar que tiene esa aceptación en los grupos donde interactúa y, entonces dice: será que sí soy líder».
Tanto Venus como su familia fueron víctimas de la crudeza de la guerra que se desató en la región del sur del Tolima. Ella recuerda cómo sus familiares, en las décadas del cuarenta y cincuenta del siglo XX, tuvieron que sufrir el desplazamiento forzado, persecuciones e incluso asesinatos perpetrados por las fuerzas irregulares conservadoras que, espoleadas por los líderes del partido que enviaban frases incendiarias desde lejos, desde las ciudades, fueron bautizados como los “Chulavitas”.
El padre de Venus, que era alcalde de su municipio, fue la primera víctima familiar del conflicto, a manos del grupo armado conservador. Venus relataba lo que le había ocurrido a su padre a partir de las memorias que él había dejado y que ella había escrito en un documento titulado Un instante en la vida de. Su padre fue perseguido y herido de gravedad en más de tres ocasiones por los Chulavitas, pero en todas logró escapar con vida. Es admirable la entereza con la que Venus relata esos hechos, su pasado, su historia, pese a tratarse de su propio padre. Quien escucha el relato de Venus puede caer en una atmósfera extraña. No es difícil viajar, como lo hacía Venus, a infancias cada vez más lejanas, hasta las noches en las que las abuelas cuentan y narran historias. Las abuelas, en sus cuentos, maquillan con cuidado las partes tristes para que los niños no tengan miedo. Las vivencias de Venus, desafortunadamente, no fueron invenciones ni cuentos con finales más felices. Los recuerdos de los hechos reales la persiguieron durante décadas en forma de pesadillas.
Venus considera que tanto ella como toda su familia han sido víctimas del conflicto armado. “Toda la vida lo que yo he conocido ha sido esa lucha por el poder entre liberales y conservadores”. Mediante esta frase, Venus atribuía el origen del conflicto a la lucha por el poder entre los liberales y los conservadores.
Narrar para vivir
Desde bien pequeña Venus tuvo que ser testigo de la expresión de la violencia entre liberales y conservadores. Los constantes enfrentamientos vividos la marcaron tanto a ella como a toda su familia, y ese sufrimiento la ha hecho más sensible para querer ayudar y compartir con otros esas vivencias, que ella considera que “lo hacen a uno ser más humano”. “Lo que yo vi en mi niñez fue algo espantoso. Una familia que se desintegró completamente para poder sobrevivir”, confiesa. Esta vez, aunque se expresaba aún con la entereza que la caracterizaba, se percibía en la voz de Venus la vulnerabilidad de una niña que fue testigo de sucesos atroces. En algunos momentos mordía su labio inferior, en un intento por contener la rabia y la tristeza que la invadían junto con sus recuerdos. ¿Cómo puede salir uno adelante tras haber sufrido la crueldad de la guerra durante años?
Para Venus, la respuesta es escribir sus vivencias y narrarlas. Hacerlo le produce un efecto terapéutico. Su semblante cambia cuando habla de ello y adopta una actitud más activa, se muestra incluso risueña: “Escribir es una vía de escape”, confiesa. Venus ejemplifica la terapia con el caso del exterminio de la Unión Patriótica. “Los casos más emblemáticos yo los tengo escritos. Porque era un escape, lo que llamamos nosotros hacer el duelo. La gente no quiere enfrentarse a la realidad, y la única forma de poder tener paz con uno mismo es sacar eso que nos está haciendo tanto daño”.
La conversación sobre el relato de las víctimas deriva en reflexiones acerca de la necesidad de afrontar el duelo provocado por el sufrimiento. La voz de Venus denota convencimiento total cuando reconoce que el rencor no sirve para nada, y que la reconciliación lleva implícita el perdón. “Hemos perdonado, por algo estamos aquí, por algo llamamos a la reconciliación, a la unión, por algo queremos vivir en paz. ¿Eso qué quiere decir? ¡Que hemos perdonado!”.
El primer paso de las víctimas para poder superar lo ocurrido es perdonar, pero la reparación también juega un papel clave. Venus asegura que las víctimas del conflicto armado necesitan una reparación económica, una restitución del nombre, de la verdad y, sobre todo, una memoria histórica: “Es lo que se conoce como reparación integral”, explica.
Venus recalca que otra forma de reparación es “que la memoria sea tenida en cuenta en los centros de enseñanza, en los colegios, en las universidades… Para que se sepa qué fue lo que pasó y la juventud no vuelva a pasar por lo mismo”. No obstante, lamenta que Colombia no tenga memoria. “Si el país tuviera realmente memoria, no estaría repitiendo la misma historia”, confiesa con rabia. A Venus le aterra la idea de que alguien, en un futuro, tenga que ser testigo del sufrimiento que ella vivió en carne propia. “Yo me considero hija de la violencia. Si pudiéramos hacer un relato de todo lo que recuerdo desde que era niña, entonces eso sería para no repetir lo vivido”, insiste.
De su voz se desprende una mezcla entre tristeza e indignación cuando habla de la paz en Colombia. “La paz empieza por justicia social, y ¿qué es lo que nosotros vemos en las calles? La pobreza absoluta”. De su voz reverbera un tono de convicción y de empoderamiento, características que reflejan su papel como lideresa social.
Atenerse a las consecuencias
Ser líder social hoy en Colombia implica una serie de riesgos que no todo el mundo está dispuesto a correr. Según datos del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), de enero a marzo de 2020 fueron asesinados 71 líderes sociales en Colombia. Además, la Defensoría del Pueblo de Colombia denunció que en 2019 se reportaron más de 1.300 amenazas a defensores de derechos humanos. Los y las líderes sociales deben soportar amenazas de muerte, llamadas telefónicas intimidatorias y todo tipo de acosos por defender los derechos humanos. Como lideresa social, Venus Quiroga también ha vivido experiencias similares pues, en su trabajo de defensora, tuvo que enfrentarse al ejército en su labor de denuncia. “Todo el que se atreva a desafiar al Estado lleva las de perder. ‘Aténgase a las consecuencias’, me decían”.
Pese a las escalofriantes amenazas, no se perciben atisbos de duda en la voz de Venus cuando afirma que “llega un momento en que uno pierde completamente el miedo”. Parece no haber otra alternativa cuando toda su vida gira alrededor de los derechos humanos en un panorama en el que sus defensores son amenazados y asesinados de forma sistemática. Con media sonrisa comparte el momento en que tres coroneles tuvieron que ser expulsados de una Mesa de Transparencia por pelearse con ella. “¡Cállese mujer!” ordenaban. Pero ella no cesó en su lucha. En la Mesa de Transparencia exponían los casos de violencia contra campesinos, por lo tanto, el enfrentamiento contra el ejército era directo.
“¿Cuántos asesinatos nos llevamos? Van poco a poco, hasta que acaban con ellos. La violencia en Colombia no ha terminado y esto va para largo, y lo mismo pasa con los líderes sociales. Todo aquel que vaya en contra del establecimiento lleva las de perder», manifiesta la experimentada defensora de los derechos humanos. Su dictamen parece dejar poco espacio para la esperanza en Colombia, y menos aún para los defensores de los derechos humanos. Ella misma parece reflexionar en sus palabras. Pese a todos obstáculos que se presentan para allanar el camino hacia una paz que parece inalcanzable, argumenta, las mujeres no pierden la esperanza, se empoderan y alzan sus voces para intentar una reconciliación nacional más que necesaria para sanar heridas. Venus anima a la gente a “salir a las calles precisamente para eso, para conseguir un cambio estructural en el sistema político colombiano”.
Venus repite con énfasis siempre la misma frase que incita a la reflexión y que deja claro que ella, que su trabajo, no es caja de resonancia de ningún actor político ni armado. “Tengo muy claro mi papel de defensora de derechos humanos. Yo no me he dejado manosear por nadie”, dice con determinación absoluta.
Segundos antes de que la cámara deje de grabar, Venus se recuesta en el respaldo de su silla victoriana. Adopta una postura más relajada y con una sonrisa que le atraviesa el rostro, dice: “Me gustaría saber qué barbaridades he dicho”. Tras risas cómplices del equipo de cámaras que revoloteó por todo el salón en la mañana cálida de Ibagué, Venus Quiroga toma su teléfono móvil y comparte con el equipo su mayor hobby: asistir a bailes de salón. “Es gracioso —dice— porque bailamos con personas de ideologías totalmente opuestas”.